10º domingo t.o., 8 jun. 08
Lect.: Os 6: 3b – 6; Rom 4: 18 – 25; Mt 9: 9 – 13
1. Cuando yo me criaba se decía que en CR el 98% de los habitantes éramos católicos. Hoy se habla de que quizás seamos un 70%. En aquella época, además, en una CR bastante conservadora, en una sociedad predominantemente agraria, los católicos éramos bastante homogéneos. Por supuesto que como humanos y pecadores, no todos cumplíamos con nuestra religión sin fallas, pero la gran mayoría parecíamos inclinados a no discutir las enseñanzas de la Iglesia. Campesinos, o urbanos medio rurales, y conservadores, respetábamos lo que el padre, el obispo y el papa nos enseñaban y pensábamos que ellos nos trazaban las líneas de nuestra fe. Hoy, en cambio, dentro de la misma Iglesia, los católicos somos muy distintos. Bajo el mismo nombre de “católico” se encuentran posiciones y prácticas muy diversas: Católicos de los de antes, católicos a los que les aburre la liturgia dominical pero que la cumplen por obligación o temor, otros que bautizan y se casan por la Iglesia por pura tradición, otros que divorciados y vueltos a casar guardan en su corazón una fe profunda, unos que critican el matrimonio gay como una degeneración, y otros que los defienden como parte de DD. HH., … En fin, la CR y los católicos de hoy es muy variada y plural religiosamente hablando y esto nos plantea a quienes nos consideramos creyentes la pregunta de qué hacer ante ese pluralismo. ¿Ser más combativos y lanzarnos a la conquista de los no creyentes y de quienes no creen como nosotros? ¿O ser, acaso, respetuosos y limitarnos a rezar por la conversión de todos esos? ¿O vivir, como el fariseo de aquella parábola, dando gracias a Dios por estar en el camino de la verdad, de no ser como los demás no creyentes?
2. La 1ª lectura de hoy empieza con una frase tan bella como desconcertante: “Esforcémonos por conocer al Señor, su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la luz”. Se trata de una frase que nos sornaguea a quienes quizás nos sentimos ya muy seguros de nuestra fe. ¿Por qué esforzarnos por conocer a Dios, si ya hace años que estudiamos catecismo, hicimos cursillos, y confesamos la fe de la Iglesia? ¿No será que el consejo se dirige a los no formados religiosamente? Mt, en el texto evangélico, donde Jesús vuelve a citar a Oseas, nos hace caer en la cuenta que a veces hasta los más religiosos, como era el caso de los fariseos, pueden caer en el error de estar muy apegados a una creencia sobre Dios, que curiosamente, los cierra a reconocer a Dios. Para decirlo en lenguaje bíblico, Mt nos previene del peligro de idolatría, que se da cuando nos apegamos a una doctrina sobre Dios, en vez de abrirnos a la experiencia viva de la presencia de Dios en nuestra vida. En el texto Mt muestra a unos fariseos que por estar cerrados en su manera de entender la justicia divina, eran incapaces de reconocer la presencia de Dios en la actitud acogedora de Jesús con los pecadores. En el llamado de Jesús a Mt y en el compartir la mesa con pecadores el evangelio muestra que la realidad de Dios sobrepasa nuestros conceptos y doctrinas, nos sorprende de continuo, y por eso nunca debemos parar de esforzarnos por conocer a Dios.
3. Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿Qué debemos matricularnos todos en cursos de Biblia y teología? Nada de eso sobra. Pero la segunda enseñanza de estas lecturas va más allá: a Dios lo conocemos cuando experimentamos y hacemos lo que Él hace. Dios es amor misericordioso, gratuito y firme, independientemente de las cualidades de aquellos a quienes ama. Es cuando practicamos ese mismo amor misericordioso y tierno con los demás que vamos avanzando en el conocimiento de Dios, experimentando en la realidad y en la acción misma lo que Él es. Es cuando superamos una práctica religiosa de rituales y sacrificios puramente externos; es cuando traspasamos diferencias religiosas conceptuales o de palabras, con otros en quienes podemos reconocer la misma realidad divina de amor que nos unifica.Ω
Lect.: Os 6: 3b – 6; Rom 4: 18 – 25; Mt 9: 9 – 13
1. Cuando yo me criaba se decía que en CR el 98% de los habitantes éramos católicos. Hoy se habla de que quizás seamos un 70%. En aquella época, además, en una CR bastante conservadora, en una sociedad predominantemente agraria, los católicos éramos bastante homogéneos. Por supuesto que como humanos y pecadores, no todos cumplíamos con nuestra religión sin fallas, pero la gran mayoría parecíamos inclinados a no discutir las enseñanzas de la Iglesia. Campesinos, o urbanos medio rurales, y conservadores, respetábamos lo que el padre, el obispo y el papa nos enseñaban y pensábamos que ellos nos trazaban las líneas de nuestra fe. Hoy, en cambio, dentro de la misma Iglesia, los católicos somos muy distintos. Bajo el mismo nombre de “católico” se encuentran posiciones y prácticas muy diversas: Católicos de los de antes, católicos a los que les aburre la liturgia dominical pero que la cumplen por obligación o temor, otros que bautizan y se casan por la Iglesia por pura tradición, otros que divorciados y vueltos a casar guardan en su corazón una fe profunda, unos que critican el matrimonio gay como una degeneración, y otros que los defienden como parte de DD. HH., … En fin, la CR y los católicos de hoy es muy variada y plural religiosamente hablando y esto nos plantea a quienes nos consideramos creyentes la pregunta de qué hacer ante ese pluralismo. ¿Ser más combativos y lanzarnos a la conquista de los no creyentes y de quienes no creen como nosotros? ¿O ser, acaso, respetuosos y limitarnos a rezar por la conversión de todos esos? ¿O vivir, como el fariseo de aquella parábola, dando gracias a Dios por estar en el camino de la verdad, de no ser como los demás no creyentes?
2. La 1ª lectura de hoy empieza con una frase tan bella como desconcertante: “Esforcémonos por conocer al Señor, su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la luz”. Se trata de una frase que nos sornaguea a quienes quizás nos sentimos ya muy seguros de nuestra fe. ¿Por qué esforzarnos por conocer a Dios, si ya hace años que estudiamos catecismo, hicimos cursillos, y confesamos la fe de la Iglesia? ¿No será que el consejo se dirige a los no formados religiosamente? Mt, en el texto evangélico, donde Jesús vuelve a citar a Oseas, nos hace caer en la cuenta que a veces hasta los más religiosos, como era el caso de los fariseos, pueden caer en el error de estar muy apegados a una creencia sobre Dios, que curiosamente, los cierra a reconocer a Dios. Para decirlo en lenguaje bíblico, Mt nos previene del peligro de idolatría, que se da cuando nos apegamos a una doctrina sobre Dios, en vez de abrirnos a la experiencia viva de la presencia de Dios en nuestra vida. En el texto Mt muestra a unos fariseos que por estar cerrados en su manera de entender la justicia divina, eran incapaces de reconocer la presencia de Dios en la actitud acogedora de Jesús con los pecadores. En el llamado de Jesús a Mt y en el compartir la mesa con pecadores el evangelio muestra que la realidad de Dios sobrepasa nuestros conceptos y doctrinas, nos sorprende de continuo, y por eso nunca debemos parar de esforzarnos por conocer a Dios.
3. Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿Qué debemos matricularnos todos en cursos de Biblia y teología? Nada de eso sobra. Pero la segunda enseñanza de estas lecturas va más allá: a Dios lo conocemos cuando experimentamos y hacemos lo que Él hace. Dios es amor misericordioso, gratuito y firme, independientemente de las cualidades de aquellos a quienes ama. Es cuando practicamos ese mismo amor misericordioso y tierno con los demás que vamos avanzando en el conocimiento de Dios, experimentando en la realidad y en la acción misma lo que Él es. Es cuando superamos una práctica religiosa de rituales y sacrificios puramente externos; es cuando traspasamos diferencias religiosas conceptuales o de palabras, con otros en quienes podemos reconocer la misma realidad divina de amor que nos unifica.Ω
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