Bautismo de Jesús, 13 ene. 08
Lect.: Is 42: 1 – 4. 6 – 7; Hech 10: 34 – 38; Mt 3: 13 – 17
1. No hay abismo entre Dios y el ser humano, decíamos las semanas anteriores. Ese es el mensaje del nacimiento de Jesús, eso que llamamos el misterio de la encarnación. Este descubrimiento equivale a una iluminación, a encontrar la luz de una estrella, como los magos de oriente. Es descubrir que buscando conocernos a nosotros mismos, conocemos a Dios; y buscando conocer a Dios nos encontramos a nosotros mismos. El mismo mensaje es reafirmado en esta fiesta del bautismo de Jesús con la que cerramos el ciclo navideño. Encima de Jesús, sobre las aguas del Jordán, “se abrió el cielo” dice Mt, con una maravillosa expresión que simboliza la ruptura de fronteras entre el mundo del Espíritu y el mundo material. Y para recalcarlo, se escucha la voz: este Jesús es mi hijo amado. Sorprendente: un hombre plenamente tal, es reconocido como hijo de Dios. Basta pensar un momento para darse cuenta de que se está afirmando al mismo tiempo que en Jesús se manifiesta plenamente lo que es el ser humano —un ser portador de vida divina—, y en Él se manifiesta también lo que es Dios —la realidad más profunda de la vida humana. Como lo dice una teóloga contemporánea: cuando decimos que Jesús es hijo de Dios no solo afirmamos que Jesús es como Dios, sino también que Dios es como Jesús. Visión clave que debemos profundizar y en la que debemos crecer para transformar nuestra manera de vivir.
2. Pero este episodio del bautismo añade algo más a este mensaje fundamental. Como en otras tradiciones religiosas aparte de la católica, existen ritos de iniciación. El bautismo expresa simbólicamente esa iniciación. No es simplemente símbolo de purificación de pecados —Jesús no los tenía—, ni de vinculación a una iglesia determinada —no existía todavía ninguna en ese momento—. Es más que eso: es el símbolo de la llamada a pasar de la muerte a la vida, de lo superficial a lo profundo, de lo trivial a lo que vale la pena, de lo irreal a lo verdaderamente real, de lo que no somos a lo que de verdad somos. Con este gesto simbólico se reconoce que descubrir que no hay abismo entre Dios y lo humano solo es el comienzo de un proceso. Porque a pesar de que lo somos en lo profundo es imagen de Dios, partícipes de la naturaleza divina, esta realidad nuestra la descubrimos en lo concreto poco a poco. Y la realizamos poco a poco. Es un proceso histórico. Lo que Dios es desde siempre, nosotros lo llegamos a ser en nuestra historia personal y comunitaria. Esa es nuestra llamada fundamental, la vocación simbolizada en el bautismo: creados a su imagen, estamos llamados a crecer cada vez más en la semejanza con él en el trato familiar con Él.
3. Está claro que este mensaje nos revela, nos ayuda a descubrir en nosotros mismos, lo que somos los seres humanos, sin distinciones, como dice la 2ª lectura, de la nación que sea. No es privilegio de ningún individuo escogido, ni de ningún grupo nacional, político o religioso. Todos estamos llamados a vivir y crecer en esta realidad como lo hizo Jesús: practicando la justicia, anunciando la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, llevando la luz a los que habitan en tinieblas. Esta práctica es la que nos da ese trato familiar con Dios y nos permite crecer en su semejanza. Nos lleva a construir cada vez más con todo nuestro ser, comprometiéndonos plenamente, lo que verdaderamente somos, despojándonos al mismo tiempo de las miopes maneras como a menudo nos vemos.Ω
Lect.: Is 42: 1 – 4. 6 – 7; Hech 10: 34 – 38; Mt 3: 13 – 17
1. No hay abismo entre Dios y el ser humano, decíamos las semanas anteriores. Ese es el mensaje del nacimiento de Jesús, eso que llamamos el misterio de la encarnación. Este descubrimiento equivale a una iluminación, a encontrar la luz de una estrella, como los magos de oriente. Es descubrir que buscando conocernos a nosotros mismos, conocemos a Dios; y buscando conocer a Dios nos encontramos a nosotros mismos. El mismo mensaje es reafirmado en esta fiesta del bautismo de Jesús con la que cerramos el ciclo navideño. Encima de Jesús, sobre las aguas del Jordán, “se abrió el cielo” dice Mt, con una maravillosa expresión que simboliza la ruptura de fronteras entre el mundo del Espíritu y el mundo material. Y para recalcarlo, se escucha la voz: este Jesús es mi hijo amado. Sorprendente: un hombre plenamente tal, es reconocido como hijo de Dios. Basta pensar un momento para darse cuenta de que se está afirmando al mismo tiempo que en Jesús se manifiesta plenamente lo que es el ser humano —un ser portador de vida divina—, y en Él se manifiesta también lo que es Dios —la realidad más profunda de la vida humana. Como lo dice una teóloga contemporánea: cuando decimos que Jesús es hijo de Dios no solo afirmamos que Jesús es como Dios, sino también que Dios es como Jesús. Visión clave que debemos profundizar y en la que debemos crecer para transformar nuestra manera de vivir.
2. Pero este episodio del bautismo añade algo más a este mensaje fundamental. Como en otras tradiciones religiosas aparte de la católica, existen ritos de iniciación. El bautismo expresa simbólicamente esa iniciación. No es simplemente símbolo de purificación de pecados —Jesús no los tenía—, ni de vinculación a una iglesia determinada —no existía todavía ninguna en ese momento—. Es más que eso: es el símbolo de la llamada a pasar de la muerte a la vida, de lo superficial a lo profundo, de lo trivial a lo que vale la pena, de lo irreal a lo verdaderamente real, de lo que no somos a lo que de verdad somos. Con este gesto simbólico se reconoce que descubrir que no hay abismo entre Dios y lo humano solo es el comienzo de un proceso. Porque a pesar de que lo somos en lo profundo es imagen de Dios, partícipes de la naturaleza divina, esta realidad nuestra la descubrimos en lo concreto poco a poco. Y la realizamos poco a poco. Es un proceso histórico. Lo que Dios es desde siempre, nosotros lo llegamos a ser en nuestra historia personal y comunitaria. Esa es nuestra llamada fundamental, la vocación simbolizada en el bautismo: creados a su imagen, estamos llamados a crecer cada vez más en la semejanza con él en el trato familiar con Él.
3. Está claro que este mensaje nos revela, nos ayuda a descubrir en nosotros mismos, lo que somos los seres humanos, sin distinciones, como dice la 2ª lectura, de la nación que sea. No es privilegio de ningún individuo escogido, ni de ningún grupo nacional, político o religioso. Todos estamos llamados a vivir y crecer en esta realidad como lo hizo Jesús: practicando la justicia, anunciando la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, llevando la luz a los que habitan en tinieblas. Esta práctica es la que nos da ese trato familiar con Dios y nos permite crecer en su semejanza. Nos lleva a construir cada vez más con todo nuestro ser, comprometiéndonos plenamente, lo que verdaderamente somos, despojándonos al mismo tiempo de las miopes maneras como a menudo nos vemos.Ω
Creo sin duda en sus palabras, el bautismo como símbolo de esa ruptura entre lo que no está roto gracias a Jesús, es decir, el cielo se abre y lo de "allá con lo de acá" se unen; ya no hay ruptura. Esa unión es vida para todos, y hoy para mí de manera particular. Significa mucho más, siginifica sentirme plenamente llamado a la vida, construida desde los valores y la vida de Jésús... como usted dice, en la búsqueda de justicia, sensibilidad ante el necesitado, y todas esas cosas maravillosas que nos hacen ser humanos y creer que la vocación tiene definitivamente que ver con ese "ser humano" como Jesús y en lo uno a esa profunda manera de ver la humanidad y la divinidad de Jesús que proponía esta teólga por usted citada.
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