2º domingo de cuaresma, 28 feb. 10
Lect.: Gén 15: 5 – 12. 17 – 18; Flp 13: 17 – 4:1; Lc 9: 28 b – 36
Nota previa.
Este domingo no me toca predicar en la parroquia, pero quiero dejar, de todos modos, en el blog parte de la reflexión que hemos hecho a partir de la liturgia de este domingo. Tendrá, entonces, un estilo menos elaborado para la predicación. Más como para compartir puntos de reflexión con los lectores del Blog (si hay alguno, al menos con Anabelle y Deya).
1. A esta experiencia de Jesús y algunos de sus discípulos cercanos que se relata hoy en Lc, la llamamos tradicionalmente la “transfiguración”. Sobre ella me tocó escribir un cuadernillo hace unos 45 años —yo era estudiante en Salamanca, entonces— en una colección que publicábamos bajo el título de “Temas de Predicación”, para ayudar a los curas en su tarea de predicar en la misa dominical. Por lecturas posteriores tengo la impresión que la exégesis y hermenéutica habituales no han cambiado mucho la lectura de este relato evangélico durante estas más de cuatro décadas. Incluso, ya antes de repasar los comentarios y análisis bíblicos, tenemos como asimiladas algunas ideas “cajoneras” —con perdón— que suelen repetirse una y otra vez: por ejemplo, que si Jesús previendo la cercanía de su pasión y muerte quiso revelar a sus discípulos lo real de su divinidad, para evitar el escándalo y desaliento que surgiría en sus últimos momentos, que con esto podría preverse algo de cómo serían las cosas en la “vida venidera”, y otras cosas por ahí. Personalmente no me dicen mucho.
2. En los últimos años, en nuestra búsqueda de una espiritualidad profunda, se nos ha ido abriendo la posibilidad de leer el mismo evangelio desde una perspectiva un poco diferente. Esto nos permite leer este texto de hoy como un intento, una evocación, de una experiencia por la que pasaron algunos de los discípulos y que, lógicamente, tuvieron que transmitir a su manera, con sus condicionantes de entonces, dejándonos a nosotros con la dificultad de traducirlos. Esta perspectiva nos da la oportunidad de pensar que el relato de lo que llamamos la “transfiguración”, probablemente quiere transmitir una experiencia espiritual muy importante por la que ellos pasaron en algunos momentos en la cercanía de Jesús. De lo que significa ese Dios que se expresa en nuestras vidas, Jesús habló muchas veces en forma de parábolas —“El Reino de Dios, que está en medio de nosotros, se parece a …— con lo que ya nos daba la idea de la inefabilidad de lo divino. Pero pocas veces, y quizás solo en esta ocasión en la cima del monte, los evangelios tratan de transmitir algo sobre la experiencia personal de Dios a la que pudieron acercarse, al menos Pedro, Juan y Santiago. Por supuesto, no es más claro el relato que lo que pueden ser las parábolas e incluso, parece ser de otro orden. En uno y en otro caso, sin embargo, está presente el uso de símbolos: el blanco resplandeciente de las vestiduras, “ver su gloria”, el susto inicial, la posterior sensación de bienestar y belleza, la cercanía de los representantes más destacados de su tradición religiosa, la voz que sale de la nube, el llamado a escuchar a Jesús…
3. Hay como tres puntos que vale la pena dejar para la meditación: la evocación de que nuestra vida de ser humanos, aquí y ahora, representada en plenitud en Jesús, tiene una dimensión profunda que escapa a la visión normal, física, pero que es la que fundamenta todo lo que somos, y que es la presencia de lo divino en nosotros; que los seres humanos a lo largo de milenios de historia tenemos una cierta inclinación y anhelo a conocer y experimentar esa dimensión profunda de nosotros mismos. Y que, aparentemente, hay momentos en la vida de cada uno donde se puede llegar a acercarse al “borde de esa dimensión”. La espiritualidad celta habla de momentos y lugares que llama “lugares delgados”. Los define como lugares y eventos en la vida, donde la línea divisoria entre lo sagrado y lo ordinario es muy tenue, al punto de que lo sagrado se hace ordinario y lo ordinario sagrado. No lo sé, pero tengo la intuición de que quizás toda la realidad en la que estamos, y la nuestra propia, puede ser “lugares delgados”, y que nuestro desarrollo espiritual consiste en llegar a percibirla de esa manera.Ω
Lect.: Gén 15: 5 – 12. 17 – 18; Flp 13: 17 – 4:1; Lc 9: 28 b – 36
Nota previa.
Este domingo no me toca predicar en la parroquia, pero quiero dejar, de todos modos, en el blog parte de la reflexión que hemos hecho a partir de la liturgia de este domingo. Tendrá, entonces, un estilo menos elaborado para la predicación. Más como para compartir puntos de reflexión con los lectores del Blog (si hay alguno, al menos con Anabelle y Deya).
1. A esta experiencia de Jesús y algunos de sus discípulos cercanos que se relata hoy en Lc, la llamamos tradicionalmente la “transfiguración”. Sobre ella me tocó escribir un cuadernillo hace unos 45 años —yo era estudiante en Salamanca, entonces— en una colección que publicábamos bajo el título de “Temas de Predicación”, para ayudar a los curas en su tarea de predicar en la misa dominical. Por lecturas posteriores tengo la impresión que la exégesis y hermenéutica habituales no han cambiado mucho la lectura de este relato evangélico durante estas más de cuatro décadas. Incluso, ya antes de repasar los comentarios y análisis bíblicos, tenemos como asimiladas algunas ideas “cajoneras” —con perdón— que suelen repetirse una y otra vez: por ejemplo, que si Jesús previendo la cercanía de su pasión y muerte quiso revelar a sus discípulos lo real de su divinidad, para evitar el escándalo y desaliento que surgiría en sus últimos momentos, que con esto podría preverse algo de cómo serían las cosas en la “vida venidera”, y otras cosas por ahí. Personalmente no me dicen mucho.
2. En los últimos años, en nuestra búsqueda de una espiritualidad profunda, se nos ha ido abriendo la posibilidad de leer el mismo evangelio desde una perspectiva un poco diferente. Esto nos permite leer este texto de hoy como un intento, una evocación, de una experiencia por la que pasaron algunos de los discípulos y que, lógicamente, tuvieron que transmitir a su manera, con sus condicionantes de entonces, dejándonos a nosotros con la dificultad de traducirlos. Esta perspectiva nos da la oportunidad de pensar que el relato de lo que llamamos la “transfiguración”, probablemente quiere transmitir una experiencia espiritual muy importante por la que ellos pasaron en algunos momentos en la cercanía de Jesús. De lo que significa ese Dios que se expresa en nuestras vidas, Jesús habló muchas veces en forma de parábolas —“El Reino de Dios, que está en medio de nosotros, se parece a …— con lo que ya nos daba la idea de la inefabilidad de lo divino. Pero pocas veces, y quizás solo en esta ocasión en la cima del monte, los evangelios tratan de transmitir algo sobre la experiencia personal de Dios a la que pudieron acercarse, al menos Pedro, Juan y Santiago. Por supuesto, no es más claro el relato que lo que pueden ser las parábolas e incluso, parece ser de otro orden. En uno y en otro caso, sin embargo, está presente el uso de símbolos: el blanco resplandeciente de las vestiduras, “ver su gloria”, el susto inicial, la posterior sensación de bienestar y belleza, la cercanía de los representantes más destacados de su tradición religiosa, la voz que sale de la nube, el llamado a escuchar a Jesús…
3. Hay como tres puntos que vale la pena dejar para la meditación: la evocación de que nuestra vida de ser humanos, aquí y ahora, representada en plenitud en Jesús, tiene una dimensión profunda que escapa a la visión normal, física, pero que es la que fundamenta todo lo que somos, y que es la presencia de lo divino en nosotros; que los seres humanos a lo largo de milenios de historia tenemos una cierta inclinación y anhelo a conocer y experimentar esa dimensión profunda de nosotros mismos. Y que, aparentemente, hay momentos en la vida de cada uno donde se puede llegar a acercarse al “borde de esa dimensión”. La espiritualidad celta habla de momentos y lugares que llama “lugares delgados”. Los define como lugares y eventos en la vida, donde la línea divisoria entre lo sagrado y lo ordinario es muy tenue, al punto de que lo sagrado se hace ordinario y lo ordinario sagrado. No lo sé, pero tengo la intuición de que quizás toda la realidad en la que estamos, y la nuestra propia, puede ser “lugares delgados”, y que nuestro desarrollo espiritual consiste en llegar a percibirla de esa manera.Ω
Maripaz está estudiando el catecismo, como corresponde a niñas de su edad, pero está muy incómoda con la idea de que Jesús tuvo que sacrificarse por nosotros, y dice que sigue SIN ENTENDER por qué tenía que sacrificarse... creo que esta homilía me permite ofrecerle una mejor explicación: para mostrarnos esa posibilidad que todos tenemos de encontrar ese límite fino que nos asoma a otra dimensión?
ResponderBorrarGracias, entro tarde, pero seguro. He estado al borde de ocupada. Aprovecho un ratito de esta semana santa para ponerme al día. Un abrazo.
ResponderBorrartotalmente de acuerdo. Personalmente creo que todo es al mismo tiempo sagrado y profano, depende de cómo lo miremos...
ResponderBorrar