conmemoración de Cristo Rey
Lect.: 2ª Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43
- El uso de las palabras no es inocente. Esto puede reiterarse cuando se trata de títulos aplicados a Jesús de Nazaret. Por eso no podemos dejar pasar que este último domingo del año litúrgico lo celebremos, sin más, como fiesta de “Cristo Rey”, sin pararnos a considerar lo que implica esa expresión. Así lo hemos hecho en esta fecha en años anteriores y añadimos ahora una consideración más por las circunstancias que nos toca vivir.
- Es indiscutible que el título de “rey” evoca hoy día una posición de poder que aplicado a Jesús puede llevar a una doble distorsión, sobre su identidad y sobre el carácter y misión de la Iglesia, de la comunidad de sus seguidores. Aunque puede también tener una interpretación constructiva. Lo que es clave es preguntarnos desde dónde leemos el texto del evangelio de hoy.
- Si lo hacemos desde el contexto de la sociedad en la que vivimos, hay que ser conscientes de que en ella prevalece la interpretación del poder regio como dominación política, social y económica. Y eso es lo que evoca, en primera instancia, el título de rey. Así se nos ha presentado en los medios hasta la saciedad a propósito del reciente fallecimiento de Isabel II, reina de uno de los más poderosos imperios que dominó por siglos más allá del territorio de Inglaterra, con efectos ambiguos, por decir lo menos.
- A esta manera de entender y practicar la función del poder que sigue una ruta de ambición egoísta, —que ha incluso influido en algunas épocas a la propia Iglesia—, el mensaje evangélico opone otra lectura, basada en el comportamiento y misión de Jesús quien huyó siempre de quienes pretendían proclamarlo rey. Los evangelistas, al menos Lucas, solo aceptan hablar de la “realeza” de su Maestro en la medida en que se asociaba a su carácter mesiánico. Y éste se reinterpretaba no en el sentido que le daban en el pueblo judío, sino en el nuevo sentido recibido de los valores que Jesús vivía y que caracterizaron una vida de servicio, de entrega al fortalecimiento de la comunidad humana, como reino de paz, de amor y de justicia.
- Esta segunda manera de entender es lo que debe tomarse como camino a recorrer por la Iglesia y por todos los cristianos y cristianas llamados a desempeñar tareas de poder, desde el ámbito familiar hasta el de la política pública. Por lo demás, se trata de un camino, no de una fórmula dogmática, ni de un recetario. Es un camino de descubrimiento de las mejores prácticas que se derivan del seguimiento comunitario de ese Jesús Mesías y que nos llevan a involucrarnos en sus mismas actividades por anunciar y fortalecer la comunidad humana como espacio del reinado de Dios.Ω
Muy valiosa y pertinente reflexión teológica en nuestro tiempo: "El mayor de ustedes sea el servidor de todos".
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