Lect.: I Corintios 12:31--13:13; I Corintios 13:4-13; Lucas 4:21-30
- Entre el domingo pasado y este, el capítulo 4 de Lucas, atrae nuestra atención al ver cómo se presenta en ese texto la misión de Jesús. Hoy hace ocho días, nos empezaba a sorprender con el anuncio de que Jesús viene para traer la liberación a los pobres y débiles a los que la sociedad rechaza. Ya esta sola primera parte de la presentación podría ser suficientemente provocativa, porque contradice la idea tan frecuente de que Jesús vino a fundar una nueva religión que superara a las existentes y como un camino distinto para dar culto a Dios y cumplir un conjunto de preceptos morales de mejor manera que otras religiones y “así ganar el cielo”. Pero lo que Lucas presenta en palabra y acción de Jesús no tiene que ver con esa concepción sino que es una Buena Noticia de alto contenido social,que apunta a cambiar una sociedad tremendamente injusta que ha marginado a amplios sectores de los beneficios que todos esperaban recibir de la “Tierra Prometida”.
- Lo interesante es que esta primera provocación de Lucas no se queda ahí. De momento, a los presentes en la sinagoga de Nazaret —gente sencilla del pueblo— hasta les pueden sonar bonitas las promesas que encierra el anuncio de la misión de Jesús, porque la entendían como algo que les iba a beneficiar directamente a ellos mismos. No deja de ser una interpretación egoísta y de actitud de superioridad sobre los demás. Entonces el evangelista Lucas da un paso más adelante y, poniendo en labios de Jesús relatos del A . T., (relativos a la viuda paganabeneficiada por el profeta Elías en tiempos de hambruna; y a la curación del sirio leproso,) les hace ver que la misión liberadora de Jesús es para toda la humanidad y no prioritariamente para los judíos y menos todavía para Nazaret, su pueblito de origen. Esta última aclaración enfurece a los oyentes que hasta pocos momentos antes le admiraban, al punto de tomar medidas extremas como el intento de tirar a Jesús por un barranco. Les indigna escuchar que un mensaje supuestamente religioso no les reafirme en su creencia de toda la vida de que ellos son destinatarios exclusivos o, al menos, prioritarios de las bendiciones de Dios, y son los únicos portadores de la verdad contenidas en la Ley y en la palabra revelada.
- Como tantas otras veces en que las lecturas sacan relatos sobre los judíos der aquella época, uno podría pensar que este relato es apenas una anécdota más de la vida de Jesús hace 21 siglos. Pero Lucas no lo cuenta con ese sentido, sino como una advertencia para los cristianos y cristianas de los siglos venideros hasta el nuestro, del peligro permanente que nos acecha de distorsionar el sentido la predicación de Jesús. ¿Por qué es un peligro permanente? Pueden darse diversas razones pero en la segunda lectura de hoy Pablo nos da su explicación con un ejemplo sencillo. En todos los aspectos de la vida, dice, cuando uno es un niño, habla como niño, piensa como niño, razona como niño. Es cuando uno se hace adulto, que deja todas las cosas de niño.
- Esto no equivale a hablar despectivamente de los niños a quienes, por lo demás, en aquella época se minusvaloraba. Hay, al menos un par de ocasiones en las que Jesús coloca a los niños en el centro del interés de la comunidad e incluso como ejemplo de cualidades que se pierden con la edad. Pero a lo que se refiere Pablo es a una dimensión clave de la vida humana en todos sus aspectos: es al hecho de que la vida es un proceso y que la madurez se alcanza progresivamente. Esto es obvio, y uno lo experimenta y lo acepta en campos como el de la educación, de las relaciones sociales, de la ciencia y otros, pero uno no suele aplicarlo a la vida de la fe y de las prácticas religiosas. Ahí también es normal que empecemos nuestra andadura cristiana con una visión infantil, elemental del evangelio, de Jesús y de Dios, de la moral cristiana, y con una manera de entender la misión de Jesús que nada tiene que ver con la que se nos presenta en este capítulo 4 de Lucas. Lo que no debería ser normal es que lleguemos a adultos y sigamos repitiendo creencias y prácticas medio aprendidas en la época del catecismo, extrañándonos y escandalizándonos de una visión del mundo del siglo XXI, muy distinta de la cultura de la Palestina de la época de Jesús, y resistiéndonos a crecer en una fe apropiada para nuestro tiempo, una fe que reflexiona, que dialoga con los que piensan distinto, y que se arriesga a seguir buscando nuevas respuestas a nuevas preguntas que probablemente nunca nos habíamos planteado cuando éramos niños. De ahí la oportunidad de que descubramos en las reacciones de los paisanos de Jesús en Nazaret, un reflejo de nuestras propias resistencias a abandonar formas religiosas y modos de pensar que pudieron sernos útiles en otros momentos de la vida pero que hoy no transportan la vitalidad del evangelio y el sentido de la misión de Jesús ante situaciones nuevas.Ω
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