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4º DOMINGO DE CUARESMA: COMENTARIO PERSONAL

 4º domingo de cuaresma

Lec.: 2 Crón 36, 14-16. 19-23; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21

 

1.   Es probable que la lectura del domingo pasado nos haya entusiasmado a muchos de nosotros. En particular por mostrarnos a un Jesús vigoroso, no simplemente como un maestro sabio, sino como un líder fuerte, coherente, capaz de  denunciar un culto que no solo encubre la injusticia, sino que es en sí mismo una injusticia, por ser un medio de explotación de los trabajadores y los pobres. Y también, por supuesto,  por denunciar  a los explotadores que eran las autoridades del templo, el sacerdocio, infiel a su misión, así como a los dirigentes judíos en general. Nos resultó, probablemente,  inevitable pensar, en nuestro propio tiempo, en la importancia de recuperar una figura valiente de Jesús, para enfrentar injusticias y explotación, y liberar a la Iglesia de manipulaciones interesadas de todo tipo, disfrazadas a menudo de causas moralizantes o simplemente ritualistas.

2.   De manera parecida, después del incidente del Templo, dice el evangelista que muchos creyeron en Jesús al ver los signos que realizaba. Se entusiasmaron también como nosotros. El mero hecho de haber formado un látigo de cuerdas, para librar al Templo de los que lo mercantilizaban, era significativo y considerado un signo mesiánico. Pero Jesús, añade Juan, “no se fiaba” de  estos seguidores. No era suficiente verlo como “mesías”, lo importante era cómo se interpretaba este carácter mesiánico. Podía verse como un “mesías de poder, de fuerza”, un líder político, como muchos esperaban, que desplazaría a los que mandaban en ese momento. O como un “mesías de la Ley y del orden”, abocado a reconstruir la sociedad, a base de explicar correctamente, mandamientos y preceptos e inculcar su práctica, sin las distorsiones introducidas por corruptos dirigentes del Templo y la política. Algo así definía la expectativa con la que Nicodemo fue a visitar a Jesús un poco a escondidas, de noche.

3.   Pero ambas interpretaciones, aunque contienen parte de verdad, recortan, y en mucho, la identidad de Jesús y de su misión. En el pasaje evangélico de hoy Juan utiliza un ejemplo de la vieja historia del pueblo de Israel, que resulta medio extraño para nuestra mentalidad actual. Se trata de un episodio, durante la travesía en el desierto, narrado en el libro de los Números. (Núm 21, 4 - 9), Cuando, ante la plaga de serpientes venenosas recibida como castigo por la impaciente queja del pueblo, fabrica Moisés, por indicación de Dios, una serpiente de bronce y la levanta en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada quedaba curado. Juan utiliza el símbolo para compararlo con Jesús levantado en alto, —alusión anticipada a la cruz— para que todo el que lo mire y crea en él no perezca sino que tenga la vida del Eterno. Este no es un mesías de poder político, ni un guardián de la Ley y el Orden. Es el hijo de Dios, el hijo del Hombre, que viene a ayudarnos a descubrir el camino de la plenitud de vida, de la “vida definitiva”. Este camino no es otro, en la perspectiva del evangelista, que la entrega de sí mismo hasta el extremo. Se identifican así, tres dimensiones de la identidad de Jesús: la plenitud de vida que tiene y ofrece, el amor de entrega que la realiza y el hecho de que estas cualidades son visibles para todos, lo que desde el prólogo del evangelio de Juan, se llama “ser luz”.

4.   A menudo me pregunto cómo es que esta clara presentación de Jesús que nos comparten Juan y su comunidad puede haberse diluido y haber sido sustituida por prácticas religiosas que nada tienen que ver con la Buena Noticia y que incluso la contradicen, o bien enfatizando el temor a la condenación , —olvidando que “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”—; o bien reduciendo la iluminación del evangelio a la afirmación de construcciones doctrinales dogmáticas, —sin priorizar la luz que irradia la existencia del maestro de Nazaret; o bien temiendo que la valoración de las actividades de la persona humana rivalicen con el servicio  a Dios, —sin recordar que Jesús, hijo de Dios, hijo del Hombre, es la máxima expresión de lo humano en quien se hace presente y se manifiesta la vida divina. Un año más se acerca la celebración de la Pascua, ocasión para repensar los criterios que caracterizan lo que consideramos nuestra “visión cristiana” de la vida.Ω

Comentarios

  1. Hay algo sublime en la representación de Jesús como Mesías fuerte y poderoso, pero en realidad para mí lo más importante que hizo Jesús fue acercarse a los más humildes y necesitados. Ahí está para mi la clave de la Salvación, debemos hacemos pequeños ,humildes y solidarios para que la figura de Jesús no nos pase de largo, sino que se nos incruate de alguna manera, en el alma y en la mente, que sintamos su fuerza dentro de nosotros unidos en oración por los más necesitados, dando un la mano al que lo necesita (sin carencia con el) ser simplemente una imagen de Jesús mismo.

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