Lect.: Deut 30:10-14; Col 1:15-20; Lc 10:25-37 A nivel de las palabras que decimos, a nivel del discurso de curas, catequistas y padres de familia, cada vez más se ha ido extendiendo la convicción de que lo que cuenta en la práctica religiosa es el amor al prójimo. Incluso de que ahí está la prueba de nuestro amor a Dios. Ya esto no se discute. Pero, como no podemos escaparnos de esa exigencia evangélica, nuestra falta de transparencia ha encontrado otro truco para seguir con una vida en la que nadie nos moleste . Consiste en decirnos: “ sí, es cierto, hay que amar al prójimo, pero, ¡ojo!, hay que entender qué quiere decir “prójimo”. Porque si “prójimo” equivale a “próximo”, ese inmigrante, con otro acento, quizás otra lengua y otro color de piel, no me resulta muy “próximo”. E incluso esa otra persona, aunque es de por acá, me parece que quiere manipular mis sentimientos con las supuestas historias que me cuenta, o como se presenta. Más que prójimo, parece ser un vividor
Reflexiones a partir del texto evangélico de la celebración eucarística de cada domingo, considerando su estudio exegético y leído desde algunos de los retos del entorno de nuestra vida actual. Bienvenidos los comentarios.