Concluye la celebración del prolongado día de Pascua del 2024. Como decíamos el domingo pasado, nos ha servido para cobrar conciencia de la existencia de esa dimensión más profunda de nuestra vida, que llamamos "resurrección", en la que esa plenitud de vida humana se funde con la misma vida de la divinidad. Sabemos que nuestra existencia es ahora conducida por el mismo Espíritu de Cristo en un proceso en el que nos encontramos dentro de la presencia ininterrumpida y constante del Viviente. Con nuestros altos y bajos, nuestros compromisos y contradicciones, tal y como es connatural a nuestra humanidad.
Al repasar mis reflexiones de los últimos años sobre la "celebración de la Trinidad", me parece valioso recuperar, entre otras, las siguientes. La primera, que l a experiencia nos enseña lo inadecuadas que son las solas palabras para expresar nuestros mejores sentimientos y nuestras profundas convicciones. En realidad, es algo que ya antes sabíamos que pasaba sobre todo cuando tratábamos de compartir la alegría sentida, el disfrute de la vida, la intensidad del amor… Y es algo que deberíamos también haber constatado al meternos a “hablar de Dios”, porque detrás de esa palabra, ese nombre, “Dios”, tocamos la realidad más profunda de nuestro ser, de nuestra persona, de esa realidad que está en cada uno de nosotros pero que es más grande que nosotros. Lo normal, entonces, es que el lenguaje verbal siempre se quede corto y nos deje insatisfechos. L o primero que aportó la Buena Nueva fue la oportunidad, no de aprender una verdad teológica , sino de vivir la experien...
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