- Se supone que uno de los propósitos de las fiestas litúrgicas es pedagógico. Se trataría de desglosar diversos aspectos del mensaje evangélico para facilitar su comprensión. Y se suponía también que al asociar cada aspecto del mismo a un "episodio" o dimensión de la vida de Jesús, esto daría más vitalidad y dinamismo al anuncio de la Buena Nueva. No sé en que medida esto se logró en siglos pasados, pero me temo, desde hace tiempos, que hoy en día" el modo de realizar la celebración litúrgica más bien desorienta la formación en la fe de los creyentes contemporáneos. En vez de una comprensión progresiva del Mensaje se produce una fragmentación del mismo y una pérdida de visión de conjunto y, al mismo tiempo, al asociar cada "fragmento" a recuerdos de diversos momentos sucesivos de la vida de Jesús, se crea la impresión de que se está intentando construir y reproducir un resumen biográfico de ésta. Un paso más y caemos en una lectura literalista y fundamentalista del Evangelio.
- Un ejemplo del problema lo tenemos en la celebración actual. Probablemente todo cristiano, hombre o mujer, aprendió que el domingo de Pascua conmemoraba el "momento" de la resurrección, tres días después de la muerte en la Cruz; luego, un día como hoy, —fiesta de la Ascensión— conmemoraba otro "momento", cuando Jesús, 40 días después, "subió" a los cielos y "se sentó a la diestra del Padre". Finalmente, cuando se cumplen 50 días, desde ahí envían al Espíritu Santo a la primera comunidad, lo que conocemos como fiesta de Pentecostés.
- Sin embargo, es probable que el mensaje se nos haga más accesible si pensamos que la liturgia nos está invitando a celebrar una sola fiesta, un único acontecimiento, el de la Pascua o Paso de Jesús y de cada uno de nosotros, a una Vida Nueva, a la vivencia del nivel más profundo de la vida humana. Ese Paso implica tres aspectos, la muerte del "hombre viejo" e inicio de la vida nueva, que llamamos "resurrección", en la que esa plenitud de vida nueva se funde con la misma vida de la divinidad, de tal manera que somos ahora conducidos por el mismo Espíritu de Cristo. En este único acontecimiento de nuestra Pascua nos "sumergimos" desde el Bautismo y toda su virtualidad se va desplegando a lo largo de nuestra vida hasta alcanzar "la estatura misma" de Jesús, Hijo del Hombre, Hijo de Dios. Y a lo largo de todo este proceso nos encontramos dentro de la presencia ininterrumpida y constante del Viviente. Hablar de "a los tres días", o cuarenta, o cincuenta, de "subir" o "sentarse" no son sino pobres intentos por expresar, o balbucear las experiencias por las que atravesaban mientras crecían en la vida nueva y quizás queriendo usar expresiones simbólicas de la Escritura.Ω
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