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5º domingo t.o.

Lect.:  Is 6:1-2, 3-8; I Cor 15:1-11; Lc 5:1-11

  1. El domingo pasado comentábamos el momento en que intentan despeñar a Jesús, a la salida de la sinagoga de Nazaret. Es precisamente cuando él proclama e inicia su misión evangélica. Decíamos que, al enunciar su misión en términos de misericordia y no de castigo, de servicio a los pobres y a los marginados, y no de mantenimiento del poder religioso y político nacional, los que lo escuchan en la sinagoga se sienten afectados por este discurso. Jesús toca en ellos “dos puntos débiles que a los seres humanos se nos repiten en todos los tiempos: el temor a los cambios novedosos y el temor a la pérdida de nuestras posiciones privilegiadas, cuando las tenemos. Porque ambas cosas nos producen mucha inseguridad en nuestras vidas.”  En esta misma dirección, en el texto de hoy de Lucas, de manera simbólica el evangelista está diciendo a su comunidad, que todas las comunidades cristianas están retadas siempre por esta invitación de Jesús, a remar mar adentro, es decir,  a no quedarnos cerca de la orilla confortable, —de nuestra rutina religiosa eclesiástica—, a proyectarnos y trabajar mucho más allá de las paredes de los templos, de los ambientes y grupos católicos, en una palabra, más allá de los espacios en que nos sentimos seguros y confortables porque ahí nos encontramos solo los que pensamos igual, y podemos repetir los mismos sermones, enseñanzas y moralizaciones, confiados en que nadie nos va a contradecir. Remar mar adentro significa que las Iglesias deben renunciar a encerrarse en sus reducidos rediles y salir a dialogar con otros grupos humanos, con otras tradiciones religiosas, con otros hombres y mujeres que piensan y valoran las cosas de manera distinta que nosotros. Solo de ese encuentro con tantos y diversos grupos y culturas humanas, saldrá más fortalecida, más esclarecida y completa la predicación de la buena noticia. Solo así demostraremos que en realidad estamos convencidos de que todos somos iguales delante del amor misericordioso de Dios, de que todos necesitamos de esa misericordia y todos, no solo nosotros católicos, por misericordia hemos recibido de parte de Dios la capacidad de conocer la verdad y la de amar.
  2. Remar mar adentro” es lo que está haciendo el Papa Francisco, dejando seguridades y comodidades. Por eso se ha ido despojando de rasgos innecesarios y que incluso estorban, heredados del papado de siglos anteriores. Por eso está, entre otras cosas, tratando de acercarse y hablar con otras iglesias y dirigentes religiosos (va a reunirse, por ejemplo, en pocos días con el Patriarca de Moscú, de paso por Cuba, y el 31 de octubre en Suecia, para conmemorar  con los líderes de la Federación Luterana Mundial, los 500 años de la Reforma de Lutero).
  3. Ante esa invitación de Jesús a romper con prácticas que nos paralizan, ante sus iniciativas y las del Papa para expandir horizontes afectivos, mentales, de comprensión y fraternidad no todos fueron y serán aplausos. Hemos visto lo que tuvo que pasar Jesús en la sinagoga, y hemos oído los ataques que experimenta el propio Papa, desde dentro de la misma Curia Romana y de algunos obispos y sacerdotes.  Pero incluso puede ser que haya otro tipo de reacciones negativas, sin mala intención, como la de Pedro que se siente pecador e insignificante para este tipo de misión al que Jesús invita. Confiamos, como siempre, en que el Espíritu de Dios nos de la madurez necesaria para romper nuestros viejos moldes, para abrirnos y aceptar todo lo que podamos recibir de verdad y amor de aquellos diversos de nosotros que encontraremos, ciertamente, tan pronto como empecemos a remar mar adentro.”Ω



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