Lect.:
Éx 3:1-8, 13-15; I Cor 10:1-6, 10-12; Lc 13:1-9
- A pesar de lo que hemos madurado en nuestra formación cristiana en las últimas décadas, —sobre todo a raíz del impacto del Concilio Vaticano II y, en América Latina, de la Conferencia de Obispos de Medellín—, no es raro oír todavía expresiones que obedecen a una religiosidad tradicional que no reflejan la espiritualidad evangélica y se refieren a males que suceden, como “castigo de Dios”. A veces puede tratarse de un acontecimiento natural, como un terremoto o un huracán. O una enfermedad como el sida, o las transmitidas por ese famoso mosquito que carga el dengue y demás compañía, … Tal vez casi nadie diga ya directamente que cree que Dios manda esos males como castigo, pero indirectamente algo de esa creencia permanece cuando se pide que Dios “nos libre de ellos”. O, cuando se dice en oraciones o en canciones, —como esa que tanto he criticado aquí y que vuelve a aparecer en cada cuaresma: “no estés eternamente enojado, perdónanos Señor”. Una imagen de Dios, con rasgos de humanos imperfectos, hecho a nuestra peor imagen y semejanza.
- En el pasaje de Lucas que acabamos de leer, la comunidad del evangelista une dos textos originalmente separados. En el primero, Jesús se enfrenta con su experiencia espiritual a una visión mágico-religiosa, comprensible en esa época, de poco nivel educativo, y echa por tierra con contundencia esa creencia de un Dios que castigando con males naturales, sociales o políticos los pecados de sus propias criaturas. Jesús enfrenta esta creencia en respuesta, aparentemente, a inquietudes de la gente sobre qué podía significar un accidente de unos a los que le cayó una torre encima y, sobre todo, un crimen político religioso cometido por Pilatos en el Templo, ambos con un considerable número de víctimas. Jesús hace ver que cuando suceden esos daños, incluso los naturales, se deben a responsabilidad humana y no a castigos sobrenaturales. Lo de la torre, podía ser por defectos de construcción o algún tipo de imprudencia, y el crimen de Pilato, claramente por una motivación política distorsionada y cruel. De ahí el llamado a que nos “convirtamos”, es decir, a que cambiemos de mentalidad, a que veamos la realidad desde otra perspectiva y a que actuemos en consecuencia. Es una advertencia para que no carguemos a Dios lo que es responsabilidad humana y cobremos conciencia de la responsabilidad que todos tenemos sobre la vida y felicidad de los demás y sobre la vida e integridad del planeta, porque cualquier acción u omisión que salga de cada uno de nosotros repercute en el bienestar o perjuicio de los demás y de la naturaleza porque, en el fondo, todos somos parte de una unidad, un solo cuerpo, diversas manifestaciones de una única fuente de vida y existencia. El papa Francisco en su última carta encíclica, “Laudato si” nos ha recordado insistentemente nuestra estrecha vinculación con el conjunto del planeta, con la Madre tierra y con todas sus criaturas. Nadie puede escapar de esa corresponsabilidad.
- Nuestra conversión puede empezar a darse en el momento en que reconocemos que Dios no es un ser externo a nosotros, alguien allá lejos en las alturas, que premia o castiga, sino cuando descubrimos que lo que llamamos “Dios”, quien es, en realidad, el innombrable, es una presencia en nosotros. Como lo entendió Moisés, —y nos lo recuerda la primera lectura, el ”nombre” de Dios, Yavé, no es un nombre sino más bien la indicación de una presencia que está en todo, de la que participamos porque está en la raíz de nuestra existencia, de la de todos. “Yo soy”, “Yo seré” y “Yo estoy siendo, —sentido del nombre de Yaveh,— en lo que cada uno de Uds. y en cada uno de lo seres es y les da existencia. Si descubrimos esto podemos descubrirnos a nosotros mismos participando del ser de la divinidad, de la fuerza y capacidad divina dentro de nuestra propia fuerza y capacidad. Fuerza para crear o destruir, pero que vivida en la fuerza del Espíritu de Dios, está guiada por su amor de misericordia, que siempre encuentra formas de transformar las posibilidades de destrucción en realidades de construcción y plenitud. Aquí empieza y aquí se desarrolla nuestra conversión a la que nos llaman las celebraciones litúrgicas de este tiempo de cuaresma.
- No se puede sobrevivir con una imagen de un Dios que aterroriza con amenazas de castigos, además de que no es, para nada, el que Jesús experimentó como su Padre. La vida, en cambio, se llena de luz y de esperanza cuando se llega a experimentar a Dios en el propio caminar, en el propio disfrutar e incluso en el propio sufrir, así como en los de los demás. Un gran espiritual laico del siglo XX, Marcel Légaut, hablaba de su experiencia de Dios ligada a su “certeza de una acción dentro de mí que siendo mía no era solo mía”. Para alguien fallecido recientemente, Federico Sánchez Peral, —un amigo de un gran amigo mío—, esa frase de Légaut le motivó en su búsqueda espiritual hasta el momento de su muerte. Y en un artículo que escribió, ya muy enfermo, dice que a ese propósito le “viene a la memoria una canción de Jorge Drexler , —“Al otro lado del río”, “cuya letra le lleva a confiar en la acción de aquellos que sin ser necesariamente los más visibles, eligen ser discípulos del viviente inseguro que fue Jesús de Nazaret. A través de ellos, siempre es posible descubrir el paso de lo religioso a lo espiritual”. Se puede escuchar la canción, por ejemplo, en https://www.youtube.com/watch?v=cg1wDc9JVB4
- Pero vale la pena concluir esta reflexión leyendo la letra:
“Al Otro Lado del Río”
Jorge Drexler
Clavo mi remo en el agua
Llevo tu remo en el mío
Creo que he visto una luz al otro lado del río
El día le irá pudiendo poco a poco al frío
Creo que he visto una luz al otro lado del río
Sobre todo creo que no todo está perdido
Tanta lágrima, tanta lágrima y yo, soy un vaso vacío
Oigo una voz que me llama casi un suspiro
Rema, rema, rema-a Rema, rema, rema-a
En esta orilla del mundo lo que no es presa es baldío
Creo que he visto una luz al otro lado del río
Yo muy serio voy remando muy adentro sonrío
Creo que he visto una luz al otro lado del río
Sobre todo creo que no todo está perdido
Tanta lágrima, tanta lágrima y yo, soy un vaso vacío
Oigo una voz que me llama casi un suspiro
Rema, rema, rema-a Rema, rema, rema-a
Clavo mi remo en el agua
Llevo tu remo en el mío
Creo que he visto una luz al otro lado del río”.
Profunda reflexión Jorge Arturo, que me llena de esperanza. Soy más simple y menos espiritual que mi marido, pero estoy segura que "desde el otro lado del río" él es feliz con tu reflexión y con mi intento de seguirle en ese mismo pensamiento, esa misma fe, ese camino que, con su mano en mi remo, intenta guiarme hasta llegar al momento en que como él, esté preparada para mi fin como el lo estuvo. Antes de fallecer me dijo, estoy tranquilo, te tengo a ti y tengo mi fe en Jesús. Aunque yo ya no le tengo vivo a mi lado se que me acompañará hasta que llegue el momento de mi personal encuentro con Jesús y entonces todo habrá válido la pena.
ResponderBorrarSaludos cordiales,
Mimi J. Ridruejo, viuda de Federico Sánchez Peral
Gracias Mimi Jiménez-ridruejo, por tu comentario que, junto con lo que te ha dejado Fico, tu marido —nos ha dejado, aunque yo solo le conocí a través de lo que comentaba nustro común amigo Domingo Melero— nos anima a "seguir remando". ¡Cómo une esta búsqueda común de ese Dios que es presencia en nosotros! Te cuento que en la mesa de mi comunidad, a la comida, orientados por lo que nos había contado Domingo, escuchamos la Salve marinera en memoria de Fico.
ResponderBorrarGracias jorge arturo. Comentarios como el tuyo nos ayudan a mis hijos y a mi a seguir adelante. Un abrazo. Mimi
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