Lect.:
Is 50:4-9; Flp 2:5-11; Lc 19: 28 - 40 (evangelio de la celebración de Ramos).
- Tradicionalmente se habla de este domingo, inaugural de la Semana Santa, como el de la "entrada triunfal de Jesús en Jerusalén". Pero eso de "triunfal" no puede entenderse con los criterios habituales que aplicamos en el mundo del espectáculo, del deporte y menos en el de la política. Jesús entra en Jerusalén montado en un burrito, sin el despliegue de los desfiles de exhibición de poder, lujo y ostentación que caracteriza a los que se pretenden líderes de este mundo. Y, como comentaba el papa Francisco en su homilía de esta mañana, la multitud que acoge a Jesús con entusiasmo y alegría, está compuesta por aquellos en quienes ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Nada parecido a una toma de posesión de príncipes y presidentes como los conocemos.
- Y, sin embargo, Lc inspirándose en Zacarías 9:9-13, lo presenta como el ingreso de un rey triunfante y victorioso pero, en otros términos, paradójicos y contradictorios que, humilde, desde el lomo de un burrito derrota a carros de guerra, termina las batallas y establece la paz a las naciones hasta los confines de la tierra. Es, desde una perspectiva nueva y distinta una toma de posesión, una toma del poder, como hablan los políticos, pero una toma del poder por el servicio.
- El papa Francisco nos ha hecho soñar con esa posibilidad, con la de convertir el poder y la autoridad en servicio, y a eso invitaba a los líderes de las naciones. Sí que sería una verdadera revolución. En su homilía de hoy Francisco llamaba nuestra atención a las innumerables heridas que inflige el mal a la humanidad. Guerras, violencias, conflictos económicos a nuestro alrededor y que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que nadie puede llevárselo consigo, decía. (Y añadía el ejemplo de un dicho de su abuela: la mortaja no tiene bolsillos).
- La celebración de esta semana que iniciamos es llamado a tomar conciencia de esta dura realidad, producto no de la fatalidad sino de esa distorsión del poder político y económico que no se ejerce como servicio sino como ambición egoísta. Pero, al menos, un sueño más modesto para nosotros sería el de lograr esta transformación al interior de la Iglesia, que nuestras parroquias sean comunidades de servicio, para poder colaborar a la transformación más grande en la sociedad entera.Ω
Hola Padre:
ResponderBorrarQue lástima que no escuhcamos esta homilía en la misa de hoy. Realmente encierra una visión que habría la pena lograr que muchas personas escucharamos.
Gracias por compartirla en su blog