Lect.:
Ex 3, 1-8a. 13-15 I Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9
- Hemos venido hablando, los primeros dos domingos de cuaresma, de una visión evangélica que podríamos llamar realista. Nos invita a reconocer que nuestro encuentro con nosotros mismos y con Dios no tiene lugar en situaciones ideales, ni en ambientes de idilio religioso, sino en medio de los conflictos e incluso del dolor y sufrimiento recibido de otros. Esos son los rasgos de la vida cotidiana y en esa vida, tal cual, estamos invitados a descubrir lo que cada uno de nosotros es y al Dios presente en el ser auténtico de cada uno.
- Podemos decir que entendemos esto y nos parece muy positivo. Pero todavía pudiéramos sentir una cierta inquietud, parecida a la que Lc refiere en el texto de hoy, que nos hace alegar como los que rodeaban a Jesús en este episodio, "Bueno, puedo encontrar a Dios en las buenas y en las malas; pero, cuando me suceden cosas muy negativas, o que considero como tales, ¿no será que ya me estoy encontrando con un Dios que me está castigando? O, como algunos dicen a veces, ¿no será que este sufrimiento o este conflicto me está adelantando ya un poco del purgatorio que me toca? ¿No será que esta enfermedad, esta muerte de un ser querido o aquella otra calamidad, son mandadas por Dios para jalarme las orejas y llamarme a rectificar mi vida de pecador?
- El evangelio no es ni un libro de ciencia, ni un tratado de filosofía que teoriza sobre el origen del mal en el mundo y, en concreto, en mi propia vida. Es un mensaje acerca del Dios vivo tal y como lo experimentó Jesús. Y lo que hoy presenta Lc es una experiencia de Dios, vivida por Jesús, en la que no se le compara con un Juez, un guardián de la ley o un docente autoritario y represor, enojados con las imperfecciones de sus subordinados. Se le compara más bien con un cuidadoso y dedicado jardinero que, al toparse con que uno de los árboles de su terreno tiene problemas y que no da fruto, no acepta la sugerencia de cortarlo como a un estorbo, sino que él mismo se promete remover la tierra alrededor y ponerle abono para ayudarle a superar sus problemas.
- Así es el Dios Padre que experimentó Jesús, un Dios que nos cultiva con paciencia y cultiva nuestra capacidad de cambio. A menudo esta capacidad es lo que más nos falta. Lo que más nos amarra es una visión religiosa, moralista y legalista que no nos permite valorarnos en lo que somos. Y ni nos cuestionamos esa manera de vernos y de valorarnos y de planear nuestra vida. En media cuaresma, entonces, se nos pide descubrir, también el valor de cada uno, y con ello de esa capacidad de crecer, de desarrollar nuestro ser auténtico, imagen y semejanza de Dios. Nuestra capacidad de cambiar y de cultivar esa capacidad. No Implica soñar con que de la noche a la mañana empezaremos a producir extraordinarios frutos de virtud. Sino, más bien, en algo más realista, aunque no más sencillo. Aceptar que, al descubrir lo que realmente somos, podemos cambiar de modo de pensar y de hacer las cosas, de modo de priorizarlas, de modo de realizarlas, de modo de organizar nuestra vida, sin apegarnos a esquemas moralizantes y ritualistas que hemos tenido por años y que no nos permiten volar alto. Y, junto a esa aceptación, podremos agudizar nuestra visión para experimentar esa presencia divina que en cada uno, nos está abonando, regando, dando continuas oportunidades de cambio y crecimiento.Ω
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