Lect.:
Isaías 43, 16-21; Filipenses 3, 8-14; Juan 8, 1-11
- Los seres humanos no podríamos sobrevivir sin leyes, sin sistemas de seguridad, educativos, de salud... En todos los momentos intermedios de nuestra evolución, en que nos encontramos, cuando aún no hemos alcanzado como especie un nivel elevado de desarrollo humano, para poder convivir sin destruirnos y sin destruir la naturaleza de la que formamos parte, necesitamos instrumentos legales, organizativos, restricciones, premios y castigos, que nos ayuden a comportarnos debidamente. Por eso, entre otras razones, las leyes son necesarias. Pero presentan también serios problemas. El más serio se da, no cuando rompemos las leyes y normas éticas, sino cuando nos olvidamos que son medios al servicio de una sociedad más humana, y las absolutizamos, las convertimos en un fin en sí mismo, al punto de no fijarnos si están sirviendo o no al bienestar de las personas. Un ejemplo histórico de estos olvidos bárbaros, nos lo da la ley del castigo a la adúltera, del que nos habla el texto evangélico de hoy. Una verdadera atrocidad que, por desgracia, no solo se daba en tiempos de Jesús, sino en nuestros días en algunos países de África y de Oriente. (Recordemos hace un par de año la campaña internacional para salvar la vida de una mujer en Irán condenada a esa pena capital).
- Pero, por desgracia, esa distorsión, de anteponer en la práctica las estructuras legales e institucionales al bienestar de las personas, se ha dado también en el ámbito religioso occidental. Conocemos enseñanzas y prácticas que, a lo largo de siglos, se han impulsado en nombre del cristianismo, en nombre de los mandamientos de Dios, y que han conducido al irrespeto de los derechos humanos de grupos de personas, a la subordinación de las mujeres, a la condena de teólogos que piensan distinto a los oficiales, a la discriminación racial, al antiislamismo, o a la homofobia... Por mencionar algunos casos. No se apedrea a muerte a esos grupos de personas, ni se les lleva a la hoguera hoy, pero se les silencia, arrincona o margina de la vida social
- Las dos primera lecturas de hoy están cargadas de esperanza. " mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" Dice en nombre de Dios, el profeta Isaías. Y Pablo añade: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús." En esta semana en que los católicos nos hemos alegrado de la elección de un nuevo Papa de gran sencillez, sin ninguna ostentación de poder, comprometido con los más pobres,... resuenan esos anuncios de algo nuevo. Nos sentimos movidos por Isaías y Pablo, por el Espíritu que, en cada uno de nosotros crea actitudes nuevas, para ayudar desde la base al Papa Francisco a fortalecer comunidades cristianas en las que una actitud espiritual profunda despoje a las leyes, instituciones y estructuras eclesiásticas de todo apego al poder y las ponga al servicio de la plenitud de la vida humana para todos sin excepción.Ω
Comentarios
Publicar un comentario