1. El domingo pasado
veíamos a unos discípulos del Bautista preguntando a Jesús "dónde
vive", es decir, interesados en saber cómo vivía, cómo es esa vida
espiritual de Jesús, cómo es esa experiencia de Dios que tiene Jesús que
hizo a Jesús ser como era. Y vimos también que Jesús les hace ver que no hay otra forma de descubrirlo que
experimentando por sí mismos lo que él vivía y experimentaba. No mediante
libros, doctrinas o intermediarios, sino mediante
la experiencia personal. Pero, podemos preguntarnos, ¿Experiencia de
qué? De la vida de Jesús, sí, pero ¿Cómo tener esa experiencia?
2.
A lo largo de la historia los cristianos han dado diversas
respuestas a ese interrogante. Hay dos especialmente frecuentes. Una, es pensar que para experimentar la
vida de Jesús hay que huir del mundo, buscando un lugar apartado para que
ahí, libres de todas las preocupaciones del mundo material, Dios se les
manifieste. Otra consiste en pensar
que como seres humanos la mayoría de los cristianos tenemos que seguir inmersos
en la vida material ordinaria, familiar, laboral, económica, política..., pero que debemos reservar un trozo de nuestra
vida, de nuestras ocupaciones, de nuestro tiempo, para dedicárselo a las
prácticas religiosas en las que se supone que vendríamos a experimentar la
vida de Jesús. Estaríamos así viviendo, como quien dice, en dos niveles, al
mismo tiempo. En el que llamamos "profano", que consume la mayor
parte de nuestro tiempo, y en el que llamamos "sagrado", que consiste
en unos pocos ratos por semana de oración y ritos sacramentales.
3. Pero, como dice Mc
desde el comienzo de su escrito, la
buena noticia que nos trae Jesús nos dice que la experiencia que él tuvo de
Dios la tuvo viviendo la vida humana normal, pero viviéndola a plenitud, en
profundidad; que el reino de Dios, es decir, el encuentro con Dios que todos anhelamos está cerca, a mano, dentro de
cada una de las actividades normales de nuestra vida. No hay que huir de lo
humano y material para experimentar la vida de Dios. Hay que zambullirse más bien en lo humano, como lo
hizo Jesús, para experimentar la vida divina que nos sostiene y nos libera.
Esta es la buena noticia, que en el idioma original se traducía con el término
"evangelio".
Pero,
como dice Mc, para confiar en esa
"buena noticia" hay que convertirse, es decir "cambiar de
mentalidad", porque estamos demasiado influidos por siglos en los que se nos cultivó una desconfianza de lo
humano, a pesar de que con la boca confesábamos que Dios se había hecho hombre.
Hay que convertirse, cambiar nuestro
modo de ver lo que somos, y distinguir entre lo que construye lo humano, que
nos abre a la experiencia de Dios, y lo que destruye lo humano, que nos bloquea
a la experiencia de la vida divina. En este sentido, además, ser
"pescadores de hombres" no equivale a ser reclutadores,
proselitistas, sino que podemos interpretarlo como "recuperadores de lo humano" en cada uno,
"despertadores" de lo divino que hay en cada ser humano. Esta
conversión de mentalidad es en la que confiamos en avanzar en este año nuevo si
lo descubrimos como un tiempo oportuno,
único para realizar algo trascendente para nuestra vida.Ω
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