Boda de Edwin Andrés y Estela,
Lect. Ps. 127, 1 Cor 13, Jn
1. Una de las primeras preguntas que les hago antes de aceptar o no la invitación a presidir la eucaristía de una boda es “¿por qué quieren casarse por la Iglesia, en una celebración religiosa?” Aunque parezca raro, la pregunta no tiene siempre una respuesta fácil y válida, al menos para mí. Con frecuencia, la pareja dice que se casan aquí, de esta manera, para recibir la bendición de Dios, para que Él los proteja y esté presente junto a la pareja en la andadura que van a emprender, en la familia que van a construir. Quizás les parezca más raro todavía, pero me parece que esa respuesta, así sin más, no corresponde al verdadero espíritu del evangelio.
2. Y no corresponde, por dos razones. Por una parte, porque es una manera muy pobre de representarse a Dios, como alguien tan poco generoso que restringe sus bendiciones tan solo a los que se casan en el templo católico dejando por fuera a los millones de parejas en el mundo que no lo hacen. Pero hay otra razón más fuerte todavía y está ligada al salmo que acabamos de escuchar. Decía esa hermosa oración que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. A lo que se nos alienta con estas frases es a desear de todo corazón que sea Dios el que construya nuestros proyectos y entre ellos, el de construir una relación de pareja y una familia. Pero eso no es equivalente a decir que si se casan en la Iglesia Dios va a dejar caer una lluvia de bienes sobres este. Hace pocos días, me prestaron unos CD para que escuchara unas conferencias de espiritualidad, ahora que tengo más dificultades para leer, por mi enfermedad reciente. Una de las cosas que me hizo gracia al oírlas, fue la manera de referirse a esa actitud interesada con que nos acercamos a Dios para decirle que bendiga nuestros proyectos, que nos dé salud, bienestar, o lo que sea. Decía la conferencista que con esa actitud, como la que asumimos al presentarle a Dios toda esa lista de regalo de bodas, no le entregamos a Dios la construcción de nuestra casa, sino que lo llamamos como una subcontrata. Lo tomamos como un depósito de materiales, que nos consiga esto o lo otro o, como un buen ingeniero eléctrico que nos haga instalaciones de maravilla o, a lo sumo, lo aceptamos como consultor asociado, o como controlador de calidad de la construcción y guardia calificado de seguridad de la obra; pero la dirección del proyecto de construcción, los planos, el tipo de casa y lo que queremos hacer con ella, eso que es lo importante, que da sentido al proyecto, eso nos lo dejamos en nuestras manos, en nuestro exclusivo poder de decisión. Y esto, entonces, por mucha celebración sacramental que hagamos hoy aquí, no equivale a dejar que el Señor nos construya la casa.
3. ¿En qué consiste entonces, Edwin y Estela, dejar que sea el Señor el que construya la casa, la familia, el proyecto de pareja que Uds. están empezando? Y, ¿por qué resulta tan fácil confundirse y creer que entregar a Dios este proyecto de matrimonio es equivalente a pedirle toda suerte de bendiciones para la pareja? Probablemente el motivo de esta frecuente confusión está en la manera que tenemos de representarnos a Dios y a nosotros como dos realidades separadas y distantes. Él, el todopoderoso, allá arriba, el que todo lo tiene y con el que conviene llevarse bien; y nosotros, aquí abajo, indigentes, que necesitamos de su apoyo en nuestros proyectos. A la hora de nuestra construcción creemos que el mejor negocio es conseguirlo a Él como subcontrata. Para superar esa confusión y dejar realmente que Dios construya la casa es necesario afinar nuestra conciencia de lo que somos y descubrir, como decía san Pablo, que en Dios somos, nos movemos y existimos, es decir, que la divinidad está en nosotros o, mejor dicho, que nosotros estamos en la divinidad. Esa divinidad es la fuente de vida plena y la fuente del ser que nos une a todos en el universo. Esa fuente de vida está en nosotros, o nosotros en ella, y es la que nos establece en comunión plena con todos los demás, que busca ponernos al servicio de la vida y no poner toda la vida a nuestro servicio. Cuando dejamos que esa inmensidad de la que somos parte, fluya libremente en nosotros y lleve las riendas de lo que somos y lo que tenemos poniéndonos al servicio de la vida, de la felicidad y la plenitud de todos, solo entonces estaremos realmente dejando que Dios construya nuestra casa.
4. Permítanme que concluya con un ejemplo de la anatomía y fisiología de la enfermedad que acabo de sufrir. Mañana hará cuatro semanas que experimenté un accidente vascular cerebral, lo que solemos llamar un derrame cerebral. Por razones desconocidas, un pequeño coágulo se desprendió de alguna parte de mi cuerpo y se colocó en una arteria pequeña de mi cerebro, privando de riego sanguíneo y oxígeno al área que controla los mecanismos de mi visión. Bastaron unos pocos minutos de separación, quizás segundos, para que parte de las neuronas que determinan el campo de imagen de mis ojos murieran afectando las funciones correspondientes. La separación, el aislamiento del riego del resto del cerebro y del organismo, no hizo de esas neuronas unas entidades autónomas exitosas. Todo lo contrario. No hace falta que explique mucho el evento como metáfora. Edwin y Estela, el Señor construirá su casa, su familia el proyecto que hoy empiezan, si logran que ningún “coágulo” de egoísmo ignorante los aísle de la fuente de la vida divina que está en Uds. y que los pone al servicio de la vida y los une con todos sus prójimos, especialmente con los más necesitados. Si no caen en la trampa de pensar que sus intereses como pareja y como padres de los hijos que vengan están por encima de los intereses de la fraternidad, de la solidaridad, de la justicia. Si viven abiertos a la comunión no tendrán que subcontratar a Dios para su proyecto, porque Él está ya en Uds. haciéndolos crecer en la vida del Espíritu que nos une a todos en una sola realidad.Ω
Lect. Ps. 127, 1 Cor 13, Jn
1. Una de las primeras preguntas que les hago antes de aceptar o no la invitación a presidir la eucaristía de una boda es “¿por qué quieren casarse por la Iglesia, en una celebración religiosa?” Aunque parezca raro, la pregunta no tiene siempre una respuesta fácil y válida, al menos para mí. Con frecuencia, la pareja dice que se casan aquí, de esta manera, para recibir la bendición de Dios, para que Él los proteja y esté presente junto a la pareja en la andadura que van a emprender, en la familia que van a construir. Quizás les parezca más raro todavía, pero me parece que esa respuesta, así sin más, no corresponde al verdadero espíritu del evangelio.
2. Y no corresponde, por dos razones. Por una parte, porque es una manera muy pobre de representarse a Dios, como alguien tan poco generoso que restringe sus bendiciones tan solo a los que se casan en el templo católico dejando por fuera a los millones de parejas en el mundo que no lo hacen. Pero hay otra razón más fuerte todavía y está ligada al salmo que acabamos de escuchar. Decía esa hermosa oración que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. A lo que se nos alienta con estas frases es a desear de todo corazón que sea Dios el que construya nuestros proyectos y entre ellos, el de construir una relación de pareja y una familia. Pero eso no es equivalente a decir que si se casan en la Iglesia Dios va a dejar caer una lluvia de bienes sobres este. Hace pocos días, me prestaron unos CD para que escuchara unas conferencias de espiritualidad, ahora que tengo más dificultades para leer, por mi enfermedad reciente. Una de las cosas que me hizo gracia al oírlas, fue la manera de referirse a esa actitud interesada con que nos acercamos a Dios para decirle que bendiga nuestros proyectos, que nos dé salud, bienestar, o lo que sea. Decía la conferencista que con esa actitud, como la que asumimos al presentarle a Dios toda esa lista de regalo de bodas, no le entregamos a Dios la construcción de nuestra casa, sino que lo llamamos como una subcontrata. Lo tomamos como un depósito de materiales, que nos consiga esto o lo otro o, como un buen ingeniero eléctrico que nos haga instalaciones de maravilla o, a lo sumo, lo aceptamos como consultor asociado, o como controlador de calidad de la construcción y guardia calificado de seguridad de la obra; pero la dirección del proyecto de construcción, los planos, el tipo de casa y lo que queremos hacer con ella, eso que es lo importante, que da sentido al proyecto, eso nos lo dejamos en nuestras manos, en nuestro exclusivo poder de decisión. Y esto, entonces, por mucha celebración sacramental que hagamos hoy aquí, no equivale a dejar que el Señor nos construya la casa.
3. ¿En qué consiste entonces, Edwin y Estela, dejar que sea el Señor el que construya la casa, la familia, el proyecto de pareja que Uds. están empezando? Y, ¿por qué resulta tan fácil confundirse y creer que entregar a Dios este proyecto de matrimonio es equivalente a pedirle toda suerte de bendiciones para la pareja? Probablemente el motivo de esta frecuente confusión está en la manera que tenemos de representarnos a Dios y a nosotros como dos realidades separadas y distantes. Él, el todopoderoso, allá arriba, el que todo lo tiene y con el que conviene llevarse bien; y nosotros, aquí abajo, indigentes, que necesitamos de su apoyo en nuestros proyectos. A la hora de nuestra construcción creemos que el mejor negocio es conseguirlo a Él como subcontrata. Para superar esa confusión y dejar realmente que Dios construya la casa es necesario afinar nuestra conciencia de lo que somos y descubrir, como decía san Pablo, que en Dios somos, nos movemos y existimos, es decir, que la divinidad está en nosotros o, mejor dicho, que nosotros estamos en la divinidad. Esa divinidad es la fuente de vida plena y la fuente del ser que nos une a todos en el universo. Esa fuente de vida está en nosotros, o nosotros en ella, y es la que nos establece en comunión plena con todos los demás, que busca ponernos al servicio de la vida y no poner toda la vida a nuestro servicio. Cuando dejamos que esa inmensidad de la que somos parte, fluya libremente en nosotros y lleve las riendas de lo que somos y lo que tenemos poniéndonos al servicio de la vida, de la felicidad y la plenitud de todos, solo entonces estaremos realmente dejando que Dios construya nuestra casa.
4. Permítanme que concluya con un ejemplo de la anatomía y fisiología de la enfermedad que acabo de sufrir. Mañana hará cuatro semanas que experimenté un accidente vascular cerebral, lo que solemos llamar un derrame cerebral. Por razones desconocidas, un pequeño coágulo se desprendió de alguna parte de mi cuerpo y se colocó en una arteria pequeña de mi cerebro, privando de riego sanguíneo y oxígeno al área que controla los mecanismos de mi visión. Bastaron unos pocos minutos de separación, quizás segundos, para que parte de las neuronas que determinan el campo de imagen de mis ojos murieran afectando las funciones correspondientes. La separación, el aislamiento del riego del resto del cerebro y del organismo, no hizo de esas neuronas unas entidades autónomas exitosas. Todo lo contrario. No hace falta que explique mucho el evento como metáfora. Edwin y Estela, el Señor construirá su casa, su familia el proyecto que hoy empiezan, si logran que ningún “coágulo” de egoísmo ignorante los aísle de la fuente de la vida divina que está en Uds. y que los pone al servicio de la vida y los une con todos sus prójimos, especialmente con los más necesitados. Si no caen en la trampa de pensar que sus intereses como pareja y como padres de los hijos que vengan están por encima de los intereses de la fraternidad, de la solidaridad, de la justicia. Si viven abiertos a la comunión no tendrán que subcontratar a Dios para su proyecto, porque Él está ya en Uds. haciéndolos crecer en la vida del Espíritu que nos une a todos en una sola realidad.Ω
Muchas Gracias Jorge por la prédica, nos gustó mucho tu comentario, esperamos de verdad poder dejar que el señor sea quien dirija nuestro matrimonio y dejarnos llevar por su amor.
ResponderBorrarUn Abrazo.
Edwin y Estela.