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Viernes Santo: una pasión por la vida vivida hasta la muerte.

Lect.: Is 52, 13—53, 12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1—19, 42 (también resulta ilumnador leer el Relato de la pasión de Marcos, caps. 14 y 15.


  1. Este día de Viernes Santo, en el calendario cristiano se considera un día grande, —grande y terrible—, entre los días sagrados por conmemorar la muerte de Jesús de Nazaret.  No sé cuántos de quienes leen esta reflexión, formados en la tradición católica,  pueden decir que en su infancia no les enseñaron que “Jesús murió por nuestros pecados”.  Porque, en la casa o en la catequesis, esto ha sido transmitido así de manera generalizada, como parte esencial de nuestra fe. Luego, un poco más creciditos, probablemente se nos explicó que esta muerte fue “necesaria para la redención de toda la humanidad”. Que Dios Padre entregó a su hijo a la muerte, para poder “pagar por nuestras culpas” ya que solo así se podía “cancelar la deuda de ofensas infinitas”.  Que Jesús tomó nuestro lugar, por eso, para cargar con nuestros pecados. Sin embargo, ya de grandes, e independientemente de mis estudios teológicos, he oído a personas que siendo todavía creyentes se resisten a continuar en esa línea de creencia. Una prima, por ejemplo, hace ya unos cuantos años, me preguntaba cómo podíamos decir que Dios es amor, si entregó a Jesús inocente, a sufrimientos hasta la muerte. Otra, amiga, me preguntaba dudando, más recientemente, si de verdad Jesús había tenido que sufrir todo eso por los pecados de todos.  Otra prima, en cambio, después de ver la película de Mel Gibson sobre la Pasión de Cristo, estaba profundamente impactada al pensar que Jesús había tenido que pasar por padecimientos tan sangrientos, por los pecados de ella y de otros muchos.   
  2. ¿Cómo se pasó, en la visión cristiana,  a colocar como elemento central  de nuestra fe, el dolor y la muerte de Jesús por nuestros pecados, en vez del apasionamiento de Jesús por la vida nueva del Reino de Dios, de su profundo anhelo de que todas y todos tengamos vida en abundancia?  No podemos en este espacio hacer un estudio como se debería de esa mutación práctica. pero lo que importa, para nuestra reflexión espiritual de esta Semana Santa, es entender que esa interpretación de la muerte de Jesús es tan solo una más, entre otras interpretaciones a lo largo de la historia, aunque ciertamente ha sido dominante en la Iglesia desde hace casi mil años.  Cuando las personas humanas nos topamos con el misterio de Dios en nuestra vida, suceden dos cosas:  por una parte, nos sentimos sobrecogidos y superados por esa Presencia que resulta inexpresable, pero por otra parte, necesitamos recurrir a símbolos, mitos, relatos que nos permitan acercarnos un poco más a la comprensión de lo que supera nuestra racionalidad. De ahí el recurso a “explicaciones” antropomórficas que pretenden aplicar a Dios esquemas de la vida humana para entender dimensiones de nuestra vida espiritual. Eso pasó, cuando en el siglo XI, de la mano de San Anselmo, se construyó sobre una perspectiva legalista esa explicación de la muerte de Jesús “para cancelar nuestros delitos”. Tiene o tuvo su valor, pero no es sino una interpretación teológica más y, Jn 18, 1—19, 42personalmente, dudo que diga algo enriquecedor espiritualmente a la mente moderna. De hecho, ni siquiera nos permite penetrar en el mensaje del Evangelio porque, en especial en el evangelista Marcos, aunque use la palabra “sacrificio”, no lo hacen en el sentido de  asumir nuestros pecados para sustituirnos. Otros son los énfasis que nos descubren al hablar del sentido de la muerte de Jesús en la cruz.
  3. Tanto si leemos a Pablo, primer autor del Nuevo Testamento en referirse a la crucifixión, como si recurrimos a los evangelios vemos que más que relatos de cronistas, nos dan interpretaciones postpacuales que, para las primeras comunidades, eran muy necesarias para superar la frustración ante la muerte de su Maestro. Tratan de mostrar la muerte de Jesús como el último de sus actos, coherente con toda su vida de pasión por el Reino de Dios, opuesto al sistema de dominación que destruía la vida del pueblo. Por eso muere víctima del castigo de pena capital reservado “para esclavos fugitivos o insurgentes rebeldes que violaran la ley del Imperio y, por tanto, perturbaran la Pax Romana”. Por eso la insistencia en las burlas de quienes le dicen “Rey de los judíos” y, por eso, también el hecho de crucificarlo en medio de dos “bandidos” (la palabra original griega era usada para designar a miembros de guerrillas contra Roma o “luchadores libertarios)”.  
  4. La reivindicación del carácter sagrado de esta pasión de Jesús por el Reino de Dios, frente al gobierno imperial y sus colaboradores, está subrayado, entre otros signos, con el del velo del Templo rasgado que significa que, con la ejecución de Jesús, el acceso a la presencia de Dios está ahora abierta a todos, sin que medie ni el Templo ni el sistema de dominación imperial. Marcos pone en boca del propio Capitán romano (Centurión), la exclamación, “verdaderamente éste era Hijo de Dios”, enfrentando la teología imperial que ponía al Emperador como poseedor de ese título. Hijo de Dios, en adelante, es solo el Hijo del Hombre y ningún poder político o económico puede reclamar ese título como poder de dominación. Esta liberación para la humanidad es el resultado de una pasión por la vida nueva del Reino vivida hasta la muerte.Ω

Comentarios

  1. Es muy díficil deshacernos de siglos de mentalidad humana pero si se puede adoptar una nueva visión de la Pasión de Cristo es la que usted nos propone.

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