Fiesta de la Navidad: vivimos inmersos en la vida de Dios hecha carne, tierra, agua, vida humana y naturaleza
Lect.: Isaías 52:7-10; Hebr 1:1-6; Juan 1:1-18
- Hay que reconocer que, hoy por hoy, en el 25 de Diciembre se juntan tres celebraciones distintas, aunque a propósito de un mismo acontecimiento: la mercantil, la familiar y la religiosa. La más invasiva y que ha logrado popularizarse más, es la celebración mercantil, la de la estrategia de ventas del comercio, que cada día empieza más temprano, —al menos dos meses antes de la navidad. Estadísticas de internet muestran cómo las búsquedas de villancicos pop son estacionales: todos los años se disparan en diciembre. Sin embargo, “si se centra la atención en el momento donde empieza a levantar el gráfico y no en el pico, la cosa está clara: desde mediados de octubre, ya hay usuarios escuchando ciertos villancicos”. Estudios de prensa nos muestran que “las tiendas se visten con luces y adornos más pronto cada año, los artículos navideños se exhiben en las estanterías prácticamente el día después de Todos los Santos, (Halloween) y por la televisión se emiten anuncios de juguetes meses antes de que Santa Claus o los Reyes Magos dejen los regalos en nuestras casas”. Lo que no quiere decir que no haya discusiones entre los expertos en marketing sobre conveniencias e inconvenientes de una campaña de ventas tan prolongada. Sea como sea, el caso es que esta “celebración” de mercado llega a sobreponerse en la mente de muchas personas que replican con mucha anticipación el ambiente navideño en sus propias casas, pasando por alto el tiempo litúrgico de adviento, por ejemplo.
- La Navidad como fiesta familiar es la que vivimos en nuestra infancia, la que está llena de recuerdos y celebra la reunión de la familia, que goza de los momentos de hacer juntos el portal, de poner y decorar el árbol, de recibir con ilusión los regalitos que nos traía el Niñito, según antes se nos decía piadosamente —y ahora los trae un empleado comercial, el “agente de ventas” Santa Claus.
- La tercera fiesta, la que de hecho dio origen a todas, la festividad religiosa que conmemora el nacimiento de Jesús a menudo pasa a segundo plano o es secuestrada por la comercial. A veces se queda superficialmente como la fiesta del cumpleaños de Jesús. Tal vez sea la forma sencilla adecuada para explicársele a los niños. Pero los adultos sabemos que, en el fondo, es mucho más que eso. En el nacimiento de Jesús sabemos que se conmemora lo que la Iglesia ha llamado el “misterio de la Encarnación” que dicho más en sencillo se refiere al misterio de la presencia divina en toda la vida humana y en toda la naturaleza, tierra, plantas y animales, que son el regazo del que nace y se nutre la vida humana.
- La conciencia de que esa presencia divina se da en todos los humanos y en todo lo que nos circunda, la vamos desarrollando los cristianos al descubrirla manifestada en toda la vida de Jesús, en sus acciones cariñosas y compasivas, en sus palabras de comprensión y afecto con todos. Los cristianos creemos que Jesús es manifestación de lo que es el ser humano pleno en cuya plenitud se encuentra el Dios que nos creó. Es por eso que, si lo entendemos así, tratamos de convertir esta fiesta en una fecha para alimentar nuestros sentimientos de fraternidad, de aprecio por todos, porque vemos a todos como expresiones de un único Dios presente en la humanidad. Por eso también tratamos de vivirla como un momento de reconciliación y construcción de paz con todos aquellos de los que, por debilidades humanas, podamos habernos alejado pero que no dejan de ser parte nuestra.
- La fiesta religiosa y la fiesta familiar son fáciles de unir, y de hecho están unidas en todo lo que ponemos de nuestra parte para compartir cariño, amor, unión, alegría y apoyo mutuo, inspirados en el espíritu de Jesús y expresados de diversas formas. Más difícil, en cambio, es saber enfrentar la fuerza de la dinámica mercantil que ha secuestrado la fecha, muchos de sus símbolos, sus villancicos y hasta algunos de sus relatos. Personalmente no creo que esto pueda ya combatirse, por mucho que predicadores de diversas confesiones se esfuercen en criticar. Es un esfuerzo insignificante ante el volumen de las campañas de mercadeo de muchas empresas, fuertemente motivadas por sus perspectivas de ganancia. Por eso, más que combatirla de frente, pienso que la mejor manera de superar la mercantilización ya realizada de la Navidad y recuperar su significado religioso y familiar está en mostrar con todo nuestro comportamiento, con nuestro estilo de vida, especialmente los papás, nuestra convicción reflejada coherentemente en lo cotidiano, de que vivimos inmersos en la vida de Dios hecha carne, tierra, agua, vida humana y naturaleza.Ω
Recuperar el sentido de la navidad sin duda requiere un esfuerzo personal por salirse de la moda mercantilista que nos avasalla por todos los frentes. Pero recuperarla es la dirección única a la que debemos guiar nuestra esperanza como celebración de la vida.
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