Lect.: Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14;
Mateo 24:37-44
Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo
3:1-12
- Los textos de Isaías de estos dos domingos de Adviento nos presentan un mundo utópico. Por un lado, en la naturaleza misma, se acaban las prácticas depredadoras: Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá.- La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.- Por otro lado, la guerra y la violencia, el daño sinsentido contra otros, desaparecen.“Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.” Un sueño maravilloso, sin duda, expresión simbólica de lo que queremos para cambiar la sociedad actual. Pero, ¿qué sentido tiene soñar así? ¿solo para imaginar, por contraste, todo lo que nos hace falta y que no podemos lograr? ¿para aumentar nuestra frustración o nuestros deseos escapistas?
- Isaías, como todos los auténticos profetas, es capaz de penetrar con su visión lo más profundo de la realidad y de la vida humana, y descubrir lo que se mueve por debajo de las apariencias, de la superficie de los acontecimientos, y que se nos oculta a nuestra miopía, a nuestra cortedad de vista y nuestra ignorancia. Y hay tres cosas que caracterizan un proceso que está teniendo lugar y que el profeta descubre en medio de las tribulaciones que vive el pueblo: primero, que de lo viejo puede surgir algo nuevo, alguien nuevo, gente nueva —de un viejo tronco un vástago, un retoño—; segundo, que, de hecho, sobre un nuevo vástago, nuevos retoños, reposará el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y tercero, que, también es un hecho para Isaías, la tierra estará llena de conocimiento, de la ciencia de Yahveh, como cubren las aguas el mar. La utopía, aunque parezca imposible y contradictoria, ya está aconteciendo en diferentes lugares, esfuerzos y gentes.
- A pocas semanas de la tragedia de Upala y de la zona Norte, cuando todavía no se han limpiado completamente el barro y los destrozos traídos por el huracán, ya hay, sin embargo, otras cosas extraordinarias que están saliendo a la superficie: actos de entrega y generosidad, de servicio y amor de los lugareños y de otros que, sin conocerlos personalmente son capaces de ir a darles lo mejor de sus esfuerzos, para ayudar a reconstruir lo destruido. En varios reportajes de periodistas esta mañana en "La Nación", se narran relatos emotivos de entrega de gente del lugar, de gente ordinaria que el periódico califica de "héroes", que ayudaron a rescatar vidas. Tal pareciera que es así como se va cumpliendo la profecía de Isaías. En efecto, en toda la tierra, todas las personas estamos llenas de la ciencia de Dios y somos capaces, en el momento necesario, de ayudar a transformar una realidad destruida por huracanes, inundaciones, terremotos, con solo dejar salir de nuestro interior los mejores sentimientos e impulsos que la presencia del Espíritu mantiene en cada uno de nosotros. No seremos "héroes", simplemente humanos que queremos vivir a plenitud. Pero no es solo a los efectos de las fuerzas descontroladas de la naturaleza a los que podemos enfrentar. Esa ciencia de Dios que todos tenemos nos da la capacidad para enfrentar y transformar los efectos destructivos de obras humanas mal conducidas, en el campo de la política, de la economía, de la cultura. Cada vez que unimos esfuerzos para cambiar prácticas que generan pobreza, desigualdad y conflictos sociales, estamos haciendo realidad la utopía del profeta.
- Para eso nos narra Isaías sus aparentes sueños utópicos, para que tengamos ojos para ver lo que hay que cambiar, para ver las capacidades que tenemos quizás escondidas para realizar los cambios y para que nos llenemos de esperanza al caer en la cuenta de que la ciencia del Señor nos inunda y nos conduce en medio de la adversidad. Esta es la “venida” —el Adviento— de Cristo que se produce continuamente.Ω
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