Lect.:
Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7, 11-13; Lucas 13:22-30
- En un pasaje que vimos el domingo pasado, la narración de Lucas nos hizo comprender que la Buena Noticia del Reino que anuncia Jesús, es una levadura que apunta a transformar la sociedad entera, la cultura, la economía, todo. Lc reconoce que este reto transformador de Jesús provoca divisiones entre la gente, lo que le lleva a decir que Jesús no trae la paz, si por paz se entiende, mantener las cosas como están.
- Pero el sentido profundo del mensaje no lo entendemos de inmediato, no por difícil, sino porque a los oyentes de Jesús, entonces y ahora, nos bloquean formas de pensar e incluso visiones y prácticas religiosas que lo que hacen es tomar una serie de tradiciones culturales y sociales, no todas aceptables, como si fueran palabra de Dios. No lo son pero funcionan manteniéndonos en posición cómoda, de sofá, en que nos sentimos bien sin necesidad de plantearnos “grandes cambios”.
- Por eso se comprende, en el texto de hoy, que Lucas nos cuente que entre la multitud que acompaña a Jesús en ese simbólico camino de subida a Jerusalén, hay uno que, de repente, le pregunta al Maestro “si son poco los que se salvan”. El hombre “no estaba en nada”, no acababa de entender de qué se trataba el Reino del que hablaba Jesús. Estaba pensando, todavía, en términos del ambiente del judaísmo de la época, en que por “salvación” entendían ser salvados ellos de la ocupación extranjera y de los ataques y males que les venían de sus enemigos. Una necesidad y un privilegio exclusivo para su pueblo para realizar el cual esperaban a un Mesías.
- Y Jesús le desarma su modo de pensar y, de carambola, nos desarma a nosotros, veintiún siglos después, en cuanto a lo que quizás todavía estamos interpretando como Evangelio. A aquel judío anónimo de la multitud, en primer lugar, le hace ver que la “salvación” de los males de este mundo no es un privilegio para unos pocos, ni para un solo pueblo, el de Israel. Lucas dice que, más que una liberación de males, es un llamado para toda la humanidad, todos y todas son invitados a participar de la gran mesa de la fraternidad universal. La mesa en el reino de Dios, de la que todos participan, simboliza una vida nueva, abundante y plena, de fraternidad y necesidades satisfechas. Esto es lo que se quiere decir por salvación. Vale la aclaración para los judíos de entonces y para aquellos católicos de ahora que piensan que solo ellos son los que han sido escogidos y únicos que tienen derecho a la mesa del Reino.
- Pero además, el evangelista aclara algo más y muy importante. Que aunque, es una gracia de Dios, sin embargo, no es algo que va a caer del cielo como un aerolito. Es un don que no elimina sino que más bien estimula el esfuerzo, la responsabilidad y libertad humanas para recibirlo y compartirlo. La “puerta estrecha” y el “forcejeo” para entrar que menciona el pasaje nos hacen pensar en la exigencia de recibir la invitación a la mesa con un compromiso serio, con una disponibilidad personal, con una actitud de corazón que no tiene nada que ver con prácticas religiosas superficiales. Queda claro que de nada vale haber comido y bebido con Jesús y haber escuchado sus enseñanzas, si no hay un compromiso con la justicia lo que, sin duda, implicará mucha dedicación. Es una frase frase demoledora la del pasaje de hoy cuando les dice a aquellos piadosos, “No sé de dónde sois.” Se lo está diciendo a quienes alegan haber comido y bebido con él, y haber escuchado sus predicaciones. No hace falta estirar el texto para entender que podría estar diciéndonos a nosotros hoy: “no me digan que no faltaron nunca a misa”, o que leyeron y escucharon muchas reflexiones religiosas. ¡No los conozco!” Por más que nos presentemos como “católicos” o cristianos practicantes” somos rechazados si somos los “agentes de injusticia!” El texto, muy radical, nos recuerda el capítulo final de Mateo donde solo participan en el Reino quienes han ejercido la misericordia dando de comer al hambriento, abrigo al que lo necesitaba y apoyo al abandonado.
- Por eso, Jesús reconoce a quienes son del Reino, no importa de cuál de los puntos cardinales vengan, de cuál cultura o religión, o de ninguna, creyentes o ateos, con tal de que se identifiquen con el compromiso por la construcción de ese reinado de justicia y fraternidad, aquí y ahora. Buen tema para revisarnos, personal y comunitariamente. Buena perspectiva para examinar si invitan y llevan a participar en la mesa del Reino esas prácticas pastorales tan extendidas en muchas parroquias, que se concentran y quizás se reducen a abundantes celebraciones sacramentales, y que abandonan o no priorizan el trabajo por los pobres, los excluidos, los migrantes… Habrá que preguntarse si continuar por esa vía no llevará a que, pastores y feligreses, cuando toquen la puerta diciendo: "Señor, ábrenos” no escucharán más respuesta que el fuerte reproche de Jesús, "No sé de dónde son ustedes", “¡no los conozco!” Ω
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