Lect.: Jeremías 38:4-6, 8-10; Hebreos
12:1-4; Lucas 12:49-53
- ¿En qué quedamos? ¿Vino Jesús a traernos la paz , como decimos en el viejo canto y como interpreta también san Pablo en alguna de sus cartas? ¿O vino a provocar la división?, como dice Lc hoy? ¿Aceptamos la alabanza que hace el Sermón del Monte a los constructores de La Paz y seguimos comprometiéndonos en esa tarea, con el saludo que nos damos en cada Eucaristía? ¿Tiene sentido seguir con esas prácticas después de escuchar el texto de Lc que acabamos de escuchar? No me digan que no es para pensarlo, porque estas palabras que Lc pone en labios de Jesús son contundentes, "no he venido a traer la paz sino la división". Hay que reconocer que este texto es de los más duros del evangelio y que nos plantea un problema.
- Es probable que la dificultad para resolver el dilema se origine en nosotros, si no nos ubicamos adecuadamente ante el mensaje. Hay que interpretarlo, como todos los escritos evangélicos, en su contexto. Pero ¿Desde cuál contexto, desde qué situación interpretamos este texto? Si lo leemos, en su contexto inmediato, el de la narración, nos ponemos en las sandalias de Jesús, que va camino de Jerusalén. Entonces podemos entender que él está muy consciente de que toda su predicación del Reino de Dios le ha atraído enfrentamientos con líderes religiosos y políticos y la jerarquía del Templo. Y que ha llegado al punto en que puede que se produzca una confrontación definitiva, como en efecto ocurrió. Si leemos así el texto de hoy, se entiende que el anuncio de Jesús con palabras y hechos, de una nueva sociedad, del reino de Dios, no generará paz en todos, sino reacción violenta en los poderosos de su época y su tierra. Y Jesús lo ha experimentado.
- Pensemos en una segunda situación, el contexto del evangelista, 40 años después, cuando Lucas escribe este evangelio. Está predicando a una comunidad, en gran medida de paganos convertidos, que viven en medio del imperio romano donde son mirados con suspicacia; y frente a los judíos de una nueva sinagoga que no les tiene ninguna confianza. Uno y otro grupo pronto los atacarán. Por ambas razones se puede entender que la predicación cristiana, que anuncia una paz, pero con justicia, no va a generar reacciones pacíficas en quienes la adversan. Generará división.
- Pasemos ahora a esta Costa Rica de la segunda década del siglo XXI. Es el tercer contexto para leer este pasaje. ¿Provoca nuestra predicación hoy día divisiones y genera reacciones violentas? Puede que haya reacciones negativas ante algunas posiciones de la jerarquía eclesiástica, pero, la pregunta clave es: si las provocan, ¿se debe eso a que, como Jesús y la comunidad de Lucas, predicamos una sociedad nueva, una familia nueva, un camino espiritual distinto de las prácticas religiosas oficiales "del Templo"? ¿Anunciamos como Jesús y Lucas, la paz que surge de una nueva forma de convivencia, basada en relaciones justas, que es inclusiva de los pobres, de los excluidos y marginados? ¿Una sociedad nueva donde no haya gente descartable, con sus derechos disminuidos, como diría el papa Francisco? El texto de hoy nos lleva a preguntarnos si esos son los contenidos que predicamos y que queremos llevar a la práctica, y si, cuando somos criticados, es a causa de esos contenidos. Echamos de menos en algunos momentos importantes de la vida nacional, —un dos de agosto, por ejemplo— la palabra de la iglesia anunciando ese reino, esa tierra y ese cielo nuevos, en el que todos nos sentaremos a la mesa común; expresando su preocupación por los excluidos, por los inmigrantes, por los empobrecidos.
- No estoy tan seguro de que lo estemos haciendo. Me preocupa que, más bien, dentro de las iglesias mismas, incluso entre obispos, se ha extendido un modo de hablar que a muchos nos choca, y que genera dudas de que como colectividad y como individuos estemos predicando el Evangelio. Hay afirmaciones que suenan menos a Evangelio y más a ideología política o a discurso nacionalista acrítico. Un ejemplo preocupante es el del énfasis que algunos dirigentes cristianos y católicos ponen en la defensa de unos supuestos “principios y valores de la tradición costarricense”, presentados como sinónimos de los valores cristianos. Se escucha este discurso en católicos y en fundamentalistas evangélicos. Puede que con este modo de hablar estemos cometiendo un gran error. En vez de hacer del evangelio una levadura que transforma la sociedad, la cultura, la economía, y el país entero, pareciera que hacemos lo contrario: tomar una serie de tradiciones y costumbres culturales y sociales, —“humanas”, diría Pablo—, de otras épocas, algunas buenas, no todas aceptables, y las presentamos como si fueran el Evangelio, olvidando su condicionamiento histórico y cultural. Si es por esto que “somos perseguidos”, o criticados, no es la misma persecución de la que fue objeto Jesús, o Lucas y su comunidad.
- La levadura del evangelio, es la que produce división, cuando se enfrenta y cuestiona a las injusticias, a la discriminación, a desigualdades destructivas. Genera división, —en realidad discernimiento de posiciones frente al Evangelio— pero, a la larga, genera paz, profunda y verdadera construida sobre relaciones más justas. En cambio, cuando la predicación cristiana, se transforma en una parte más de costumbres y tradiciones conformistas y rutinarias, a nadie molesta y se acomoda muy bien a mantener más de lo mismo. Lucas nos invita a descubrir el anuncio y la práctica del evangelio como un cuestionamiento del “hombre viejo”, individual pero también, a nivel colectivo, de la “sociedad vieja” con prácticas, políticas y leyes que, por muy costarricenses o "cristianas" que parezcan, no corresponden a la fuerza transformadora del evangelio.Ω
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