Lect.: Gén 18:20-32; Col 2:12-14; Lc 11:1-13
- En el texto evangélico de hoy lo que los discípulos piden a Jesús, según Lucas, no es simplemente que les enseñe a orar. Raro sería que judíos religiosos, aunque gente sencilla, practicantes acostumbrados a ir regularmente a la sinagoga, a esas alturas no supieran orar. Más bien, lo más probable es que incluso supieran de memoria muchos o la mayor parte de los salmos de David. Entonces lo que le están pidiendo a Jesús es otra cosa: que les enseñe, dicen, “como Juan el Bautista había enseñado a orar a sus discípulos”. ¿A qué se refieren? Parece ser que era costumbre entre los maestros judíos entregarles a sus discípulos una oración breve que sirviera como una especie de placa de identificación de los discípulos entre sí y con su Maestro.
- Y eso es lo que Jesús les entrega, una breve oración en la que se refleja una “marca”, una expresión de un modo de ser, de ver al mundo, a Dios y a los demás y que, en adelante, va a identificarlos entre ellos y va a expresar lo que les une con Jesús. Si ponemos atención nos daremos cuenta de que los contenidos son, en otra forma y estilo, los mismos del “programa del “sermón del Monte”, o de la llanura, como lo relata Lucas. Por eso, si nos damos cuenta, él no les entrega una plegaria privada, para rezar a nivel individual, sino una oración comunitaria, que habla en la primera persona del plural: Padre “nuestro”, venga a “nosotros”… daNOS hoy el pan, perdona “nuestras” ofensas o deudas, así como “nosotros” perdonamos, “no NOS dejes caer”, “líbraNOS” del mal.
- Y podemos darnos cuenta de que esa oración que les va a servir de identidad, no tiene que ver con el uso que muchas veces a lo largo de décadas y de siglos, hemos hecho de ella los cristianos. Pienso que la hemos colocado como una más en la lista de oraciones que nos hicieron aprender desde pequeños. Sin duda, se nos decía que era importante porque la había enseñado el propio Jesús, pero en la práctica tenía, más bien, un carácter devocional. Y, ¡ojo!, hasta podía servir de castigo, cuando se la ponía de penitencia, repetida un número de veces, tanto mayor cuanto más grave el pecado confesado.
- Ha sido una distorsión, —si se quiere, bienintencionada— por supuesto, que le hace perder su sentido original. Repitámoslo, Jesús se la da como oración comunitaria, que va a identificar a los discípulos. Y en cuanto al contenido, —sea el del padrenuestro, sea el del Sermón de las Bienaventuranzas, ¿qué cosa puede servirnos a las cristianas y a los cristianos de marca, de carné de identificación? No puede ser más que unas palabras, una plegaria que exprese la interioridad de Jesús, sus sentimientos, sus actitudes, y lo que fue la pasión de su vida. Por eso es que, en tan breve plegaria, se respira como trasfondo, esa actitud realista, tan propia de Jesús, de confianza, de alegría y esperanza en la vida tal como es, donde nuestra existencia está rodeada de ofensas, de deudas mutuas, pero en la que, a pesar de ello y en medio de ello, predomina la certeza de que el nombre de Dios es santificado, de que permaneciendo en comunión no nos faltará lo necesario para la subsistencia y que nuestra experiencia de perdón va ligada a nuestra capacidad de perdonar. Y, por encima de todo, caracterizan esa marca de identidad dos imágenes fuertes que unen armoniosamente toda esta oración: la experiencia de cercanía con la divinidad como lo evoca la palabra "Padre" conforme a la experiencia de Jesús, con el “abba”, “papi”, y no como la expresaba la figura patriarcal autoritaria. Y la otra imagen fuerte la del horizonte del Reino, que es la gran pasión de Jesús, como meta de convivencia fraterna en este mundo, marcada por la presencia cercana del propio Padre amoroso.
- Es algo para que recordemos siempre que decimos el "padre nuestro": que no estamos rezando una oración devota más, sino que estamos con ella confesando el modo de ser más íntimo de Jesús, que hacemos nuestro compromiso. Es el modo de vida por el que optamos y que queremos que sea nuestra tarjeta de identificación.Ω
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