Lect.: Isaías 66:10-14; Gál 6:14-18; Lc
10:1-12, 17-20
- A pesar de que el mensaje de Jesús es claro, es frecuente que lo distorsionemos. A veces por conveniencias personales, por intereses económicos o por manipulación política. Pero creo que, más a menudo, por ignorancia. De ahí que sigamos reduciéndolo, como decíamos el domingo pasado, a un conjunto de doctrinas, —de verdades o dogmas— y o como una serie de leyes o normas que hay que cumplir. Por eso es importante insistir en que la Buena Noticia de Jesús, lo que nos comparte, más bien, es un camino de espiritualidad y realización humana, el camino que Jesús vivió y que ofreció a quienes querían seguirlo. En el texto de hoy nos queda aún más clara esta insistencia. Lucas nos habla de un segundo envío, ya no de los Doce, sino de 70 o 72 discípulos, —número también simbólico para expresar la universalidad de los pueblos. Jesús los envía adelante en el camino y para anunciar el reino, el encuentro con Dios. Pero ¿cómo lo hace? ¿en qué consiste ese anuncio? La instrucción de no llevar bolsa, ni alforja, ni sandalias, es la manera de decir en la época, dos cosas: una, que lo que más anuncia la Buena Nueva y la hace creíble no son los discursos, las palabras, los argumentos, sino el modo de vida. Y dos, que ese modo de vida transparenta una enorme confianza en la fuerza del mensaje, y no en el dinero, el poder, el prestigio, o el mercadeo. Lo que cuenta es que la propia vida y acción de los mensajeros transmitan la voluntad de construir la paz, y la confianza en lo que puede el amor.
- Debemos ser sinceros y autocríticos. No sería la primera vez que en las iglesias se ha entendido mal el envío, la misión que hace Jesús de sus discípulos. A veces como una forma de imponer un mensaje religioso sobre todos los demás. Como una manera de decir, “aquí venimos nosotros, los únicos que tenemos la verdad y “salados” los que no nos acepten”. (De hecho, en el mismo texto de Lucas se puede ver cómo ya en las mismas primeras comunidades algunos pensaban que los que no nos aceptaran deberían recibir castigo divino. E incluso entre los mismos apóstoles hemos visto que Santiago y Juan querían mandar fuego del cielo sobre una aldea samaritana que no quiso recibir a Jesús. Por supuesto que esas lluvias de fuego, así como las hogueras de la Inquisición, afortunadamente, ya han “pasado de moda” en los ámbitos religiosos cristianos. Pero en Costa Rica, en pleno siglo XXI, seguimos viendo a aquel grupo de diputados y a sus adeptos y aliados que, cubriéndose con el nombre de cristianos o evangélicos, pretenden imponer mediante leyes de la República su limitada visión moral sobre toda la ciudadanía. Es, sin duda, una distorsión de lo que debe ser la misión evangelizadora.
- La otra distorsión frecuente es la del proselitismo. Es decir, pensar que Jesús envía a los Doce o a los Setenta para conquistar cuanta más gente posible mejor. En el fondo es la tentación de fortalecer la institución eclesiástica, para equipararla a otros poderes civiles y políticos. Es el engaño de creer que estamos evangelizando, que estamos extendiendo el Reino de Dios, porque contamos con edificios ostentosos, influencias en el Gobierno, o porque aumentamos el número de bautizados, el número de confesiones o de matrícula en colegios católicos y así construimos una institución poderosa que, a la larga, se la ve más importante que las personas. Si Jesús envía a su mensajeros como mensajeros de paz, y de esperanza es para que realicen el servicio de crear paz y esperanza en la gente, que destierren la violencia y la falta de horizontes. Al fin y al cabo, el objetivo de la misión es, como lo dice Pablo en la 2ª lectura de hoy, construir una creación nueva en la que todos estemos sometidos a una única regla, la de la paz y la misericordia en nuestras relaciones sociales y con la naturaleza.Ω
Comentarios
Publicar un comentario