Lect.: I Reyes 19:16, 19-21; Gál 5:1,
13-18; Lc 9:51-62
- Es probable que la mayoría de nosotros hayamos crecido pensando en que para ser buen cristiano hay que aceptar y aprender un conjunto de doctrinas, —de verdades o dogmas, como se dice— y cumplir una serie de leyes o normas.
- Pienso, por propia experiencia, que esos fueron los énfasis en una porción muy mayoritaria de catequesis de niños y adultos, y en otras vías de formación religiosa. Pero esta manera de ver las cosas nos ha creado un montón de problemas. Porque, por un lado, a menudo nos surgen muchas dudas sobre supuestas verdades que chocan con nuestra mentalidad moderna, con la manera científica de entender cómo funciona el mundo. Por otro lado, en el campo de la moral, sentimos que mucha de la predicación de la Iglesia, discutible o no, está lejos de hacernos más libres, como Cristo quiere que seamos, según dice Pablo hoy en la 2ª lectura.
- En claro contraste con muchos manuales, teólogos e incluso ministros eclesiásticos, en los evangelios, que es donde se nos transmite la Buena Noticia de Jesús, —no en los catecismos—, no encontramos ni un conjunto de reglas morales, ni un manual de doctrinas para memorizar. Lo que se nos comparte, más bien, es un camino de espiritualidad y realización humana, el camino que Jesús vivió y que ofreció a quienes querían seguirlo. A Lucas, en particular, le gusta presentar esta vida nueva, como un camino que hay que recorrer y que él ilustra, con una narración que le sirve de metáfora, el camino de subida de Jesús a Jerusalén, pero que, en realidad, no intenta ser un relato histórico sino que se refiere a algo más profundo. Nos está hablando de cómo fue el camino que Jesús siguió a lo largo de su vida y cómo debe ser el camino de quienes queremos ser discípulos suyos. La idea de "camino", tan querida en el nuevo Testamento, le sirve para mostrar cómo la vida cristiana es algo muy dinámico, de continuo cambio y avance hacia la propia realización humana, en la perspectiva evangélica.
- Como introducción a ese camino Lucas subraya dos rasgos que deben caracterizar el avance del hijo del hombre hacia su realización plena. En primer lugar, que cada uno de los discípulos, como él, debemos emprender este camino con determinación, con voluntad decidida. El camino del evangelio no se puede emprender superficialmente, por un entusiasmo pasajero como una moda, o una afiliación a un partido político. En segundo lugar Lc, con los ejemplos de tres desconocidos que quieren ser discípulos, plantea una segunda condición: el desapego. Pero, ojo, no está hablando de desapegarnos del pecado, de cosas malas, —lo que es algo obvio— sino de algo más sorprendente, del desapego de todas las cosas más valiosas que encontramos en nuestra vida: la necesidad de medios para la supervivencia, como el lugar para reclinar la cabeza, el abrigo, el poder guarecerse y tener donde vivir; los afectos y vinculaciones con los seres más queridos e incluso, los deberes y disfrutes familiares. Nos pidiendo el desapego de la mirada y del interés filtradas por el propio yo, el propio ego. Ese desapego no significa rechazo, desvaloración o desprecio de los bienes de este mundo, sino que es un desapego que, como lo dice Pablo hoy en la 2a lectura, viene de la libertad con la que nos ha liberado Cristo. Una libertad para no tener ataduras a cosas menos importantes y que nos esclavizan, y para dirigir nuestra vida hacia los mejores valores, hacia esa realización plena que encontramos en el Reino de Dios, es decir, en el encuentro de nuestro ser en el ser de Dios. Pablo aclara, además, que Cristo nos ha liberado para servirnos por amor los unos a los otros. El desapego solo puede provenir de un amor profundo, que nos lo da el estar realmente animado por la vida del Espíritu de Dios que es donación, entrega, generosidad.
- Ninguno de nosotros tiene retos tan dramáticos como los que enfrentó Jesús para emprender y avanzar en su camino. Sin embargo, probablemente, tenemos tantas o más excusas como los tres aspirantes que salen en la narración de hoy, para no seguir el camino del desapego, la libertad y el amor que nos conduce a nuestra realización plena. Se nos ocurrirá decir que “hay que ser realista”, que “este camino es muy utópico”; o que “la caridad empieza por casa”, o cualquier otro pretexto para no emprender el camino. Es normal que así suceda, y que nuestra debilidad humana nos empuje a no hacer lo que en profundidad queremos y necesitamos. Por eso en estas celebraciones comunitarias de fe confiamos que sea el Espíritu el que desenmascare nuestras excusas y nos ayude a vivir la libertad a la que hemos sido llamados.Ω
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