Lect. Zac 12:10-11; 13:1; Gál 3:26-29; Lc
9:18-24
- Uno puede preguntarse por qué Jesús ordena enérgicamente a los discípulos que no anden diciendo que el es el Mesías. Cierto que circulaban muchos rumores sobre su identidad y Herodes mismo empezaba a preguntar quién era ese hombre. De ahí la conversación de Jesús con sus discípulos y la pregunta directa que les hace sobre lo que pensaban de él, cómo lo veían. Entonces, ¿por qué, cuando le responden a lo que pregunta les prohíbe decirlo por ahí. Quizás es porque lo que ellos no parecen entender es que llamarlo “Mesías”, en aquel contexto, se prestaba a confusión, ya que el mesías era el líder religioso y político que esperaba el pueblo judío para que les liberase de la opresión romana. Peligroso si llegaba a oídos de Herodes o de los romanos. Pero quizás haya otra razón para que les prohíba que se refieran a él como Mesías. Tal vez no le satisfizo mucho oír cómo lo estaban percibiando. Sabemos que cuando Jesús hablaba de sí mismo no se presentaba como Mesías, ni como la palabra eterna de Dios; solo empleaba una expresión bíblica, “el hijo del hombre" que, más allá de su origen en las SS. EE.,en lenguaje nuestro, de hoy, podemos entender como aquel que es plenamente humano, aquel en quien todas las cualidades humanas han alcanzado la plenitud. Él era alguien que se veía “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado”, como dice una de las oraciones eucarísticas. “Nacido de mujer”, dice Pablo (Gál 4:4) para reafirmar su identidad humana.
- Un día como hoy, en que la sociedad ha decidido festejar a los papás, resalta que Jesús vea esa expresión bíblica, “hijo de hombre”, como un título significativo y hermoso para expresar lo que él es. Permite a los papás comprender que la paternidad se realiza no meramente a un nivel biológico, sino cuando se colabora a que cada uno de los y las hijas, puedan alcanzar, como Jesús, la plenitud de las cualidades humanas. A esto estamos llamados todos, es nuestra vocación y meta. Pablo en la carta a los Gálatas dice hoy dos cosas claves para nuestra vida: la primera, que todos somos uno en Cristo Jesús y la segunda, que en Cristo somos hijos de Dios. Con esto entendemos que si somos uno con Jesús, su vocación es también la nuestra, y consiste en alcanzar la plenitud humana, de "hijo del hombre” como él, y que, al realizarlo, participamos en la misma vida divina. Por decirlo en una frase: cuanto más humanos nos hacemos, más participamos de la vida de Dios.
- Esta es, entonces, la perspectiva evangélica para pensar en qué consiste una paternidad que, junto con la maternidad de la mujer, generen hijas e hijos que sean seres humanos plenos. Debería ser evidente para todos que solo mejoraremos nuestras sociedades, criando hijos e hijas profundamente humanos; y no se logra criar hijos más humanos simplemente enseñándolos a competir, a tener la mente puesta en el camino del éxito financiero, o a querer destacar por encima de los demás. Es el cultivo de la sensibilidad, de la compasión y misericordia; es el cariño, la ternura, el cuidado en la vida familiar lo que hará a los hijos, niños y niñas, más humanos y esto es lo que puede llevarles luego a establecer relaciones sociales, laborales, incluso comerciales, inspirados en un amor solidario, tejiendo así una sociedad de convivencia fraterna.
- Cultivar la sensibilidad, los valores humanos en los hijos e hijas, no quiere decir hacerlos débiles o cobardes, como una visión machista podría temer. Todo lo contrario. Según Lucas, Jesús era consciente de que el hijo del Hombre debía sufrir mucho, y tomar su cruz. Y nada de esto lo echó para atrás, siguió adelante con su misión, enfrentando las inevitables persecuciones y ataques por dedicar su vida a la defensa de la integridad humana de todos, en especial de los más vulnerables y excluidos. En él vemos que se junta una gran sensibilidad con una enorme fortaleza y valentía. La sensibilidad, precisamente, es la que logra que la valentía y la fuerza no deriven en matonismo y violencia. Es la que logra también que Jesús o nosotros podamos enfrentarnos al sufrimiento e incluso a la muerte en paz, viviendo ésta como un último acto para el don total del amor. Ese tipo de vida y de muerte es una demostración de calidad humana de vida, es realización plena, mientras que el egoísmo que se resiste a compartir lo que se es y lo que se tiene, y se cierra a sentir con los demás es, para el evangelio, una completa pérdida de la vida.Ω
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