Lect.: I Reyes
17, 17-24 Gálatas 1, 11-19 ;Lc
7:11-17
- Hace tres años, en este mismo 10º domingo del tiempo ordinario, mi comentario al texto evangélico partió de imaginar, igual que otros autores, cómo, en la puerta de la pequeña ciudad de Naín, se topaban dos procesiones. Una, que viene entrando, con gran gentío en torno a Jesús, llenos de entusiasmo y esperanzas alrededor del Maestro, por cosas extraordinarias que le han escuchado y le han visto hacer. Y otra que viene saliendo, acompañando a una pobre viuda que va a enterrar a su único hijo, en alguna de las cuevas, al borde del camino que sube a la pequeña ciudad. Una procesión pletórica de vida que se cruza con otra procesión doblegada por la muerte. Al retomar este domingo las narraciones sobre la vida cotidiana de Jesús, nos encontramos con este escenario de muerte y vida, de dolor y alegría, que marcará toda la existencia terrena de Jesús, igual que marca la de cada uno de nosotros.
- Lo que hay que destacar, y así lo hace Lucas, es que al cruzarse los dos grupos, Jesús no pasa de largo, no queda indiferente ante la tragedia de aquella pobre mujer con que se cruza. Todo lo contrario. Jesús siente que “se le conmueven las entrañas” (eso expresa la palabra griega, pobremente traducida como "lástima"). Es decir es sacudido por la compasión, hace suyos los sentimientos de la viuda. Marginada, en esa época, doblemente por mujer y por viuda, ha perdido el único hijo que era, además, el único que podría darle sustento y apoyo. Jesús se identifica con el sufrimiento de la mujer.
- Toda nuestra existencia humana, lo sabemos, en cada uno de nosotros y en nuestro entorno, es misterio de vida y muerte, de dolor y disfrute. Ya no en la puerta de la ciudad de Naín, sino en toda nuestra vida cotidiana, nosotros también vamos inmersos en dos procesiones que se topan, una de disfrute de la vida y la alegría, y otra de sufrimiento y privaciones. En diversa medida y forma participamos de ambas. Hoy más que nunca, la acumulación y desigualdad que nos separan a los seres humanos en todas partes, se nos hacen evidentes por las fotos y videos en internet y en los otros medios de comunicación. Ni podemos ni debemos cerrar los ojos ante muchas imágenes de dolor lejanas y cercanas que nos llegan a lo más hondo, máxime porque también somos conscientes de que, es por irresponsabilidades e injusticias humanas, que a algunos les ha tocado alinearse más en la procesión del dolor y la privación, mientras otros en la de quienes disfrutan en exceso.
- Aunque ni Jesús ni nosotros podamos eliminar de raíz la muerte o el dolor, que Jesús mismo experimentó en su vida de servicio y entrega hasta la cruz, podemos como él plantarnos de una manera diferente para derrotar las secuelas del sufrimiento y de la muerte. Jesús, como lo presenta Lucas, como lo resalta el Papa Francisco, nos invita, como él lo hizo, a establecer un puente entre ambas dimensiones, la de la vida y la de la muerte, la del disfrute y la del sufrimiento. Ese puente por el cual la fuerza de la vida da aliento a quienes sufren, es la compasión, la capacidad de sufrir con el que sufre, de colocarse dentro de sus propios zapatos, en su propia situación.
- La compasión, la capacidad de padecer, de sentir con quienes padecen, nos permite establecer vasos comunicantes para trasvasar los beneficios y alegrías de la vida que disfrutamos, a otros que carecen de ellas. Y todos podemos hacerlo, creando así una humanidad renovada. Todos tenemos la capacidad de sentir y practicar esa compasión porque en Jesús y en otros como él, hemos descubierto que esa compasión está enraizada dentro de cada uno en una experiencia profunda del Dios que es la misma y única fuente de vida de todos y que, por ello nos integra a todos en una unidad profunda. En este domingo no nos queda sino dar gracias por ese descubrimiento que desde nosotros puede tener un impacto significativo creando esperanza en medio del panorama, a menudo gris, de la sociedad actual.Ω
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