Lect.: Proverbios 8:22-31; Romanos 5:1-5;
Juan 16:12-15
- Hasta hace poco tiempo, cuando proclamábamos nuestra fe en misa, después de las lecturas y la homilía, utilizando una muy antigua fórmula del Credo, redactada por dos concilios del siglo IV. repetíamos una serie de frases y conceptos que, —hay que reconocerlo– no entendíamos fácilmente: Engendrado, no creado, consustancial, de la misma naturaleza, … luz de luz, … Era un esfuerzo por expresar la fe en el Dios cristiano usando conceptos de la filosofía griega. Era otra época y otra cultura. Pero no se trata de concluir, con esto, que habría que sustituir esas expresiones con otras especulaciones filosóficas, con conceptos de corrientes de pensamiento más actuales. Ya desde el siglo XIII un gran santo y gran teólogo, Tomás de Aquino, con todo y sus ejercicios académicos, dijo con claridad que de Dios más bien sabemos lo que no es que lo que es.
- Las y los cristianos no tenemos, pues, por delante un reto de carácter intelectual, sino una invitación a escuchar al Evangelio que nos recuerda que “a Dios nadie lo ha visto jamás, pero el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1:18). Y lo que ha contado, al usar símbolos y parábolas sobre el reino de Dios, nos hace ver que lo que llamamos “Dios” es una realidad trascendente, que no es posible encerrar en conceptos y teorías; y que las comparaciones apenas sugieren y apuntan a que nos liberemos de representaciones muy materialistas y que pretenden inútilmente pintar la divinidad con rasgos de funciones humanas. Más bien, nos invitan a ver cómo vivía Jesús esa experiencia de la divinidad, de esa realidad trascendente a la que llamaba “Padre” y con la que se identificaba.
- Como hemos reflexionado durante el tiempo de Pascua que recién terminamos, esa experiencia de la divinidad que vivió Jesús, puede ser también nuestra propia experiencia, por cuanto compartimos la misma vida nueva de resucitados, la misma vida en el Espíritu de Dios. Una vez más repitamos: es cuestión de despertar a lo que somos, de descubrir esa presencia gratuita que nos trasciende pero nos incluye. La vamos descubriendo en la medida en que vamos descubriendo la realidad más profunda de nosotros mismos, que se manifiesta en nuestra capacidad de amar, de darnos y de recibir. Esto es lo que nos hacer a cada uno ser persona. Por eso conocernos a nosotros mismos no es un esfuerzo individualista y solitario, sino un proceso de crecimiento en una comunión amorosa en la que nos sumerge el mismo Espíritu del amor de Dios.Ω
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