Lect.: Hech 1:1-11; Ef 1:17-23; Lc 24:46-53
- Vivimos en una época en la que nuestra visión del universo se ha ampliado. No solo las generaciones más jóvenes, ya incluso la mía y de algunos aun mayores, aun sin mucha formación científica, hemos crecido aprendiendo cosas sorprendentes sobre nuestro planeta, nuestro sistema solar, nuestra galaxia y mucho más allá. Los programas de divulgación científica en TV y en internet nos introducen en una visión fascinante de lo que los creyentes llamamos el orden de la creación.
- Por contraste, en la época en que se escriben los libros del Nuevo Testamento, nada de esta realidad era ni siquiera sospechada. Para decirlo de forma simplificada, al menos en la Palestina de aquella época, y en sus vecinos más cercanos, el mundo tenía tres planos: “el superior (arriba) habitado por la divinidad. El del medio (el nuestro) era la realidad terrena en la que todos vivimos. El tercero (abismo) era el lugar del maligno y sus secuaces. Desde este esquema, la encarnación era concebida como una bajada del Verbo, desde la altura donde habita la divinidad a la tierra. Su misión era la salvación de todos. Por eso, después de su muerte tuvo que bajar a los infiernos (ínferos) para que la salvación fuera total. Una vez que Jesús cumplió su misión salvadora, lo lógico era que volviera a subir su lugar de origen” (explicación resumida del estudio de Fray Marcos).
- Hablar, entonces de la “ascensión de Jesús a los cielos” es utilizar una expresión con sentido en la época de Lucas. Pero, si la repetimos hoy literalmente, en la visión actual del mundo y del universo es exponerse a que los jóvenes y los no tan jóvenes pierdan todo respeto por el contenido de la palabra de Dios. Nos van a preguntar, con probable ironía, “¿que Jesús “subió”? ¿adónde? ¿a cuál cielo?” “¿Más allá del sistema solar?” Nosotros entendemos que Lucas hablara de este modo, no tenía otra forma de entender la realidad y de expresarla, pero para salvar la brecha entre su modo de representarse la realidad y la nuestra, es indispensable entender el contenido, el sentido del mensaje y no quedarse en la forma cultural en que se expresa. Ese contenido y sentido es el que hemos venido descubriendo con nuestra meditación de la Pascua.
- Conociendo todo lo que hizo y habló Jesús de Nazaret estamos convencidos de que el punto de llegada de su existencia terrena no podía ser otra que la posesión plena y total de la Vida. Esa es la convicción de las primeras comunidades cristianas que nos transmiten con diferentes expresiones, propias de su ambiente: nacer de nuevo, resucitar, “ascender” al cielo. Todas apuntan a lo mismo: el modo de vida de Jesús, Hijo del Hombre, ser humano pleno, que revela lo que cada uno de nosotros es cuando alcanza a vivir en plenitud, no puede ser otro que participar plenamente de la misma vida de Dios. Este es el resumen del mensaje de Pascua, al que hemos venido tratando de aproximarnos durante estas siete semanas y es un resumen que Lucas —solo Lucas, tomemos nota— lo presenta como una “ascensión” o “subida” de Jesús al cielo. (Este evangelista utiliza esta expresión, porque era una forma corriente, más comprensible para sus lectores griegos, que el término “resurrección”. En los ambientes de piedad popular greco latinos, —aunque no exclusivamente— existía la idea de que cuando alguien había sido extraordinariamente santo o sabio, antes o después de su muerte era “raptado” por Dios o por los dioses, según cada uno. De ahí viene la idea del “rapto” que todavía anuncian algunos grupos cristianos). Por esa creencia extendida, Lucas pensó, como medio pedagógico, que usar un término parecido le permitiría llegarles mejor a sus lectores griegos.
- Resurrección, ascensión, venida del Espíritu Santo,… todas son formas de expresar una misma realidad: que ni la muerte, ni el aparente fracaso, pueden nada contra una vida entregada en el amor y el servicio, para producir más vida. Si leemos con cuidado y comparamos las diversas versiones de los relatos pascuales nos daremos cuenta no solo de la diferencia entre el mensaje y su expresión cultural, sino también de que los evangelistas mismos relativizan lo de “40 días”, o “cincuenta” o cualquier otro dato cronológico respecto a lo que aconteció en la Pascua. Todo es, de hecho, una única culminación del Viviente Jesús, de la que los apóstoles y nosotros mismos, veintiún siglos después, podemos tener experiencia profunda y personal, porque participamos de esa misma realidad del Viviente resucitado. Por lo menos esa es la Buena Noticia y se nos invita a que la descubramos experimentándola.Ω
Comentarios
Publicar un comentario