Lect.: Jer 31:7-9; Hebr 5: 3-6; Mc 10: 46-52
- Con todas las diferencias que podamos tener los que nos encontramos aquí esta tarde y muchos otros de nuestros vecinos y conocidos, todos, en algún momento de nuestra vida, nos hemos preguntado cómo hacer para vivir una vida que valga la pena. No simplemente a qué oficio o profesión dedicarnos, qué empleo buscar, sino cuál camino seguir. Es decir, cómo orientar nuestra vida, nuestro trabajo, nuestro mundo de relaciones, hacia adónde apuntar de tal manera que podamos construir una vida plena, realizadora de nuestras mejores capacidades.
- Llevamos unos seis domingos en que Marcos viene mostrando un Jesús que ofrece un camino. Simbólicamente lo plantea como un camino de subida a Jerusalén porque va a terminar con un conflicto, una confrontación y el asesinato del propio Jesús por parte de los líderes religiosos y políticos. Es el camino de una vida dedicada a llevar pan para todos, en una mesa compartida, dentro de una comunidad universal de la que nadie es excluido y en la que los niños, los débiles, los pobres tienen un puesto central. Pero es un camino tan distinto del que planteaban los ideales religiosos de su tiempo, que genera actitudes de rechazo, ya antes de llegar al conflicto final de Jerusalén. Rechazo de Pedro, que está pensando en seguir a un líder exitoso como Mesías; rechazo del joven rico, que no puede despegarse de todas sus posesiones para construir su vida; rechazo de los propios discípulos cercanos, como Santiago y Juan, que solo andan pensando en trepar para ocupar puestos de relevancia.
- Y con estos antecedentes, a Marcos le parece clave destacar en el texto de hoy una figura que, a diferencia de los demás, él sí va a decidirse por el seguimiento del camino de Jesús. Este hombre no es ni un discípulo oficial, ni un sacerdote, ni nadie importante. Es un mendigo ciego, Bartimeo, que está "sentado al borde del camino". Todo un símbolo: es alguien que no camina hacia ningún lado, y que ni siquiera puede ver cuál camino seguir, hacia dónde llevar su vida. Sin embargo, en cuanto oye hablar de Jesús y de que se le acerca, empieza a llamarlo a gritos. Cuando Jesús le pregunta lo que quiere, su respuesta es contundente: Maestro, que pueda ver. Va más allá de pedir la vista. Pide poder ver un camino para su vida. Y entonces, cuando su propia fe lo cura, hace lo que ni Pedro, ni el joven rico, ni los apóstoles fueron capaces de hacer, despojarse de lo poco que tenía, y de un salto, hacer del camino de Jesús su propio camino.
- No resulta nada fácil para nosotros repetir el gesto de este Bartimeo. Primero, porque hay que empezar por reconocer que estamos ciegos sobre cuál es el camino que vale la pena. Segundo, porque con todo y todo, seguir sentados donde hemos estado sentados por años, resulta más cómodo que decidirse a aceptar un cambio de pensamiento y de prácticas. Y, en fin, porque aceptar un camino que exige descubrir esperanza en medio del fracaso y de la muerte, nos parece ir contra las ideas de éxito que tiene la sociedad de hoy. Quisiera pensar que estas eucaristías nos ayudan a reconocer, al menos, para empezar, que necesitamos aprender a ver de manera diferente lo que vale la pena en la vida.
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