Lect.: Sab 7: 7-11; Hebr 4: 12-13; Mc 10: 17 - 31
- Después de pasar unos meses en otro país, en el que se pueden apreciar serios impactos de la crisis económica sobre la vida de la gente, es inevitable que uno se sienta cada vez más preocupado por el presente y el futuro de nuestra propia patria. No estamos vacunados, lamentablemente, contra los efectos negativos de la dinámica de la economía internacional. Incluso países como España, que ya habían alcanzado un alto nivel de bienestar en las últimas décadas , sufre hoy un alta tasa de desempleo, sobre todo en los jóvenes, familias en las que ninguno de sus miembros tiene trabajo, ingreso insuficiente que no pueden enfrentar los recortes en servicios de educación y salud, un creciente número de personas que tienen que recurrir a los locales de Cáritas para pedir ayuda para el sustento diario. No hemos llegado en Costa Rica a esos extremos, pero es un hecho que con la economía que se está construyendo el país no solo no logra doblegar las cifras de pobreza, sino que ocupamos un primer puesto nada halagador en la región, en cuanto a aumento de la desigualdad. Se ensancha la brecha entre los que obtienen beneficios de la economía y entre los que no pueden apenas disfrutarlos. Si mencionamos esto aquí, es porque constituye un serio problema humano y porque su solución no depende tan solo de medidas técnicas económicas.
- Durante los domingos anteriores hemos venido escuchando al evangelista Marcos que nos dice que el deseo, la propuesta de Jesús es la de construir una comunidad universal, una gran mesa compartida, donde los niños, los débiles, los pobres, los marginados, sean el centro, la principal prioridad. Un nuevo tipo de comunidad en la que las mujeres, sean liberadas de toda forma de dominación, y ayuden a construir una iglesia maternal y no machista, para ponerla al servicio de esa nueva humanidad que nos propone Jesús. Y en el texto de hoy, Marcos nos da una clave para caminar hacia esa sociedad nueva.
- Este episodio del joven rico que se ve incapacitado de seguir a Jesús no es un pasaje para animar a la lucha de clases, ni para condenar los bienes materiales, ni para atacar a los que gozan de buena posición económica. Pero sí es un texto clave en el que Marcos ve a Jesús trazando una línea divisoria clara entre dos formas de usar los bienes y riquezas de este mundo y, por tanto, entre dos formas de vivir. Una forma, la de Jesús, es la que hemos venido describiendo estos domingos anteriores y que se compromete en la construcción de una sociedad en la que se superan las viejas formas de entender la familia y la convivencia humana, infectadas de prácticas de dominación y desigualdad. La forma nueva de vida, a la que invita Jesús, sigue su senda de desprendimiento y de servicio alimentados en el amor y en la conciencia de que todos tenemos una identidad compartida en Dios. La otra forma, la que simboliza hoy el joven rico es la que nos atrapa y amarra cuando anteponemos nuestros intereses y ambiciones personales a todo lo demás y nos empuja a ver a los demás solo como extraños y competidores.
- Es lamentable que esta segunda vía parece hoy tener mas adherentes y, peor aún, que a veces creamos que esa segunda vía es compatible con confesarnos supuestamente cristianos. La participación en esta eucaristía, vivida a fondo, debería sacarnos de ese engaño y ayudarnos a replantear lo que significa seguir a Jesús en épocas difíciles para la supervivencia de todos.
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