Ir al contenido principal

24º domingo t.o., 16 de sep. de 12


Lect.: Isaías 50, 5-9 a; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35


  1. Ante una expresión tan radical del mensaje de Jesús, como la que da Marcos, en el texto de hoy, hay dos maneras de escaparse, que a menudo utilizamos, quizás de modo inconsciente. La primera es comentar casi escandalizados, lo cortos de entendederas que eran Pedro y los demás apóstoles. No es la primera vez que yo mismo he dicho: “increíble que los Doce, ya con cierto tiempo al lado de Jesús, todavía no le entiendan”. No esta mal. Pero cuando reaccionamos así nos olvidamos o no sabíamos que el evangelista Marcos, no está polemizando con Pedro y compañeros, que habían vivido décadas atrás. Está en alegato con el “Pedro y compañeros” de su época. Es decir, con la Iglesia naciente, a la que se dirige. Con la forma como esta se va configurando, en algunas cosas, dando la espalda a Jesús como Marcos lo ve. La pelea de Marcos, entonces, no es con los discípulos del pasado, sino con la Iglesia del presente, que él conoce, que demasiado pronto se ve tentada por el poder, por el protagonismo, en ese momento bajo el ropaje del “mesianismo triunfante” tomado de la tradición israelita.
  2. El segundo intento de escape de este texto tan radical es cuando caemos en una hermosa retórica y decimos algo así como: “es cierto, el evangelio nos pide seguir a Jesús tomando la cruz, es decir, disponiéndonos a morir por él”. Creo que es un gesto nuestro hermoso pero retórico, porque la mayoría de nosotros, en circunstancias normales, en Occidente, no estamos en ningún peligro de muerte por ser cristianos. Ni siquiera en riesgo de persecución, —pese a las actitudes de quienes andan “descubriendo” por todas las esquinas conspiraciones “anti – católicas”. Lo que el evangelista está reprochando al “Pedro” de su época, a los nuevos cristianos que se van agrupando en Iglesia, es que pretendan llamar “seguimiento de Jesús” a lo que no es si no un seguimiento de un proyecto personal, egocentrado, pero que no es más que el interés más o menos disfrazado de “salvar su alma”, es decir, su propia vida de manera individual.
  3. En la construcción de ese diálogo entre Pedro y Jesús, que nos presenta el texto de hoy, Marcos enfrenta dos maneras muy distintas, religiosas las dos, de entender el seguimiento de Jesús. Una, representada por Pedro, arropada en la confesión mesiánica, es decir, que parte de darle al maestro el grandioso título de Cristo, de Ungido, pero entendido  convencionalmente, para construir una iglesia no muy distinta del colectivo del Templo, en torno a una jerarquía poderosa, que pretende construir el que creen como “proyecto de Jesús” sobre la base de las propias fuerzas, de la imposición de pensamiento, de las habituales tretas humanas que acaban en dominación de los más débiles, en exclusión de muchos, acabando en “grupos selectos”. La otra, que es del Jesús de Marcos, se enfrenta a la anterior calificándola sin ambages como proveniente de Satanás; no rechaza el título de Mesías, pero lo reinterpreta en clave de Hijo del Hombre, en clave de un seguimiento de quien es capaz de perder, de “morir” a todo el “triunfo” personal o grupal, con tal de que salga adelante el proyecto de la buena nueva de la mesa compartida, de la comunidad universal, de la vida abundante para todos.
  4. Pensar en ese tipo de reto sí es, todavía hoy, realista y relevante para la mayoría de nosotros. Escoger el camino de ese proyecto que le recuerda Marcos a la Iglesia de su tiempo, de su entorno, ese sí implica un “riesgo de muerte”, la muerte al intento de construir, ganar, la propia vida, la propia espiritualidad, sobre la base del yo interesado, que todavía sueña solo con salvación en términos individualistas. Aún más, supone la muerte, la renuncia a intentar los objetivos del evangelio por medio de la fuerza, de la violencia, del ejercicio de cualquier tipo de poder o imposición. Pero evangélicamente de esa “muerte” depende “ también ganar la propia vida”. Ω

Comentarios

Entradas más populares de este blog

TRES REFLEXIONES PARA RECUPERAR EN LA "FIESTA DE LA TRINIDAD"

  Al repasar mis reflexiones de los últimos años sobre la "celebración de la Trinidad", me parece valioso recuperar, entre otras, las siguientes. La primera,  que l a experiencia nos enseña lo inadecuadas que son las solas palabras para expresar nuestros mejores sentimientos y nuestras profundas convicciones.  En realidad, es algo que ya antes sabíamos que pasaba sobre todo cuando tratábamos de compartir la alegría sentida, el disfrute de la vida, la intensidad del amor… Y es algo que deberíamos también haber constatado al meternos a “hablar de Dios”, porque detrás de esa palabra, ese nombre, “Dios”, tocamos la realidad más profunda de nuestro ser, de nuestra persona, de esa realidad que está en cada uno de nosotros pero que es más grande que nosotros. Lo normal, entonces, es que el lenguaje verbal siempre se quede corto y nos deje insatisfechos. L o primero que aportó la Buena Nueva fue la oportunidad, no de aprender una verdad teológica , sino de vivir la  experien...

Domingo de Pascua

Lect.:  Hech 10: 34-43; Col 3: 1-4; Jn 20: 1-9 Cuando decimos que para los cristianos la fiesta de la Pascua es el acontecimiento central de nuestra vida , afirmamos que estamos hablando de algo de lo que no es fácil hablar . Nos referimos al momento culminante de la vida de Jesús, de la vida de sus primeros testigos y de nuestra propia vida . ¿Cómo poder expresar ese momento culminante de manera fácil? ¿Cómo encerrar en palabras humanas unas realidades, vivencias que tocan lo más íntimo de nuestro ser y del ser de Jesús ? Durante muchos años hemos leído y meditado los relatos evangélicos de la resurrección y probablemente nos hemos quedado pegados en los detalles con que sus autores intentaron comunicar lo incomunicable. La resurrección de Jesús no es la vuelta a la vida en este mundo de un cadáver . Y, sin embargo, por las limitaciones del lenguaje, si los leemos literalmente, los relatos sobre la tumba vacía, sobre las apariciones a María Magdalena,...

CELEBRANDO LA ASCENSIÓN, ¿SE TRATA DE UNA "SUBIDA"?

 Se supone que uno de los propósitos de las fiestas litúrgicas es pedagógico. Se trataría de desglosar diversos aspectos del mensaje evangélico para facilitar su comprensión. Y se suponía también que al asociar cada aspecto del mismo a un "episodio" o dimensión de la vida de Jesús, esto daría más vitalidad y dinamismo al anuncio de la Buena Nueva. No sé en que medida esto se logró en siglos pasados, pero me temo, desde hace tiempos, que hoy en día" el modo de realizar la celebración litúrgica más bien desorienta la formación en la fe de los creyentes contemporáneos. En vez de una comprensión progresiva del Mensaje se produce una fragmentación del mismo y una pérdida de visión de conjunto y, al mismo tiempo, al asociar cada "fragmento" a recuerdos de diversos momentos sucesivos de la vida de Jesús, se crea la impresión de que se está intentando construir y reproducir un resumen biográfico de ésta. Un paso más y caemos en una lectura literalista y fundamentalista...