Lect.: Gén 9:8-15; 1 Pedr 3:18-22; Mc 1:12-15
1. No es casual que el relato de Mc sobre lo que
conocemos como el episodio de las tentaciones de Jesús sea tan corto y tan
simple de elementos. No es casual, porque Mc, que es anterior a los relatos de
los otros evangelistas, va al grano. Lo que quiere es transmitir no es el
relato de una anécdota o episodio, sino un mensaje breve y directo, aunque con
un lenguaje cargado de símbolos: en la experiencia de Jesús, como en la de todo
ser humano, se da a lo largo de la vida, una batalla permanente. Diariamente
Jesús, como nosotros, está rodeado de satanás, que significa
"adversario", de fieras salvajes y de ángeles. No se refiere a otras
personas, sino a fuerzas de diverso signo que todos llevamos dentro. Unos son
lo que llamamos los "demonios" internos, nuestros miedos, cobardías,
agresividades defensivas. Otros son los "ángeles", también
interiores, que son nuestras intuiciones luminosas, generosas, que nos hacen
sentirnos bien, más realizados en las experiencias de mayor autodonación,
de gratuidad, de regalo, de amistad. Ese conflicto de fuerzas viene a ser el
conflicto entre dos formas de vida, una, centrada en una falsa imagen de uno
mismo como si fuera un ser centrado en sí mismo, que todo lo juzga según sus
propios intereses, y así define lo bueno y lo malo, lo agradable y lo
desagradable, según convenga a su propio ego. La otra forma de vida, en cambio,
nos lleva a descubrirnos en una maravillosa comunión con los demás, con todo el
universo incluso, y en eso consiste nuestra experiencia y encuentro con Dios.
2. El "desierto" al que va Jesús es el
símbolo de esos tiempos y espacios en los que, concentrándonos en lo esencial,
liberándonos de distracciones, podemos entender mejor la lucha interna entre
esas dos opciones de vida. Y podemos continuar eligiendo la que más nos permite
descubrir y fortalecer nuestra identidad real, luminosa, constructiva, amorosa,
solidaria.
3. Por eso estas semanas que llamamos
"Cuaresma" no son, como a menudo lo hemos interpretado, unos días
para lamentarnos lo pecadores que somos y pedir perdón de nuevo. Son más bien
como unos días de entrenamiento, como hacen los deportistas cuando se
concentran antes de una competencia importante, para poder luego en la vida
ordinaria acostumbrarnos a la práctica de esos momentos de desierto, que nos
permitan concentrarnos en lo esencial, y, sin distracciones, ni miedos, ni
cobardías, descubrir y fortalecer, como Jesús, la opción de vida que nos revela
lo que realmente somos, esa nuestra identidad luminosa y constructiva que
veremos expresada luego en el símbolo de la resurrección .Ω
Padre, al ver la Cuaresma como una etapa de entrenamiento, toda la concepción que tenemos cambia radicalmente, ya que ese enfoque de tristeza que usualmente se le da, se convierte en un momento en el cual podemos ver y conocer más a esos demonios que nos agobian y que tratan de dominar nuestras vidas. Es hora de hacer un alto y aprovechar este momento para caminar de la mano de Dios venciendo demonios para conquistar más ángeles.
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