Lect: Lev 13:1-2.44-46; 1 Cor
10:31-11.1; Mc 1: 40-45
1. Cuando leemos
textos bíblicos como los de este domingo, sobre el trato a los leprosos en la
antigüedad, tenemos la tentación de decir: "qué brutos eran, qué salvajes,
qué primitivos; ¡imponer una separación tan inhumana a los enfermos de lo que
entonces se consideraban formas de lepra...! ¡hacerlo en nombre de Dios! Nuestro escándalo se puede acabar enseguida
si consideramos, por una parte, la ignorancia sobre la enfermedad, de aquella
época, y la escasez que padecían de medios de combatirla. Pero, sobre todo,
nuestro escándalo por ese muro legal de separación, se esfuma al reconocer que
seguimos construyendo enormes muros de segregación y discriminación hoy día.
Muros físicos de separación construidos por Israel, para aislar a sus vecinos de
al lado, los palestinos; por el gobierno de EE. UU, para impedir el paso de los
inmigrantes pobres sobre todo de Centroamérica, otro similar levantado por el
gobierno español, con intenciones parecidas respecto a emigrantes africanos. Y
hay otras medidas que sería largo mencionar (metro de Chile, separación de
zonas en Guatemala, trato a enfermos de SIDA, a homosexuales…). Si en el
A.T. el miedo era al contagio, hoy se trata de otras formas de miedo; se dice para
justificarse, que al terrorismo, a la ilegalidad, a la inmoralidad... en el
fondo a grupos que se ven como amenaza por encontrarse en situaciones de desvalimiento
y precariedad. Se piensa que su presencia, amenaza el orden, la moral, más
sinceramente, el bienestar, el confort del que se disfruta.
2.
En el evangelio, Jesús
tiene una actitud distinta. No ve al desvalido como una amenaza de la que
hay que defenderse, sino como un
semejante con quien se comparte el padecimiento, porque, en lo básico, todos
somos igualmente limitados. Si él padece de algo, nosotros padecemos de otras
cosas, y ese reconocimiento no nos debe hacer sentirnos amenazados y separarnos
sino, al contrario, tendría que
conducirnos al sentimiento de identificación y, en definitiva, al amor. Construir
muros de separación nos vuelve a la selva y genera más violencia que la que ya
padecemos. Derribar esos muros, como lo hizo Jesús, nos hace más profundamente
humanos y, por eso, más en comunión con Dios.
3.
Como ticos pacíficos no construimos esos muros
de ladrillo o concreto para separar a los que creemos que amenazan nuestra
comodidad. Pero tendríamos que
preguntarnos si no hemos construido otro tipo de muros, —legales,
ideológicos, culturales, de comportamiento, ...— para mantener separados a
grupos de nuestra sociedad que consideramos raros, o meramente distintos,
porque no tienen nuestro nivel cultural, económico, o de comportamiento social
o sexual. A la luz de la Buena Nueva, parece imposible que podamos
realizarnos plenamente humanos como Jesús, de no eliminar todas esas barreras
de separación.Ω
No sé hasta qué punto esos muros de los que se habla en la Palabra son construidos por una falta de educación y tolerancia hasta por parte de la sociedad, familia y de la misma Iglesia. El caso de una niña negra que es rechazada por sus compañeros en una escuela en Aserrí, es uno de ellos. El rechazo de la propia familia por una hija lesbiana o un hijo gay, que inclusive prefieren "verlo muerto". O peor aun, la construcción de muros hacia sí mismo, lo que impide amar a Dios como así mismo y por consiguiente al prójimo.
ResponderBorrarNo sé hasta qué punto esos muros de los que se habla en la Palabra son construidos por una falta de educación y tolerancia hasta por parte de la sociedad, familia y de la misma Iglesia. El caso de una niña negra que es rechazada por sus compañeros en una escuela en Aserrí, es uno de ellos. El rechazo de la propia familia por una hija lesbiana o un hijo gay, que inclusive prefieren "verlo muerto". O peor aun, la construcción de muros hacia sí mismo, lo que impide amar a Dios como así mismo y por consiguiente al prójimo.
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