1. Desde
el primer domingo de Adviento, como preparación para celebrar religiosamente la
Navidad, se nos daba una pista: hay que despertar. Cada domingo hemos venido
descubriendo algo a lo que debemos despertar:... Hoy, en la actitud de María se
nos habla del engaño más radical del que tenemos que despertar. Para que nazca
el hijo de Dios María tiene que aceptar que existe una visión de la realidad
más profunda que la que ella tiene. Lo expresa diciendo: hágase en mí según tu
palabra. Dentro de su realidad, tal y como ella y los demás la veían,
ella no era más que una muchachita insignificante de un pueblito sin
importancia, medio perdido de aquella Palestina de entonces. Pero ella acepta
que en esa pobre realidad cabe una realidad más profunda, en la que puede
realizarse la plenitud de Dios. Y ella se rinde a esa realidad mayor, la acepta
aunque los ojos no traspasan esa materialidad. Y así se manifiesta Dios en la
realidad humana del hijo nacido de su vientre.
2. Decir
nosotros, con María, "hágase en mi según tu palabra" no equivale,
como a veces se entiende, aceptar ser regido por la ley de Dios, los
mandamientos. Equivale a rendirse ante una realidad de nosotros mismos, mayor
que le que materialmente vemos. Equivale a abrirse a la posibilidad de vivir la
realidad divina en nosotros mismos, en cada momento presente, sea éste como sea
y tengamos nosotros las limitaciones que tengamos. Al llegar a esa actitud, a
esa disposición, llegamos a lo que que simbólicamente llamamos "el
nacimiento de Dios" en nosotros, nuestra propia Navidad.
3. Para
llegar a ver y a vivir de esta manera tenemos que despertar, de un montón de
sueños falsos, de maneras de vernos equivocadas. Nos soñamos como amarrados por
nuestras limitaciones personales, por las dificultades de nuestro entorno, por
nuestra flaqueza moral,... Y pensamos que nuestro encuentro con Dios solo será
posible si las cosas cambian, si es posible superar todas esas limitaciones. En
cambio, María nos enseña que lo único que tenemos que hacer es, sobre la base
de nuestra persona tal como es, abrirnos a esa realidad mayor que nosotros
mismos pero que existe en nosotros mismos. Así, despiertos, podemos celebrar la
Navidad, no quedándonos tan solo en sus dimensiones festivas, nostálgicas y de
descanso, —que están muy bien— sino además y sobre todo, espiritualmente, como
nuestro propio nacimiento a la vida nueva.
Comentarios
Publicar un comentario