2o domingo de adviento
Lect.: Is 40:1-5;9-11;2 Pedr
3:8-14; Mc 1:1-8
1.
¿A qué debemos despertar? Era la pregunta que
se desprendía de la meditación del domingo pasado. Lo primero, quizás, es lo
que nos dice hoy Juan el Bautista, en el texto de Mc. Juan atraía mucha gente
que venía a confesar los pecados y a que se les perdonasen, con el signo del
bautismo de agua. Juan lo hace, pero dice que detrás de él viene alguien que
puede más que él y que los va a bautizar con Espíritu Santo. Aquí hay una gran
novedad y por eso Mc comienza su escrito con las palabras: "inicio de la buena noticia de
Jesucristo". Es para él una verdadera noticia, es algo realmente nuevo.
Pero no solemos entender en qué consiste
"lo nuevo" porque hemos hecho de Jesús otro Juan el Bautista, que
se queda en el nivel de Juan: el nivel de la moral que hace a la gente ver sus
pecados, confesarlos y recibir perdón. Y nos hemos acostumbrado a verlo así.
2.
Por supuesto que la práctica moral es importante, pero
"bautizar con Espíritu Santo"
es mucho más que eso. Es sumergirse en la vida de Dios. O, como decíamos el
domingo pasado y en otras ocasiones, darnos cuenta de que estamos sumergidos en
la vida de Dios, en su vida de amor, de perdón; el amor y el perdón ya habitan
en nosotros, como lo muestra el trato de Jesús con los pecadores. Jesús no es
otro Juan el Bautista, que todavía vive en un mundo de dos pisos, en el que hay
que estirar el cuello para buscar a Dios en el segundo, y suplicarle y cansarlo
hasta que nos dé su perdón. Jesús es un
reflejo de lo que es el ser humano pleno y un reflejo de lo que es la divinidad
dentro de esa humanidad plena. La realidad solo tiene un piso, como lo
vamos a celebrar en lo que llamamos la fiesta de la Encarnación, la Navidad.
3.
Marca una diferencia
para la vida de cada uno de nosotros y para la acción de la Iglesia quedarse a
nivel del Bautista o despertarse a la realidad humana que nos revela Jesús. El énfasis y las
prioridades que pondremos en cada caso van a ser muy distintos. Sumergidos en el Espíritu Santo a lo que
apuntaremos será a hacer de cada momento, de cada situación, incluso de
nuestras propias debilidades, momentos de plenitud por la fuerza de la
divinidad que habita en nosotros. Con esta experiencia de Dios en nosotros
también cambia nuestra práctica moral. Ya no será un esfuerzo, muchas
veces frustrante, para conseguir la vida de Dios, sino que será más bien la
expresión de esa vida de Dios que va conduciendo la nuestra.
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