21o domingo t.o. 21
Lect.: Is 22:19-23; Rom 11:33-36; Mt 16:32-30
1. Tomar en cuenta que este evangelio de Mt se escribió hacia los años 80 y en Siria, es una riqueza y una dificultad. Es una dificultad en la medida en que uno piensa que el texto refleja mucho la situación de una comunidad particular de cristianos posterior a los tiempos de Jesús. Pero, al mismo tiempo, es una riqueza darse cuenta de que todavía 50 años después de la muerte del Maestro sus seguidores seguían haciéndose preguntas muy de fondo sobre Jesús y sobre el evangelio. Es de gran importancia descubrir que el evangelio no es un catecismo con todas las respuestas prefabricadas sino, más bien, un estímulo para que las generaciones posteriores de cristianos sigamos preguntándonos temas fundamentales de nuestra vida.
1. Si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que en la pregunta que Mt plantea se juntan en realidad tres preguntas. Detrás de la pregunta "quién es Jesús" están otras dos: quién es Dios y quién soy yo. Son inseparables en la visión de quien se nos presentó como el hijo del hombre que estaba plenamente unido al Padre. En Jesús se nos revela lo que es el ser humano portador, en vasija de barro, como dice Pablo, de un tesoro de gracia, la propia vida divina. Pero entender esta identidad de Jesús y esta identidad nuestra es algo que debemos esforzarnos por profundizar. Cada generación, cada época, cada uno de nosotros debe renovar esa búsqueda según los rasgos propios del momento en que le ha tocado vivir. La respuesta a esa triple pregunta no está en ningún catecismo, ni en ningún libro de teología, ni en ningún manual de autoayuda. Es, más bien, es un proceso de descubrimiento que debemos trabajar de continuo, dejándonos guiar por el Espíritu que habita en nosotros. Es un descubrimiento que no es teórico, sino que es dinámico, porque nos va demandando la construcción de lo que estamos llamados a ser, identificándonos cada vez más con lo que es el hijo del hombre, creciendo, poco a poco, como dice Pablo hasta alcanzar la estatura de Cristo, según las circunstancias concretas que nos ha tocado vivir.
2. Cuando Mt escribió este texto, sus oyentes sirios, judeocristianos, estaban preocupados por saber si Jesús era el Mesías judío prometido, y si ellos eran el judaísmo más autentico. Esas preocupaciones ya no son las de nuestro tiempo. Hoy, para nosotros, quizá, lo que nos preguntamos va más bien en la dirección de saber en qué consiste hoy ser hijo del hombre, es decir, auténticamente humano en medio de una sociedad, una economía, unas empresas e incluso unas iglesias tan plegadas a menudo al juego del poder y del gran espectáculo. Dejemos que sea el Padre y no la carne ni la sangre, es decir, no ninguna ideología política, económica o religiosa, quien nos ayude en este trabajo de descubrimiento.Ω
Lect.: Is 22:19-23; Rom 11:33-36; Mt 16:32-30
1. Tomar en cuenta que este evangelio de Mt se escribió hacia los años 80 y en Siria, es una riqueza y una dificultad. Es una dificultad en la medida en que uno piensa que el texto refleja mucho la situación de una comunidad particular de cristianos posterior a los tiempos de Jesús. Pero, al mismo tiempo, es una riqueza darse cuenta de que todavía 50 años después de la muerte del Maestro sus seguidores seguían haciéndose preguntas muy de fondo sobre Jesús y sobre el evangelio. Es de gran importancia descubrir que el evangelio no es un catecismo con todas las respuestas prefabricadas sino, más bien, un estímulo para que las generaciones posteriores de cristianos sigamos preguntándonos temas fundamentales de nuestra vida.
1. Si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que en la pregunta que Mt plantea se juntan en realidad tres preguntas. Detrás de la pregunta "quién es Jesús" están otras dos: quién es Dios y quién soy yo. Son inseparables en la visión de quien se nos presentó como el hijo del hombre que estaba plenamente unido al Padre. En Jesús se nos revela lo que es el ser humano portador, en vasija de barro, como dice Pablo, de un tesoro de gracia, la propia vida divina. Pero entender esta identidad de Jesús y esta identidad nuestra es algo que debemos esforzarnos por profundizar. Cada generación, cada época, cada uno de nosotros debe renovar esa búsqueda según los rasgos propios del momento en que le ha tocado vivir. La respuesta a esa triple pregunta no está en ningún catecismo, ni en ningún libro de teología, ni en ningún manual de autoayuda. Es, más bien, es un proceso de descubrimiento que debemos trabajar de continuo, dejándonos guiar por el Espíritu que habita en nosotros. Es un descubrimiento que no es teórico, sino que es dinámico, porque nos va demandando la construcción de lo que estamos llamados a ser, identificándonos cada vez más con lo que es el hijo del hombre, creciendo, poco a poco, como dice Pablo hasta alcanzar la estatura de Cristo, según las circunstancias concretas que nos ha tocado vivir.
2. Cuando Mt escribió este texto, sus oyentes sirios, judeocristianos, estaban preocupados por saber si Jesús era el Mesías judío prometido, y si ellos eran el judaísmo más autentico. Esas preocupaciones ya no son las de nuestro tiempo. Hoy, para nosotros, quizá, lo que nos preguntamos va más bien en la dirección de saber en qué consiste hoy ser hijo del hombre, es decir, auténticamente humano en medio de una sociedad, una economía, unas empresas e incluso unas iglesias tan plegadas a menudo al juego del poder y del gran espectáculo. Dejemos que sea el Padre y no la carne ni la sangre, es decir, no ninguna ideología política, económica o religiosa, quien nos ayude en este trabajo de descubrimiento.Ω
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