19o domingo t.o.
Lect.: 1 Reg 19:9 a. 11-13 a. Rom 9: 1 - 5; Mt 14:22-33
1. No sabemos qué difícil situación estaría atravesando la comunidad para la que escribía Mateo pero debía ser tan severa que hizo que el evangelista evocara el recuerdo de un episodio de los apóstoles con Jesús en medio de la tempestad. Y así construyó este relato que es, como el del domingo pasado, otra "parábola en acción". Es una parábola en acción porque Mt toma elementos de la vivencia de la tempestad y de las reacciones de los apóstoles en la barca, para compararlos con aspectos del problema que están viviendo y, sobre todo, para puntualizar la reacción de miedo por la que atraviesan. Lo más interesante es el tipo de miedo que identifica. No es tanto el miedo a la tempestad, que también lo tienen, por supuesto. Cuando realmente se asustan y gritan de miedo es cuando ven a Jesús caminando hacia ellos y son incapaces de reconocerlo. Incluso lo confunden con un fantasma.
2. Comenta un autor contemporáneo que este es el verdadero drama de la Iglesia y, podríamos decir, el verdadero drama religioso que podemos atravesar cada uno de nosotros: cuando somos incapaces de descubrir a Dios y a Jesús en nosotros mismos, ante acontecimientos duros por los que atravesamos, porque estamos terriblemente apegados a imágenes que hemos construido de Dios, a nuestra imagen y semejanza. Resulta cómodo imaginarse un dios tapa agujeros y apaga incendios, manipulable por nuestros caprichos, que tenemos a mano cada vez que topamos con nuestra falta de responsabilidad para resolver problemas o cada vez que los problemas de la complejidad de la vida, de nuestro entorno, de la enfermedad y de la muerte nos ponen límites a nuestros deseos insaciables de tener todo, ya y para siempre. Pero el Dios de Jesús, como el de Elías en la primera lectura, nos desborda, no es controlable, es inesperado y llega a nosotros, mejor dicho, está en nosotros de manera y forma inesperada. Pensar así de Dios nos asusta.
3. La tentación será siempre esperar manifestaciones de Dios ligadas a grandes espectáculos. Elías esperaba encontrarlo tras un viento huracanado o tras un terremoto. Pero estaba detrás del susurro de la suave brisa. Hoy muchos católicos piensan reencontrar a Dios en manifestaciones masivas de poder eclesiástico para enfrentar a quienes consideramos descreídos o ateos o secularizados. O reencontrarlo en despliegues de razonamiento teológico que derrote con argumentos racionales a los que pensamos que no tienen la verdad porque no creen como nosotros. Pero el Dios de Jesús como el de Elías solo puede ser experimentado en la autenticidad de la vivencia profunda de nuestro propio ser, de nuestra propia vida. No tanto en la verdad doctrinal, defendida con intolerancia, cuanto en la verdad de nuestra propia vida, descubierta con confianza como expresión de la vida y presencia de Dios y de Cristo en cada uno de nosotros. Esta vivencia será la única que derrote no a un grupo de supuestos enemigos de la Iglesia o de nuestra fe, sino que derrote todo miedo de nuestra vida diaria.Ω
Lect.: 1 Reg 19:9 a. 11-13 a. Rom 9: 1 - 5; Mt 14:22-33
1. No sabemos qué difícil situación estaría atravesando la comunidad para la que escribía Mateo pero debía ser tan severa que hizo que el evangelista evocara el recuerdo de un episodio de los apóstoles con Jesús en medio de la tempestad. Y así construyó este relato que es, como el del domingo pasado, otra "parábola en acción". Es una parábola en acción porque Mt toma elementos de la vivencia de la tempestad y de las reacciones de los apóstoles en la barca, para compararlos con aspectos del problema que están viviendo y, sobre todo, para puntualizar la reacción de miedo por la que atraviesan. Lo más interesante es el tipo de miedo que identifica. No es tanto el miedo a la tempestad, que también lo tienen, por supuesto. Cuando realmente se asustan y gritan de miedo es cuando ven a Jesús caminando hacia ellos y son incapaces de reconocerlo. Incluso lo confunden con un fantasma.
2. Comenta un autor contemporáneo que este es el verdadero drama de la Iglesia y, podríamos decir, el verdadero drama religioso que podemos atravesar cada uno de nosotros: cuando somos incapaces de descubrir a Dios y a Jesús en nosotros mismos, ante acontecimientos duros por los que atravesamos, porque estamos terriblemente apegados a imágenes que hemos construido de Dios, a nuestra imagen y semejanza. Resulta cómodo imaginarse un dios tapa agujeros y apaga incendios, manipulable por nuestros caprichos, que tenemos a mano cada vez que topamos con nuestra falta de responsabilidad para resolver problemas o cada vez que los problemas de la complejidad de la vida, de nuestro entorno, de la enfermedad y de la muerte nos ponen límites a nuestros deseos insaciables de tener todo, ya y para siempre. Pero el Dios de Jesús, como el de Elías en la primera lectura, nos desborda, no es controlable, es inesperado y llega a nosotros, mejor dicho, está en nosotros de manera y forma inesperada. Pensar así de Dios nos asusta.
3. La tentación será siempre esperar manifestaciones de Dios ligadas a grandes espectáculos. Elías esperaba encontrarlo tras un viento huracanado o tras un terremoto. Pero estaba detrás del susurro de la suave brisa. Hoy muchos católicos piensan reencontrar a Dios en manifestaciones masivas de poder eclesiástico para enfrentar a quienes consideramos descreídos o ateos o secularizados. O reencontrarlo en despliegues de razonamiento teológico que derrote con argumentos racionales a los que pensamos que no tienen la verdad porque no creen como nosotros. Pero el Dios de Jesús como el de Elías solo puede ser experimentado en la autenticidad de la vivencia profunda de nuestro propio ser, de nuestra propia vida. No tanto en la verdad doctrinal, defendida con intolerancia, cuanto en la verdad de nuestra propia vida, descubierta con confianza como expresión de la vida y presencia de Dios y de Cristo en cada uno de nosotros. Esta vivencia será la única que derrote no a un grupo de supuestos enemigos de la Iglesia o de nuestra fe, sino que derrote todo miedo de nuestra vida diaria.Ω
En algún lugar leí:"nuestro mundo llegará a ser tan refinado que creer en Dios será tan ridículo como hoy lo es creer en los fantasmas", lo que equivale a la anunciada "muerte de Dios" de parte de Nietzsche.
ResponderBorrarEn esta espera de grandes espectáculos para ver a Dios y creer en él, el mundo se ha secularizado y lo divino brilla por su ausencia, lo sacro no llama la atención, es aburrido y se espera lo mágico, lo espectacular para competir con los conciertos que llenan estadios, (mientras nuestra iglesias van quedando vacías). Lo malo es que a veces siento que la Iglesia Católica no está haciendo mucho para revertir este proceso, a veces siento que estamos separados, desunidos, que cada quien va por sus propios medios, que unos bajan los brazos y se vive un desinterés generalizado... y mientras tanto los medios de comunicación resaltan fantasmas para desacreditar y "asustar".
Algo más: Usted nos dice que "El Dios de Jesús, como el de Elías... nos desborda, no es controlable, es inesperado" y de igual manera creo yo. Lo único es que, en su sencilla manifestación, Dios parece permitir que el hombre crea que todo se debe a su propio esfuerzo y no a su divina intervención en la vida de cada persona. "Es el hombre quien se crea a sí mismo" decía Marx y parece que, hoy como nunca, esta idea ha permeado en nuestra gente. ¿será que debemos esperar que como a Pablo, Dios nos haga caer (no del caballo como dice la gente) sino de nuestra propia imagen:
ResponderBorrar¡hay como duele caer! y todo por no querer ver.
interesantes sus dos comentarios, Carlos. Solo añadiría al primero que creo que el objetivo de la iglesia no debería ser "llenarse", no quedarse medio vacía, como ud. dice, sino cumplir con su tarea de servicio a la gente, al pueblo, a las personas. Ayudarlas a descubrir la buena noticia. Porque ya Ud. lo sugiere y se ja visto. si se tratara de "llenar" los templos, sería cuestión de una buena estrategia de marketing, quizás aprobvechando de las debilidades e inseguridades que todos tenemos.
ResponderBorrarSobre su 2º comentario: como digo a menudo en la predicación, Dios no es rival del ser humano. Lo ideal, según veo el evangelio, es llegar a descubrir a Dios en nosotros y a nosotros en Dios. Y, efectivamente, un centramiento miope en el ego, nos impide no solo descubrir a Dios, sino lo que somos nosotros mismos auténticamente.
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