20º domingo t.o.
Is 56: 1. 6-7. Rom 11: 13-15. 29-32; Mt 15:21-28
1. Desde los primeros años de la iglesia los cristianos se han visto cuestionados por el problema de la diversidad de creencias, costumbres y comportamientos. Tanto en la sociedad en que les tocó vivir, como dentro de la misma iglesia. Es un hecho que en la sociedad a nivel mundial, siempre ha habido tradiciones religiosas y espirituales distintas y, por lo tanto, diversas interpretaciones éticas. El cristianismo no es único como oferta de un camino de vida. Y también dentro de nuestras comunidades, hay diversas maneras de interpretar el contenido del evangelio, la identidad de Jesús y el sentido de lo que llamamos Iglesia. Y ahí el problema: ¿cómo ver y cómo relacionarnos con los que son y piensan diferente en materia religiosa? A lo mejor, por razón de edad, o de formación o de influencia cultural tendemos a ser más conservadores, más apegados a costumbres religiosas de otros tiempos, a criterios de otro momento y cultura sobre cómo vestir, comer, comportarse. O, lo contrario, por el medio en que nos hemos criado, o por temperamento o formación podemos tender a ser más innovadores, más creativos y abiertos. A enfatizar lo de fondo y no a las formas culturales. Y ahí pronto se generan reacciones: la tentación de ver nuestra posición como única verdad y de considerar a los que piensan y viven distinto como erróneos e incluso como dañinos a los que hay que combatir.
2. En la comunidad para la que escribió Mt el evangelio había dos grandes grupos que, aunque aceptaban todos el evangelio y a Jesús, tenían raíces y tradiciones diversas: unos venían del judaísmo y otros de tradiciones paganas. Y a veces el conflicto entre ambos era tan fuerte que para los primeros, los paganos eran como perros, como se refleja en el relato de hoy. ¿Qué propone Mt para resolver este tipo de conflictos? No toda la respuesta está en este texto de hoy pero, al menos, dos cosas se sugieren con fuerza. Una es que lo que importa, más allá de diferencias culturales, es la actitud de fe que no es monopolio de ningún grupo, ni siquiera de ninguna religión. Segundo, que la fe es entendida no como una ideología, doctrina o conjunto de preceptos dictados por unos líderes sino como actitud de confianza en un Dios que da la vida y sus bienes para todos y no para ningún grupo privilegiado. El ejemplo de esa fe en este relato es, llamativamente, una mujer y pagana por añadidura y no ningún judío.
3. Nosotros y nuestra época no nos escapamos de una sociedad y de una iglesia con posiciones y pensamientos diversos. Y no nos escapamos tampoco de la tentación de la intolerancia ante quienes son, actúan y piensan distintos de nosotros. Y la tentación de querer imponer nuestras creencias y costumbres a los demás, como si solo nosotros estuviéramos en la verdad completa. En la línea de Mt deberíamos mas bien pensar que si algo de verdad tienen nuestras creencias y tradiciones, eso debe demostrarse no con condenatorias de los demás, sino con la práctica de valores evangélicos de comprensión, solidaridad y respeto por el que es diverso. Ese tipo de valores son los que pueden demostrar la autenticidad de nuestra fe.Ω
Is 56: 1. 6-7. Rom 11: 13-15. 29-32; Mt 15:21-28
1. Desde los primeros años de la iglesia los cristianos se han visto cuestionados por el problema de la diversidad de creencias, costumbres y comportamientos. Tanto en la sociedad en que les tocó vivir, como dentro de la misma iglesia. Es un hecho que en la sociedad a nivel mundial, siempre ha habido tradiciones religiosas y espirituales distintas y, por lo tanto, diversas interpretaciones éticas. El cristianismo no es único como oferta de un camino de vida. Y también dentro de nuestras comunidades, hay diversas maneras de interpretar el contenido del evangelio, la identidad de Jesús y el sentido de lo que llamamos Iglesia. Y ahí el problema: ¿cómo ver y cómo relacionarnos con los que son y piensan diferente en materia religiosa? A lo mejor, por razón de edad, o de formación o de influencia cultural tendemos a ser más conservadores, más apegados a costumbres religiosas de otros tiempos, a criterios de otro momento y cultura sobre cómo vestir, comer, comportarse. O, lo contrario, por el medio en que nos hemos criado, o por temperamento o formación podemos tender a ser más innovadores, más creativos y abiertos. A enfatizar lo de fondo y no a las formas culturales. Y ahí pronto se generan reacciones: la tentación de ver nuestra posición como única verdad y de considerar a los que piensan y viven distinto como erróneos e incluso como dañinos a los que hay que combatir.
2. En la comunidad para la que escribió Mt el evangelio había dos grandes grupos que, aunque aceptaban todos el evangelio y a Jesús, tenían raíces y tradiciones diversas: unos venían del judaísmo y otros de tradiciones paganas. Y a veces el conflicto entre ambos era tan fuerte que para los primeros, los paganos eran como perros, como se refleja en el relato de hoy. ¿Qué propone Mt para resolver este tipo de conflictos? No toda la respuesta está en este texto de hoy pero, al menos, dos cosas se sugieren con fuerza. Una es que lo que importa, más allá de diferencias culturales, es la actitud de fe que no es monopolio de ningún grupo, ni siquiera de ninguna religión. Segundo, que la fe es entendida no como una ideología, doctrina o conjunto de preceptos dictados por unos líderes sino como actitud de confianza en un Dios que da la vida y sus bienes para todos y no para ningún grupo privilegiado. El ejemplo de esa fe en este relato es, llamativamente, una mujer y pagana por añadidura y no ningún judío.
3. Nosotros y nuestra época no nos escapamos de una sociedad y de una iglesia con posiciones y pensamientos diversos. Y no nos escapamos tampoco de la tentación de la intolerancia ante quienes son, actúan y piensan distintos de nosotros. Y la tentación de querer imponer nuestras creencias y costumbres a los demás, como si solo nosotros estuviéramos en la verdad completa. En la línea de Mt deberíamos mas bien pensar que si algo de verdad tienen nuestras creencias y tradiciones, eso debe demostrarse no con condenatorias de los demás, sino con la práctica de valores evangélicos de comprensión, solidaridad y respeto por el que es diverso. Ese tipo de valores son los que pueden demostrar la autenticidad de nuestra fe.Ω
Primero que todo, gracias Padre por su respuesta a mis comentarios. Ellas me ayudan a crecer en mi estudio y a fortalecer mi fe en una forma más obejetiva. En verdad gracias.
ResponderBorrarFil 4:5-6 dice "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre". Bueno, esto nos convierte en una sola familia con los bautistas, metodistas, pentecostales, menonitas, presbiterianos, anglicanos...etc pues Jesús nos dice "Que todos sean uno para que el mundo crea..." (Juan 17) y además tenemos un Padre común, que es Dios y todos aceptamos que Dios es Padre, Hijo y espíritu Santo... entre otras cosas en común.
Mi pregunta es: ¿Hay realmente en la actualidad un esfuerzo por lograr un diálogo ecuménico? Me gustaría conocer un poco más al respecto pues entiendo que la idea del ecumenismo no es ocultar nuestras diferencias, sino reconocerlas para dialogar sobre ellas: ¿Cuál sería una fuente objetiva de información? Gracias.
Carlos, no le había comentado esta reflexión suya. Creo que su idea del ecumenismo es correcta. De hecho es un principio de convivencia no solo religiosa, reconocer diferencias y partiendo de ellas encontrar y construir una identidad común, aunque no uniforme. Lo que es más difícil de contestar para mí, es sobre la situación actual del diálogo ecuménico. Para mí es difícil contestar porque creo que un auténtico diálogo ecuménico no puede darse si se parte de una posición de superioridad, de creerse los únicos con la verdad absoluta. Creo que hay que trabajar mucho para superar esas posiciones, aunque sí entre católicos y anglicanos, por ejemplo, han estado trabajando sobre aspectos muy puntuales de doctrina pero, como digo, el diálogo en sentido profundo va más allá de acuerdos o desacuerdos sobre puntos doctrinales.
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