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32º domingo t.o. Dios no es Dios de muertos sino de vivos


Lect.: 2Mac 7, 1-2-.9-14; 2ª Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38

 

 

1.   En más de una ocasión Jesús se topó con quienes trataban de ponerle zancadillas a  sus enseñanzas. Creo que todos tenemos experiencia personal de actitudes similares provenientes de personas que más que estar interesados en captar la verdad contenida en un mensaje tratan, más bien, de convertir una conversación en un duelo de palabras y de sentirse y ser considerados como ganadores en una discusión. (Pasa en religión. pasa en política y, ¡por supuesto, en fútbol!). Los del grupo de los saduceos que en el texto de hoy intentan ponerle una trampa a Jesús,  recurren, además, a un tipo de disputas bíblicas que resulta ajeno a nuestro mundo moderno. Llama la atención que, más que buscar directamente la iluminación de Jesús, recurren a un supuesto caso, imaginario, de una pobre mujer que enviuda sucesivamente de siete hermanos y que plantea un reto al cumplimiento de la llamada “ley del levirato”.  Nos damos cuenta enseguida de la falta de sensibilidad ante la dimensión humana de la imaginaria viuda y la prioridad que dan solo a los aspectos legales del relato.

2.   Jesús es respetuoso de la tradición religiosa e incluso de quienes la manipulan para ponerlo a prueba. Pero es capaz, también, de no caer en la trampa de verse enredado en un discusión legalista o “académica” sin sentido. Jesús es capaz de hacer una lectura profunda de los textos implicados y encarar, no ya  un dolor por una pérdida imaginaria de un ser querido, en un planteamiento de discusión académica, sino la enseñanza de fondo de la Escritura ante una situación semejante. Jesús quiere que descubran el consuelo que encierra la esperanza en la resurrección pero superando argumentos simplistas: no se queda en arguir que “los difuntos permanecen en nuestra memoria”, “ni que el alma es inmortal y que de alguna manera que no sabemos sobrevive”. Audazmente abre la puerta para entender que la vida plena humana se incluye y continúa en la misma vida de Dios. No entra, pues, al tema teológico de si la vida continúa después de la muerte. Muestra más bien su convicción de que si el Dios en quien creemos es un Dios de la vida, en toda persona y situación donde se realice y construya la vida humana plena, de nuestra propia existencia,  allí se estará construyendo y permanecerá también esta vida de Dios.Ω  

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