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33º domingo t.o: No hay amor sin riesgos

Lect.:  Pro 31, 10-13. 19-20. 30-31; 1 Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30

  1. Aunque una parábola como las de Jesús, se supone que constituyen un medio más pedagógico para transmitir de manera vivencial y clara un mensaje, algunas en los evangelios no resultan fáciles para entender su significado. En parte por la distancia en el tiempo y en el espacio, como lo hemos dicho con frecuencia, que nos condiciona a leerlas desde un escenario muy distinto del que vivían los miembros de las primeras comunidades.   Por eso, no hay que extrañarse de que esta parábola de hoy haya dado lugar a múltiples interpretaciones, algunas ajenas e incluso contrarias al marco de pensamiento de los evangelios. Empecemos por el título con que se le suele conocer, parábola de ”los talentos”. 
  2.  Ya de entrada puede confundir al lector, haciéndole pensar que se trata de una sencilla comparación para decirnos que  tenemos que poner a producir nuestros “talentos” naturales, nuestras habilidades. Pero, como dice nuestro pueblo, “para ese camino no harían falta alforjas”. El mensaje sería de sentido común. En realidad, según indican los biblistas, la confusión implicada en ese uso se deriva de una inexacta traducción del término griego “tálanton” (en la versión de la Biblia llamada “de los Setenta”). En el relato de Mateo se refiere a una unidad monetaria de la época. Unidad de medida, y no moneda de circulación (Ver NOTA). Pero entonces, hay que deshacerse de otra confusión, de sesgo ideológico y también extraña y contradictoria con el mensaje de Jesús. Si se toma literalmente como recomendaciones para el manejo del dinero, esto ha llevado a algunos a entenderla como una alabanza y recomendación de la mentalidad capitalista, orientada a la acumulación de riquezas. Reflejaría, de nuevo, contradicciones con el evangelio de Jesús, no solo porque es Buena Noticia para los pobres, sino porque el Dios que anuncia, —su Padre—, excluye todo trato de discriminación injusta en la distribución de fortunas.
  3.  Renunciando a esas dos líneas de lectura, aun así quedan varias posibles interpretaciones válidas. Pero, entre ellas, y leído el relato desde la situación que nos toca vivir hoy día, me parece que uno de los mensajes más oportunos que nos transmite es la necesidad de superar el miedo al riesgo cuando hemos oído el llamado a seguir a Jesús. Con acierto ha comentado un autor (Drewemann)  que el “tercer esclavo es de esa clase de personas que en su «paradójico afán de seguridad», por temor a hacer algo mal, al final no emprenden nada”. Entonces, con la narración, Jesús nos anima a «atajar esta omnIpotencia del mledo».
  4.  Si entendemos la parábola en su conjunto como una invitación a descubrir nuestra verdadera identidad humana —considerando toda nuestra diversidad—,  lo que cada uno de nosotros es, como una riqueza, un don gratuito, único e irrepetible, análogo al “tesoro escondido en un campo” (Mt 13:44), de lo que se trata para Jesús es de deshacerse de todo lo que nos impide vivir la plenitud de ese don en una vida de servicio y fraternidad para que, al partir, dejemos este mundo, esta sociedad, al menos un poquitito mejor que cuando llegamos. Pero está claro que, en nuestros tiempos de pandemia, de crisis económica, es natural sentir miedo ante un futuro que juzgamos incierto. Ese miedo es el que puede paralizarnos cuando debemos actuar  en la línea de la justicia, de la construcción de relaciones e instituciones sociales y económicas más humanas y solidarias que las actuales; es un miedo que incluso disfraza y pretende legitimar esa parálisis, llamándola “prudencia”, “necesidad de cálculos cuidadosos previos”, de “no correr riesgos innecesarios”. Pero el amor con que Jesús vivió hasta el final, como todo amor auténtico, nunca estuvo exento de riesgos. Su historia lo atestigua.Ω





NOTA: Como lo aclara fray Marcos, en “Fe adulta” de este domingo, “El talento no era una moneda real. En griego “tálanton” significa el contenido de un platillo de la balanza (una pesada). Era una cantidad desorbitada, que equivalía a 26-41 kilos de plata = 6.000 denarios; 16 años de salario de un jornalero. Para entender lo de enterrar el talento, hay que tener en cuenta que había una norma jurídica, según la cual, el que enterraba el dinero que tenía en custodia, envuelto en un pañuelo, no tenía responsabilidad civil si se perdía. Enterrar el dinero se consideraba una buena práctica.” 😉

 

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