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Domingo de Navidad: La Sagrada Familia, primera Familia cristiana migrante

Lect.:   Is 9: 1-3; 5-6  ;  Col 3, 12-21; Mt 2, 13-15. 19-23


  1. Para la auténtica tradición cristiana, la Navidad, con la Pascua y Pentecostés, como parte de esta, son nuestras fiestas centrales. Por eso cada una dura ocho días, una semana, —un “fiestón” diríamos en Costa Rica. Entonces, todavía estamos en Navidad.
  2. El problema es quedarse en la superficie de la celebración, en el jolgorio, en todas esas expresiones indudablemente lindas: el portal, los villancicos, los adornos, las luces… A veces, en parte por querer hacer felices a las niñas y niños  nos quedamos en una “visión de algodón de azúcar”, descafeinada, de la Navidad sin ir al fondo de su significado. Esto también ha  afectado en la Iglesia la visión de la “sagrada familia”, que recordamos este domingo dentro de la octava de navidad. En este caso, el “algodón de azúcar” es una visión idílica de la supuesta casita de Nazaret, el papá un carpintero, el hijo un chiquitín rubio y de ojos azules,  (nada parecido a los paletinos originarios de la época) obediente en todo, que le alcanza el martillo y el formón al papá,  la mamá un ama de casa tradicional que les prepara la comida y les lava la ropa. Y así se pretende, ingenuamente, que este cuadro inspire los valores de las formas de familia contemporáneas.
  3. Nada más lejano a la realidad que posiblemente vivieron José, María y Jesús. Ya el mismo día de la Navidad el pesebre, los animales del corral, y la llegada de los pastores subrayaba la condición de pobreza por la que había optado el Hijo de Dios. Y en el evangelio de este domingo se subraya otro rasgo pocas veces considerado por muchos cristianos: la familia histórica de Jesús, con él incluido, es una familia de refugiados, de desplazados, de víctimas de la dominación imperial, que tienen que huir muy pronto de la violencia del imperio, de unos dominadores romanos que habían enviado exageradas fuerzas de legionarios para someter y para castigar a cuantos intentaban levantarse en contra de la dominación. No habían sido pocas las sublevaciones. Después de la muerte de Herodes el Grande hubo levantamientos a lo largo y ancho de la Palestina. No se trataba simplemente de una reacción más contra la dominación imperial porque prácticamente toda la historia de Israel y Judea se había realizado bajo la ocupación, autoridad o dominio de alguno de los grandes imperios de cada época: Egipto, Babilonia, Persia, … Pero ahora se trata de resistirse a gobernantes injustos, abusivos y corruptos como los que nombraban los romanos en el tiempo en el que va a nacer Jesús. Y algunos de los sublevados, movidos por inspiración religioso - política, quieren que estos tiranos sean reemplazados por soberanos justos nombrados por Dios. 
  4. Una de estas sublevaciones se produce en Séforis, capital de Galilea.  Para someter a judíos y galileos los dominadores destruyeron esta capital. Nazaret, precisamente, quedaba a unos pocos kilómetros al Sur. El destacamento romano a cargo de someter a galileos aplasta toda forma de oposición, y prende fuego a la ciudad y reduce a los habitantes a la esclavitud. Aunque no se describe en los escritos del historiador Josefo lo que pasó en los alrededores de Séforis, se estima que no fue diferente de lo que habían realizado las legiones sirias en regiones vecinas:  pasan a espada a miles de los jóvenes que no habían escapado, violan y matan o aprisionan a mujeres y niños y esclavizan a los adultos, dando licencia a los soldados para saquear las propiedades. “En el caso de Nazaret en el año 4 antes de nuestra era, dice un estudioso del tema, “o hubo una huida temporal a escondites que los campesinos de la zona conocían bien, o sus varones fueron asesinados, sus mujeres violadas y sus hijos esclavizados. Si escaparon, lo poco que tenían habría desaparecido cuando regresaran, porque, como dijo otro rebelde, cuando nada tenías, los romanos te quitaban incluso eso: ‘Crean un desierto y lo llaman paz’.” Este tipo de violencia nos permite comprender por qué el texto habla de un ángel que le dice a José que huya a Egipto. Esto hace de  José, María y Jesús una familia desplazada convertida en una familia migrante.
  5. Al regreso de Egipto Jesús sin duda creció con la narración de los recuerdos que le compartían sus padres y con las vivencias que escuchaba de los supervivientes de las matanzas. Sin duda,  todo esto le forjó en su vocación de servicio a la construcción de un Reino de Dios, de justicia y paz, con valores completamente opuestos a los de esos reinos, de esos imperios, construidos sobre victorias logradas por la violencia. Esas aspiraciones y esos valores  los aprendió de María y de José. Y aprendió, sin duda, más que una forma transitoria de familia, culturalmente condicionada, la visión de una familia universal, más allá de los límites judíos y de los muros romanos, donde “Dios es como el padre que debe proveer por igual a las necesidades de toda la familia de la tierra: por igual, en el sentido de siempre en suficiente cantidad para cada uno.” Este era el modelo de la propuesta de reino de Dios al que luego consagraría su vida, hasta su muerte.
  6. Sin embargo, desde el nacimiento de Jesús hasta hoy inclusive, a nivel mundial se han sucedido imperios, formas de dominación y explotación  sofisticadas, que controlan el destino de muchos pueblos para apoderarse de sus recursos —agua, petróleo, litio, selvas…— con el poder militar, político, económico e ideológico, —del que son parte, como lo fue en Roma, los mecanismos religiosos. El número de desplazados de sus países de origen hoy día ha alcanzado en 2018 la cifra récord de 70 millones de personas.  De continuarse por el mismo camino de codicia y ambiciones de poder, no llegaremos a un mundo mejor, si es que sobrevive el planeta. ¿Dónde queda, entonces, la aspiración, la utopía de Jesús de Nazaret (y de otras grandes personas espirituales de la humanidad). Pese a todo, hay que proclamarlo: A la luz del evangelio, se nos alienta a seguir soñando en una utopía, en un mundo nuevo, porque aunque no lleguemos a verlo, ese sueño, esa utopía guiando la vida de cada uno de nosotros es lo que nos  realiza a fondo como hombres y mujeres, más humanos, nuevos y plenos, como Jesús, el “Hijo del Hombre”, “hijo de mujer”,  esparciendo, extendiendo el espíritu del Reino de Dios. Y, al fin y al cabo, no son por sí solos los planeamientos, las estrategias políticas, las modelizaciones, y los recursos técnicos, sino los hombres y mujeres verdaderamente nuevos los que pueden hacer que todos esos y otros instrumentos produzcan un mundo nuevo.  Ω

Notas: 

  • Las citas encomilladas y las referencias a Josefo y a otras fuentes históricas sobre la época de Jesús, están tomadas de J. D. Crossan, y Marcus J. Borg , “La Primera Navidad. Lo que los evangelios enseñan realmente acerca del nacimiento de Jesús”. EVD, España 2009.
  • Las de cifras de desplazados y emigrantes son de ACNUR.

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