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1er domingo de Adviento: ¿hay razones para tener esperanza hoy?

Lect..:   Is 2, 1-5 ; Rom 13, 11-14a; Mt 24, 37-44


  1. Por diversas razones, no acostumbro mirar lo que prediqué en años anteriores. Pero, de casualidad, caí en la reflexión del 1er domingo de adviento del año pasado y me topé con las palabras con que inicié en esa fecha. Decía que “Ante una situación como la que vivimos en la actualidad, nacional e internacionalmente, uno puede preguntarse, ¿por dónde se puede encontrar una luz en el túnel?”. Un año después no podemos decir que, al menos en el plano internacional, las cosas estén mucho mejores. En América latina, ya no son solo dos países, Nicaragua y Venezuela, las que están convulsas. Ahora, en estas semanas hemos contemplado con relativa sorpresa la protesta y la violencia haciendo presa de Bolivia, de Chile y de Colombia. Aunque este año en Costa Rica hemos atravesado también situaciones de agudo enfrentamiento, afortunadamente no hemos llegado al nivel  de esos países y se ha dado un cierto margen de diálogo. Entonces, la pregunta de hace un año se repite, “¿por dónde se puede encontrar una luz en el túnel?” Y yo añado ahora, ¿esa luz podrá venir de las enseñanzas del evangelio y de la S.E. en general, sobre todo de los profetas? Tenemos 4 semanas de  Adviento para reflexionar sobre este tema y permítanme, en este primer domingo, solamente dejar planteadas varias reflexiones para problematizar lo que podríamos considerar una respuesta fácil a esa segunda pregunta.
  2. Se supone que este tiempo de Adviento, además de ser el inicio del año litúrgico y la preparación para la Navidad, es un tiempo caracterizado por el cultivo de la esperanza. Hermosa palabra pero, ¿de qué se trata? Al menos, de inmediato, nos tenemos que preguntar, ¿qué debemos esperar y en qué consiste nuestra actitud de esperanza? Si nos dejáramos llevar por una interpretación literalista, de la 1ª lectura de hoy, del profeta Isaías, nos llenaríamos sin duda de júbilo porque el profeta está anunciando que vendrá un tiempo de paz universal, conducidos por la luz del Señor. Y aunque no lo menciona con este nombre, pero es el inicio del Reino de Dios que Él mismo va a instaurar. A nosotros lo que nos corresponde es acoger ese don de un mundo nuevo recreado por Dios.
  3. Por otra parte, un poco como contrapunto, Mateo en el pasaje evangélico de hoy, nos da un mensaje que, si somos sinceros y atentos a lo que leemos, puede resultarnos confuso: por un lado, nos habla de una próxima venida del Señor, —cosa que también llenó de esperanza a las primeras comunidades y, por lo tanto también a nosotros. Aunque el texto deja muy claro que no se sabe cuándo sucederá esta venida parece referirse a un “final de los tiempos”. Sorprendentemente, sin embargo,  al mismo tiempo la compara con el diluvio, es decir, con una gran tragedia y conmoción en la que se perderán la mitad de los habitantes. ¿cómo entender un suceso que causa al mismo tiempo, alegría y terror?
  4. Pareciera, entonces que la palabra de Dios puede ser creadora de esperanza pero también de temor. Resulta inevitable pensar en el tipo de mensaje religioso cristiano que abundaba en la predicación y la catequesis anteriores al Concilio Vaticano II, en la que argumentos de amenaza y miedo jugaban un papel importante, mucho más que la convicción, para mover a los creyentes a la “conversión” de costumbres.  Más confusión se agrega con las palabras de san Pablo en la carta a los Romanos.  Nos dice que nos despabilemos, nos despertemos, porque la salvación ahora está más cerca, pero nos advierte que ese momento de luz lo podemos perder si continuamos viviendo en obras de las tinieblas. Como que quedamos un poco en el aire porque lo que queremos precisamente no es que nos amenacen, sino que se nos diga y se  nos ayude a superar personalmente y a eliminar todo lo que son tinieblas en torno a nosotros.  Si esa superación depende de nuestras fuerzas personales, eso no nos va a dar mucha esperanza.
  5. Nos queda, pues, para estas semanas el interrogante sobre si nuestra fe cristiana es fuente de esperanza y alegría por un mundo nuevo que vendrá, o solo de temor ante un dios tremendo juez, que se prepara para castigar con fuerza. Si anticipamos una opción por el carácter esperanzador y jubiloso del mensaje cristiano, tenemos que resolver otro dilema; para ser realistas y no ilusos ingenuos, si el mensaje del evangelio es de esperanza, y no de rendición ante las desgracias, tenemos que ser capaces de responder a la luz del evangelio preguntas como las siguientes: ¿cómo se cumplirá la esperanza de que va a desaparecer la desigualdad y pobreza, en nuestro país? ¿qué será lo que haga que la minoría que acumula la mayor parte de los ingresos y riqueza se interese por perder su exagerado lugar de privilegio?  ¿En qué basamos los y las cristianas nuestra esperanza de que se logrará la visión de Isaías de que “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra?” Todas estas, junto con los inhumanamente lucrativos tráfico de drogas y de personas, son parte principal de la lista de las obras de las tinieblas, contra las que Pablo nos advierte. ¿Por qué tenemos una esperanza razonable en que todo esto podrá superarse? Ω

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