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25º domingo t.o.: un llamado a poner el poder al servicio de los más débiles

Lect.: Sabiduría 2:12, 17-20; Santiago 3:16-4:3; Marcos 9:30-37

  1. Lo hemos comentado muchas veces y ya no es sorpresa decir que la sociedad judía, y mediterránea en general, de la época de Jesús era muy machista, estructurada como una sociedad patriarcal. Es decir, una sociedad  en que las formas de pensar y obrar estaban determinadas por parámetros masculinos:  las leyes, el culto, el comercio, los aprendizajes y la economía.  Y eso explica muchos textos, incluso en san Pablo, que hoy nos escandalizan porque reflejan todavía esa subordinación de la mujer en la naciente iglesia. Pero lo que no hemos casi nunca comentado y no hemos cobrado conciencia de ello es el poco valor que se le asignaba en esas mismas mismas sociedades a los niños, y no digamos ya  a las niñas. Era casi una contradicción. Por una parte se valoraba mucho, se veía como una bendición de Dios que le mujer quedara embarazada y que no hubiera familias sin hijos. Por otra parte, mientras estaban en la etapa infantil, los niños no eran sujetos de derechos,  y no podían prescindir de la ayuda, protección y guía de los padres y mayores.  Solo eran importantes cuando alcanzaban la edad para cumplir la ley y tomar parte en el mundo de los adultos y trabajar y producir, es decir, cuando dejaban de ser niños. Mientras tanto no tenían mayor valor. Y en el caso de las niñas, ninguna. Hay testimonios documentales, por ejemplo, en Egipto, en que el padre ausente le escribe  a su esposa embarazada que si da a luz un hijo, deje que viva, pero que si es una niña la “exponga” (para que muera).
  2. Por desconocer esos rasgos de la vida social y cultural de esa época a menudo no se interpretan correctamente los textos en que Jesús se refiere a los niños.  Suele pensarse que se les presenta como modelo de inocencia o pureza. pero en realidad, en el contexto, la acogida de que les hace objeto Jesús significa otro cosa. En el pasaje de hoy Jesús tomó a este niño que les muestra  a los discípulos, como signo de los marginados de la comunidad, de los débiles cuya existencia depende de la voluntad de la figura paterna, dominante.Los niños representan a los «últimos» en rango e importancia según la costumbre de la época. Y lo que Jesús quiere  mostrar a los discípulos, mediante el gesto de cariño, es que ese «niño», el sin importancia,  sea quien deba ocupar el centro de la atención y de la consideración de todos.
  3. Además, dicho en este contexto, con esta referencia a los niños Jesús hace ver, de la forma más contundente,  lo ridículo e inadecuado de la discusión sobre el poder que se traían los discípulos por el camino. Buscar el poder, el dominio, el prestigio,…  ese tipo de discusiones no cabe entre los seguidores del Reino. A los mismos discípulos no se les escapa el significado del gesto de Jesús. Por eso, avergonzados, callan ante la pregunta de Jesús acerca de lo que habían discutido por el camino.  Determinar quién ha de ser el «primero», en la liturgia, la enseñanza, los banquetes, era muy cuidada en el judaísmo para respetar las debidas jerarquías. Pero Jesús revierte esas “jerarquías” sociales y papeles, acentúa que al último, —simbolizado por el niño— hay que darle el máximo de rango. Hay que ocuparse prioritariamente de los socialmente despreciados. 
  4. En vez de buscar egoístamente el provecho personal, el discípulo debe olvidarse de sí mismo y ayudar a los que carecen de privilegios. Tenemos aquí una directriz y una meta para la identidad del ministerio eclesiástico como servicio. El ministerio no puede  constituirse simplemente mediante el poder y el aparato jurídico, canónico que lo sustenta.  
  5. Esta tentación del poder y el dominio en beneficio propio no se muestra en este pasaje solo referida a la tentación que afectaba a los discípulos reprendidos por Jesús en ese momento. Ellos  representan a la comunidad eclesial detodas las épocas  amenazados con la tentación del uso del poder, de la autoridad como forma de dominio sobre otros y no como servicio. Pero, si miramos a nuestro alrededor, en nuestro tiempo y en nuestro país, vemos  además que no es una tentación exclusiva de los líderes de las comunidades cristianas, sino un peligro muy real para todos los que desempeñan o aspiran a desempeñar cargos de dirigencia, políticos, sindicales y de cualquier organización.  Siempre hay que enfrentar la tentación de alcanzar puestos de poder, a cualquier nivel, para usarlo en provecho propio o de los gremios o cúpulas partidarias a las que se pertenece. Por eso este pasaje de Marcos vale como guía en el momento por el que atraviesa Costa Rica para recordar que, al menos desde la perspectiva de la Buena Nueva de Jesús, el cargo , la dirigencia, el poder es un instrumento  para servir a los simbolizados en la figura de los niños: los “últimos”, los más débiles, los verdaderamente desposeídos incluso del poder de la palabra y de la capacidad para organizarse por sí mismos. «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.» Es decir, el acceso a Jesús, y a Dios mismo, está mediado por la recepción de los débiles, de los desposeídos.Ω

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