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23º domingo t.o. : Reconstruir nuestra capacidad de diálogo

Lect.: Isaías 35:4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37

  1. Según la mentalidad mediterránea de Palestina en la época en que vivió Jesús,  diferentes órganos y zonas del cuerpo , además de su función fisiológica ordinaria, representan y son como “sedes” de diversas funciones que permiten la vida plena al ser humano. Así los ojos y el corazón representan la capacidad de conocimiento  y de emociones; las manos y los pies apuntan al poder actuar con decisión, y la boca y los oídos representan, de manera bastante obvia, la capacidad de comunicarse, de expresarse y de recibir la expresión de los demás. Por eso, cuando leemos relatos de milagros de Jesús, entendidos como signos de salvación, tenemos que pensar en que, dependiendo de los órganos enfermos de los que se trata, se está apuntando a diversos males de fondo, de la persona enferma, de su comportamiento, de sus actitudes. Nos damos cuenta de que más que destacar la curación de afecciones, o síntomas, estos relatos milagrosos priorizan el intento de Jesús de sanar los males de fondo de la personalidad del enfermo, así como de librarlo de los efectos sociales que tiene el mal que padece. Así, en el relato del sordomudo,  el pasaje de Marcos de hoy quiere presentar a Jesús devolviendo la salud interior, de fondo, que permite que hombres y mujeres superemos nuestro aislamiento, nuestra incapacidad para escuchar a los demás y para expresar adecuadamente lo que pensamos y sentimos. La sanación del sordomudo es, claramente, signo de la restauración de la capacidad de diálogo en todo hombre y mujer que se acerca con sinceridad y buena intención a la Buena Nueva de Jesús de Nazaret. Es también la recuperación para vivir la vida de fe, superando la incapacidad para entender los hechos de Jesús. Es devolver la salud comunicativa a la persona integral, no a este o el otro órgano. 
  2. Restaurar la capacidad de diálogo es, sin duda alguna, una urgente necesidad también en nuestra sociedad costarricense hoy, a todo nivel. Si bien es cierto que es un problema frecuente en las relaciones intrafamiliares, en estos días estamos enfrentando un caso más serio a nivel nacional.  Nos referimos a  las tensiones, discusiones y protestas en torno al proyecto de reforma fiscal que tienen alarmada a una mayoría de la población, —incluyendo a muchísimos que no alcanzan a comprender bien de qué se trata lo que se discute. El objeto de la discusión no es simplemente un problema de finanzas públicas, o un problema de gobierno, ni siquiera de un problema de justicia o injusticia tributaria, por más que parezca que de difiera en cuanto a la carga de impuestos que afectará a quienes más disfrutan de bienes y servicios y a quienes padecen privaciones.  Detrás de todas estas y otras afecciones o “enfermedades”, el problema de fondo, el mal que nos aqueja como sociedad, se hace manifiesto en la forma de presentar, de debatir el tema. En toda esta discusión nos hemos vuelto “sordomudos”, no en el sentido físico, fisiológico, sino en el sentido simbólico de Marcos. Sordomudos ante las opiniones y razonamientos de los demás. Oímos ruido cuando otros hablan pero, de hecho, no escuchamos ni entendemos sus sentimientos y necesidades. Y tampoco comunicamos nuestros conocimientos y sentimientos porque, como dice el pasaje evangélico, tenemos dificultades para hablar, y en vez de pronunciar palabras reflexionadas y bien dichas, a menudo lo que nos sale son insultos, acusaciones y bajadas de piso a quienes creemos que no nos entienden o no comparten lo que creemos. Una desagradable muestra de estas actitudes se puede ver en redes sociales y en los comentarios electrónicos que, día a día, van alojando más y más contenidos negativos al referirse al autor de un artículo o un comentario del que se discrepa.
  3. Restaurar la capacidad de diálogo lo realizaba Jesús con la fuerza del Espíritu que lo habitaba. Y lo hacía en diversas situaciones, aunque en esta curación del sordomudo, se da el caso de que explicite directa y simbólicamente su preocupación por el problema. En otros pasajes lo deja también manifiesto. Puede verse en este mismo evangelio de Marcos, por ejemplo, cuando reprende a los discípulos su incomprensión. “¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen” (Mc 8:17). Con energía o con ternura, trata de resolver la incapacidad de comprensión. Si Jesús tenía esa sensibiibilidad y esa fuerza para encarar los problemas de “sordera”  de quienes lo acompañaban, no cabe decir, por eso,  que le  pidamos a él y al Padre que entonces sea él quien nos arregle la análoga situación que nos afecta. El mismo Espíritu que animaba a Jesús es el mismo que está en cada uno de nosotros. Si él pudo desatar el oído y la lengua del sordomudo, nosotros podemos hacer acciones, “aún mayores”, como se lo dijo Jesús en una ocasión a los discípulos (Jn 14: 12). Y la obra grande que debemos realizar en la Costa Rica de nuestros días es la de crear espacios  sociales para realizar y animar el diálogo, honesta y fraternalmente en nuestras iglesias, empresas, organizaciones, barrios,…. No continuar, cada grupo por su lado, defendiendo y tratando de imponer solo los intereses propios. No para llegar a conversar equipados solo con los esquemas ideológicos que cada uno ha tenido siempre, sino reconociendo que a todos nos afectan esos cercos  ideológicos,  que nos hacen “sordomudos”, que encierran el pensamiento reflexivo y creativo, abierto a leer la realidad en que vivimos, también desde la perspectiva de los otros. Tenemos que reconocer que todos, —grupos empresariales, sindicalistas, políticos, jerarquía eclesiástica…— tenemos nuestros propios intereses. Son valiosos, y son un punto de partida para empezar a hablar, si admitimos que son los “nuestros”  y que son, al fin y al cabo, visiones parciales, solo partes de la verdad. Sin negar su valor, hay que superarlos, ubicándolos en un horizonte más amplio. A ese horizonte, los que somos cristianos, lo llamamos el horizonte del Reinado de Dios, que permite soñar con una Costa Rica verdaderamente pluralista donde logremos la convergencia entre intereses y visiones muy distintas, donde nos unan valores comunitarios en los que podamos coincidir. 
  4. Esa convergencia exige de antemano una actitud por parte de todos de saber renunciar y negar, o mejor dicho, superar nuestros intereses parciales. Pablo, hablando del logro de unidad y reconciliación dice (Ef 2: 14) que es en la cruz donde Cristo que es nuestra paz, ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba”. La cruz, es decir la última batalla por someter a un bien superior al ego propio —personal— y a los apegos gremialistas. En la cruz Jesús derrumbó el muro que separaba a judíos de no judíos, y es también  con una capacidad de diálogo pasando por la cruz, donde se derrumban  muros políticos, económicos y sociales. Es una visión profundamente evangélica compatible, además con un realismo político.Ω

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