Lect.:
Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3, 5-6; Mateo 2:1-12
- Aunque en Costa Rica se ha trasladado al domingo siguiente, es el 6 de enero cuando, tradicionalmente se celebra la fiesta que, a nivel popular, habla de la visita de los Reyes Magos al Niño Jesús recién nacido y a su madre. La Iglesia la llamó “fiesta de la Epifanía”. Y hasta hace unas pocas décadas, en el calendario litúrgico todos los domingos que seguían, hasta el anterior al miércoles de ceniza, se llamaban “domingos de Epifanía”. ¿Por qué se le dio tanta importancia a esta fiesta al punto de prolongarla varias semanas? ¿Por qué en las Iglesias orientales incluso la fiesta de la Navidad no se celebra el 25 de diciembre sino en esta otra fecha de la Epifanía? Responder a estas preguntas no tiene solo interés histórico. Es una respuesta que nos ayuda a adentrarnos en el significado del misterio de la Navidad. Veámoslo brevemente. Es una respuesta que aspira a trascender la descripción legendaria de la adoración de los Magos de Oriente.
- Como quizás recuerden todos, la palabra griega “epifanía” significa “manifestación”, “revelación”, aparición o “iluminación”. Se refieren estos términos a que según la convicción de los creyentes, en la persona de Jesús la presencia de Dios se ha manifestado humanamente. Lo decíamos el día de Navidad: La conciencia de que esa presencia divina se da en todos los humanos y en todo lo que nos circunda, los cristianos la vamos desarrollando al descubrirla manifestada en toda la vida de Jesús, en sus acciones cariñosas y compasivas, en sus palabras de comprensión y afecto con todos. Los cristianos creemos que Jesús es manifestación de lo que es el ser humano pleno en quien se encuentra el Dios que nos creó. En el día de Epifanía se subraya la dimensión iluminadora que tiene este acontecimiento. En una de las misas del día de Navidad leíamos el prólogo del evangelio de san Juan y ahí escuchábamos al evangelista decirnos: “En la Palabra estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1: 4 - 9). Esta es la dimensión del misterio de la encarnación, de la Navidad, que se quiere resaltar hoy, su efecto iluminador en nuestro diario caminar.
- El profeta Isaías en la primera lectura de hoy, encuadra el tema al hablar metafóricamente de las “tinieblas” que pueden cubrir toda la vida humana, y que determinan y golpean la vida de cada uno de nosotros. La oscuridad nos puede afectar y de hecho nos afecta en muchas circunstancias: cuando buscamos el sentido de nuestra vida, de nuestra vocación y nuestro destino personal; o cuando tratamos de entender el sentido de muchos acontecimientos que nos afectan, — la muerte, el sufrimiento, la violencia…—, o cuando tratamos de descubrir el camino adecuado que debemos seguir, o salir de algún lío personal complejo. Incluso, en algunos momentos de nuestra vida, la oscuridad puede afectar también nuestra relación con Dios al que nos parece que no encontramos, que no oímos su voz. Ante esas tinieblas, la Buena noticia proclamada en esta fiesta recalca que esa gran iluminación que sale del nacimiento de Jesús, elimina la oscuridad y nos permite conocer, como decíamos hace dos domingos, que en la Encarnación se ilumina “el misterio de la presencia divina en toda la vida humana y en toda la naturaleza” pero también que en Jesús se manifiesta lo que es el ser humano pleno, capaz de hacer las mismas obras de Jesús, y aún más grandes, como lo prometió él a sus discípulos..
- Iluminados de esta manera los cristianos podemos caminar cada día con esperanza, descubrir lo que realmente somos cada uno y los lazos profundos y fuertes que nos unen a cada uno de nuestros semejantes y a la naturaleza entera. No se trata de una revelación que se nos da teóricamente en libros, sino de una luz que nos acompaña permanentemente, que fortalece nuestra inteligencia y que hace que en cada uno de nuestros pasos, nuestras actividades y encuentros con otras personas y grupos, puedan convertirse en nuevas epifanías, es decir, en nuevas manifestaciones de la presencia de Dios, que extienda la luz de la Vida a otros muchos. Se trata de una gracia maravillosa disponible para todos y no para unos pocos privilegiados. Precisamente, a pesar de su carácter no histórico, la leyenda de los Magos de Oriente lo que quiere es simbolizar la universalidad de este regalo y el reconocimiento de que esa luz de Dios —también expresada con el símbolo de la estrella—nos ha sido dada a todos los seres humanos sin restricción. Es significativo que se hable de personajes venidos de Oriente, que no pertenecen al pueblo de Israel. El llamarlos “magos” —nombre dado a sacerdotes de la religión de Zoroastro— hace pensar incluso en que se les quiere relacionar con la religión persa, —en el actual Irán—, y no con el culto del Templo judío. De gran actualidad este mensaje universalista para sociedades como las occidentales, temerosas de la oleada de migrantes de países de aquellas regiones, asoladas por una guerra de la cual los propios países occidentales son de una forma u otra responsables. Pablo, en la segunda lectura, deja claro el pie de igualdad en que se colocan esos pueblos: “los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio” (Efesios 3:6).
- Celebrar esta fiesta nos da la oportunidad de desarrollar la conciencia de que todos contamos con este don de la luz para entender la realidad no en su nivel físico, sino como participación de la vida divina. Y esa conciencia es la que nos permite trabajarnos personalmente para ir transformando nuestras limitaciones actuales: construyendo un modo renovado de pensar, de ver la vida, la religión, el trabajo, las relaciones,… desde la condición humana revelada en Jesús de Nazaret y no desde las visiones miopes de una sociedad mercantilizada y superficial.Ω
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