Lect.: II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13;
Lucas 17:11-19
- George Bernanos fue un gran autor literario, dramaturgo y novelista francés que falleció en 1948. En sus obras se refleja muy bien el aspecto trágico de la vida humana, en permanente lucha contra múltiples manifestaciones del mal. No hay necesidad hoy en día de recurrir a obras literarias solo para constatar la gran cantidad de sombras que oscurecen la vida del planeta y que nos atormentan a muchos de nosotros: injusticias y desigualdades que produce la economía, guerras, y otras muchas formas de violencia callejera y doméstica… Pero si me refiero a este autor es porque tiene una novela muy famosa titulada “Diario de un cura rural”. El protagonista es un sacerdote débil, que a las enfermedades que padece se le juntan las hostilidades de gentes de la aldea donde ejerce su ministerio, lo que le hace vivir envuelto en sufrimientos. No haría falta recurrir a un personaje de ficción literaria para hablar de vidas cargadas de penalidades en diverso grado como, sin duda, Uds. y yo conocemos. Pero el aporte de Bernanos, que me hace traerlo a esta reflexión dominical y nos hace pensar, es el final de la novela mencionada. Viéndole morir a raíz de su grave enfermedad, quien acompañaba al sacerdote manda llamar al Vicario de una parroquia vecina para que le administre los últimos sacramentos. Sin embargo, la agonía no da ya más tiempo y el acompañante le comunica al moribundo que no le llegará a tiempo ese consuelo sacramental. Entonces, apenas como un suspiro, las últimas palabras del cura rural, son: “¡Qué más da! ¡Todo es gracia!
- Esta frase de Bernanos ha sido innumerables veces citada y nos ha impactado, más aún en su contexto, a muchos cuando leímos el relato. Pero una consecuencia se impone. Si todo es gracia, don, regalo, en nuestra vida todas nuestras actitudes y sentimientos deberían ser siempre, en toda circunstancia, de agradecimiento. Ese es el mensaje de Lucas este domingo. En el camino a Jerusalén, es decir, a la culminación de su vida, Jesús cura a diez leprosos. De ellos, solo uno cobra conciencia de que es Jesús quien le ha curado, el samaritano, y es el único capaz de volverse para dar gracias. En tan breve relato el evangelista establece con claridad, en primer lugar, la diferencia entre lo que sería tan solo una actitud creyencera e interesada, de quien anda en busca de milagros como hechos portentosos para deshacerse de males que lo afectan personalmente, y otra actitud, la de fe, liberadora, que no solo logra curarse, sino que más en profundidad alcanza sanar interiormente. Esta es la actitud que transforma y que permite descubrir, ver el don, la gracia de Dios en cualquier situación de la vida por la que se esté atravesando. Y permite ser siempre agradecido.
- Sin duda que este mensaje suena hermoso, pero podemos preguntarnos, ¿quién puede vivir de esta manera? ¿tal vez solo gente heroica? ¿cómo nosotros, las personas corrientes podemos mantener una actitud constante de agradecimiento y repetir que “todo es gracia” cuando cada uno de nosotros cargamos con muchas cosas negativas y hasta destructivas? Quien más quien menos, todos llevamos no solo algunos sufrimientos presentes, sino —sobre todo quienes somos de mayor edad— sentimos que nos pesan errores de la vida pasada, fallos e infidelidades que ya no podemos revertir. Esto quizás nos tortura. Y también sin necesidad de escarbar mucho reconocemos que permanecen en nosotros resentimientos por heridas recibidas que hemos tratado de olvidar pero siguen haciéndonos daño, … Entonces ¿cómo tener esa actitud de ver todo como gracia, en nuestro presente y en nuestro pasado? No es fácil responder, pero vale la pena atender al relato de Lucas. Ahí la respuesta nos la da el propio leproso samaritano. Cierto, su piel quedó limpia, y podría reintegrarse socialmente una vez que se someta a la declaración de purificación de los sacerdotes del Templo. Sin embargo, eso no le hará olvidar sus sufrimientos experimentados por los múltiples rechazos experimentados por su exclusión. Y tampoco cambia su otra discriminación, que seguirá experimentando por extranjero, por no judío. Seguirá cargando con esos y otros pesos negativos. A pesar de ello Lucas proclama que ya está salvado, no solo curado. Y lo que lo ha salvado es su fe, —se lo dice el propio Jesús. Esta fe es lo que cambia entonces su manera de ver y de enfrentar las vicisitudes de la vida. Como decíamos el domingo pasado, la fe es el músculo, el motor, la fuerza para atravesar tempestades, para hallar el rumbo en medio de las normales oscuridades de la vida y para seguir viviendo la aventura de la vida con confianza y alegría, a pesar de nuestra condición de criaturas débiles. O precisamente, una vez más, manifestando en nuestra debilidad la presencia de lo divino. Quizás la principal de las gracias es precisamente esa, la de descubrir con la visión de la fe, con la luz que nos proporciona, que detrás de cualquier sombra, detrás de desastres, golpes y heridas, siempre hay nuevos caminos, para seguir mirando la vida sin enojo, y para reconocer nuestra capacidad de realizar una acción transformadora. Por eso es que la actitud del agradecimiento, que expresa nuestro reconocimiento de la omnipresencia de la gracia, nos permite volver a descubrirnos y a valorarnos, —a nosotros mismos y a los demás. Ω
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