Lect. Daniel 7, 13-14; Apoc 1, 5-8; Jn 18,
33b-37
- En una semana, entre el 13 y el 20 de este mes de noviembre, hemos conocido, a nivel internacional, dos ataques terroristas terribles, con cifras elevadas de muertos civiles inocentes. El primero, el que ha tenido más divulgación en los medios periodísticos, en París, con más de 120 muertos, y el segundo, apenas anteayer, —del que se ha informado poco relativamente, quizás por ser un país africano— en Bamako, capital de Mali, cobrando alrededor de 40 víctimas mortales. Siendo ambos ataques obra de extremistas islámicos, no es extraño que se diga que los atacantes los cometieron al grito de “¡Allah akbar!” “Dios es grande!” (en árabe), aunque ninguno de los dos grupos de terroristas sean auténticamente religiosos, pero sí saben manipular la religión. Una verdadera blasfemia, como dijo el Papa Francisco. Una blasfemia, sin embargo, que ha sido cometida también en otras culturas, en otras religiones, incluyendo el cristianismo, cada vez que se ha asesinado, torturado o atacado con violencia, abusando del nombre de Dios. Entre los cristianos no hace falta que remontarse a los tiempos de la Inquisición para reconocer hechos terribles similares. En la época moderna, por ejemplo, en la dictadura franquista, en España, aparte ya de la guerra que le dio origen, los llamados “Guerrilleros de Cristo Rey” cometían acciones violentas, incluyendo asesinatos, al grito de “¡Viva Cristo Rey!” Una verdadera blasfemia, conforme a los criterios del Papa Francisco.
- Es por eso que hay tener mucho cuidado al aplicar a Jesús de Nazaret el título de Cristo Rey, porque se ha prestado para interpretaciones políticas y militares, totalmente contrarias a las enseñanzas del evangelio. El diálogo que nos transmite hoy el texto del evangelista Juan no debería dejar a dudas: mientras que Pilato está pensando en términos de poder político, que eran los que él entendía, Jesús está pensando y actuando en términos de la creación de un ser humano nuevo, de una nueva manera de relacionarnos hombres y mujeres, en base al amor, la solidaridad, la fraternidad y la justicia. Por eso, cuando Pilato le pregunta a Jesús si es “rey” él se autodefine como “testigo de la verdad”. Con sus acciones y gestos, da testimonio de la verdad, de la autenticidad del ser humano, al vivir como hermano que tiene a Dios amor, como padre común, expresando misericordia y solidaridad con los excluidos.
- Jesús nunca se llamó a sí mismo “rey”, y cuando pretendieron proclamarlo como tal algunos fanáticos seguidores, salió huyendo de ellos. Jesús siempre de refirió a sí mismo como “hijo del Hombre”, que podemos interpretar hoy como ser humano pleno. Tampoco las primeras generaciones lo llamaron nunca rey, quizás por la confusión a que puede dar lugar ese título tan ligado al poder. No fue si no hasta 1925 cuando el Papa Pío XI le aplicó esa expresión a Jesús. Pero de lo que Jesús había hablado era del reino de Dios, esa forma nueva de convivir los seres humanos, regidos por la buena nueva de saberse hermanos e hijos de Dios.
- Ciertamente, cuando contemplamos con horror hechos de tanta violencia como los que hemos mencionado, o muchos más cometidos por la humanidad, tanto en Occidente como en Oriente, en el Norte como en el Sur, nos vemos interpelados seriamente. ¿Podremos derrotar esa violencia, ese terror de las guerras y la dominación, solo a base de la práctica del amor, de la amistad de relaciones justas? ¿Podemos, siquiera, empezar a nivel de nuestra vida familiar, de nuestras relaciones sociales, laborales y políticas erradicar la violencia a base del amor, la comprensión, la aceptación de la diversidad? Sabemos cuál fue la opción de Jesús de Nazaret. Y sabemos que terminó víctima de la violencia a la que se enfrentaba. Ese es nuestro punto de referencia indiscutible. Confiamos en que el mismo Espíritu de Cristo nos de el valor y la coherencia para asumir la decisión correcta, como personas individuales y como Iglesia.Ω
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