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6º domingo de pascua

Lect.. Hechos 10,25-26.34-35.44-48; I Juan 4,7-10; Juan 15,9-17

  1. El domingo pasado Juan nos ayudaba a entender que Dios y nosotros, que Cristo y cada uno de nosotros no somos dos realidades separadas. Somos como la viña, o la mata de chayote, en donde raíces, tronco y bejucos, forman una sola unidad, alimentada por una misma savia, —la vida divina es esa savia que nos alimenta y nos mantiene vivos. Pero también nos insistía Juan que es preciso permanecer en esa identidad, para que no nos pase como al sarmiento, a la rama o al bejuco que si se desprenden de la mata se secan. Creo que podemos entender que lo que nos quiere advertir el evangelista es que ninguno de nosotros podemos ser, existir, sin estar pegados a esa mata que es Cristo, recibiendo la savia de la vida divina.
  2. Pero sí es posible, —y por desgracia, demasiado frecuente— pasar por la vida sin darnos cuenta de esta realidad, —lo que él llama “estar en las tinieblas”, no estar consciente de nuestra identidad con Dios y con los demás. De ahí la insistencia de Jesús, según el texto de Juan, en que “permanezcamos” en él. En los primeros versículos del capítulo 15 el evangelista es reiterativo: 4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. 6 Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento,y se seca; (…) 7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.” Y en el texto de hoy, es reiterativo: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.  Fijémonos, ¡en unas pocas líneas, insiste 9 veces en que permanezcamos en él como él permanece en nosotros! Es formidable todo lo que está contenido para Juan en esta palabra, en este verbo: permanecer, morar, habitar, que los ve como sinónimos. Nos está hablando de que el amor verdadero, que deja como marca y herencia para sus discípulos, conlleva el estar presentes a aquellos que amamos.
  3. Pero, ¿qué quiere decir con esto de estar presente en Cristo y en las personas que amamos? Lo decíamos antes, consiste en estar conscientes de que aquel o aquella a quien amamos está ahí, en este momento presente a nosotros y nosotros presentes en él o ella, con una presencia de unión estrecha. Su vida está presente en la mía y mi vida en la suya.  Puede sonar una manera rara de hablar. Sin embargo, es una condición indispensable para amar de verdad. A menudo vivimos de tal manera distraídos que en lo cotidiano no ponemos atención a las personas que decimos amar. No solo cuando no ponemos atención a lo que nos están diciendo —quizás porque estamos concentrados en nuestro celular o pensando en otra cosa—, sino cuando, peor aún,  no ponemos atención a las necesidades, a las alegrías, o a las angustias de aquellos que decimos amar. No estamos presentes en ellos, en lo importante de su vida. Cuando vivimos habitualmente en esa situación, decir que amamos a esas personas no pasa de ser una frase vacía.
  4. Esto puede ayudarnos a entender todo el alcance del mensaje de Juan. Jesús habla de que el amor que nos tiene empieza por permanecer, por estar presente en cada uno de nosotros. Es decir, por sentirnos como parte suya, parte de su identidad y por eso, nos pone atención, está atento a lo que cada uno es, a lo que cada uno  siente, sufre y disfruta.  Esto mismo es lo que nos pone a nosotros también como criterio para saber que de verdad amamos a aquellos que decimos amar. Permanecer, estar presente, habitar en la vida de cada uno de nuestros hermanos y hermanas, conscientes de que formamos una misma identidad, como lo confesamos, simbólicamente, al participar de un mismo pan y un mismo vino en la eucaristía.Ω

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