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Domingo de Ramos

Lect.:   Is 50:4-7, Flp 2:6-11, Mc11:1-11, 

  1. Hace un par de domingos señalábamos lo equivocado que resulta acercarnos a la Cuaresma y a la Semana Santa con una actitud angustiada, de temor, enfatizando nuestra condición de pecadores frente a un Dios furioso y castigador. Peor aún, creyendo —como lo entendían ciertas visiones paganas—, que esa cólera divina solo se aplacaría con sangre y más precisamente con una pasión sangrienta de ese hijo de Dios, justo e inocente que es Jesús. Dejando a un lado la explicación de por qué se fue desarrollando en la historia esa lectura negativa y oscura de la pasión y muerte de Jesús, en el relato evangélico de este Domingo de Ramos se nos plantea una visión muy distinta. Como puerta de entrada a la Semana Santa el contenido de este mensaje nos permite entender de manera nueva los sucesos de los próximos días, especialmente del Viernes Santo.
  2. Marcos nos hace ver cómo Jesús, al dar por concluida su misión de anuncio del Reino en las aldeas y pueblos de Galilea, decide subir a Jerusalén para proclamar su mensaje en lo que era el mero centro del poder religioso y político. Considera importante, frente al Templo y la ocupación romana, dejar claro en que consiste y en qué no consiste el Reino de Dios. No consiste en acumulación de poder religioso, económico y político, dominador sobre los más humildes, menos aún, en privilegios nacionalistas del pueblo judío. Consiste en un encuentro con Dios en la práctica de relaciones más justas, más solidarias y fraternas. Es por anunciar esto que sube a Jerusalén. No como un mártir que se auto inmola, que se entrega a la muerte, sino como un profeta pacífico, que se enfrenta de manera no violenta a las formas de dominación injustas que regían aquella sociedad y aquella religión. Los gestos simbólicos del episodio de Ramos comunican claramente este mensaje. Entrar a Jerusalén cabalgando sobre una burra era un gesto que todos los presentes podían entender de inmediato, al recordar la profecía de Zacarías  (9:9)en la que se dice: "¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones.” En el texto paralelo de Mateo se destaca todavía más este carácter pacífico al poner a la cría junto a la burra, todavía amamantándose. Para todos los presentes, conocedores de la historia de Israel, el cuadro se haría más significativo, al contrastar con la entrada de Alejandro Magno a Jerusalén, trescientos años antes, cabalgando sobre Bucéfalo, su famoso caballo de guerra. Y, más aún, con la entrada triunfal que Pilatos hacía cada año en la ciudad santa, justamente antes de la Pascua, con carros de guerra y armas, en un desfile militar que apuntaba a recordarle al pueblo quién era el que mandaba allí.
  3. Por contraste, la entrada de Jesús sobre la burra con su burrito, resultaba verdaderamente un gesto simbólico provocativo que les recordaba, precisamente en la Pascua, la liberación del imperio egipcio y ahora de cualquier nueva forma de dominación. Este gesto, por supuesto, suponía un gran riesgo para Jesús. Todas sus acciones previas, en las aldeas de Galilea, en las que antepuso el valor de la persona humana, de los pobres, los enfermos y los marginados, por encima de la institución religiosa y de las costumbres, también colocaron a Jesús en riesgo, ante los que tenían el poder o vivían de él. Pero ahora, proclamando la Buena Nueva en el centro mismo de ese poder, el riesgo se extremó y, de hecho, lo llevó a la muerte. Él no buscó la muerte. No quiso decirnos que hay que buscar en derramamiento de la sangre, el sufrimiento, y la muerte por sí mismas, porque sean camino de salvación. No lo son. El camino es la construcción de la paz, de la justicia, de una comunidad con economía y gobiernos solidarios.  Aunque proclamar esta Buena Nueva conlleve riesgos, incluso de muerte. Ni Jesús, ni Gandhi, ni Martin Luther King, ni Monseñor Romero buscaron entregarse a la muerte, aunque su mensaje ciertamente provocó la intolerancia y violencia de sus asesinos
  4. Esta Semana Santa, en los días de descanso, con este enfoque, es una buena ocasión, para reflexionar sobre la autenticidad de nuestro propio compromiso y para preguntarnos si nuestras prácticas religiosas alimentan ese compromiso o si más bien lo adormecen. Seguir el camino de Jesús no necesariamente nos conducirá a la muerte como Romero o Gandhi. Pero si nos hará vivir con coherencia hasta el final de nuestra vida con los valores radicales y controversiales del Evangelio

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