Lect.: Deut 8,2-3.14b-16a; 1
Cor 10,16-17; Juan 6,51-58
- "Vivir en Dios y para Dios". Innumerables veces hemos repetido, durante el tiempo pascual, esta frase con la que Pablo quiere expresar el significado de la resurrección de Jesús. Se trata de una “exaltación”, una “elevación” a un nivel distinto de la vida humana, al más profundo, el de la vida plena. Y nosotros, con Cristo, dice el mismo Apóstol, hemos muerto con él, hemos resucitado con él, hemos sido elevados con él. Desde esa perspectiva podemos leer todo el evangelio de Juan al que pertenece la 3ª lectura de hoy, como una gran invitación a renacer a esa nueva conciencia de lo que somos como seres humanos. Para entrar en el Reino, —como Jesús trató de ayudar a Nicodemo para que comprendiera—, hay que renacer, pasando de nuestra limitada conciencia individual, en que habitualmente nos encontramos atrapados, a ese otro nivel más perfecto de conciencia en que nos descubrimos inmersos en la vida misma de Dios. Juan insistirá una y otra vez en esta fascinante realidad. Recordemos, sobre todo, aquella frase contundente que Juan pone en labios de Jesús: “yo estoy en el Padre, ustedes en mí y yo en ustedes” (Jn 14: 10). Estar convencidos de esto cambia, sin duda, nuestra perspectiva de vida y nuestra manera de entender la religión.
- Todos los domingos participamos en la Eucaristía, pero ¡cuánto nos queda por profundizar en la comprensión de este maravilloso sacramento! Quizás esta vez, este año, podamos dar un paso más en esa comprensión, si nos colocamos en esa perspectiva del Evangelio de Juan que nos invita a renacer a ese nivel de conciencia en que nos descubrimos inmersos en la vida de Dios. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”, nos dice Jesús en el texto de Juan leído hoy. No puede cabernos duda de que con esa expresión tan fuerte, —comer y beber— el evangelista quiere que entendamos que se trata de una invitación a hacer nuestra la vida entera de Jesús, a comerlo a él, es la manera simbólica maravillosa de expresar que hacemos nuestra su vida entera, hasta el final al que llegó libremente. Que hacemos nuestros sus sentimientos, sus valores, su compromiso, su vida nueva de resucitado, que nos coloca, aquí y ahora, en el seno de la vida de Dios.
- Cuando leemos que muchos de sus discípulos a partir de ese momento le volvieron la espalda a Jesús, porque consideraron demasiado duras sus palabras, a menudo pensamos que era por rechazo a lo que podría sonar como una forma de canibalismo. Quizás así fue para algunos. Pero más probablemente lo que echó atrás a la mayoría fue que más bien entendieron correctamente el simbolismo y de qué se trataba la invitación; y eso no les gustó. Entendieron que se les invitaba a dar un paso adelante, a no quedarse en las prácticas religiosas, rituales, ordinarias, y a “comer y beber”, a hacer propia la misma vida de Jesús, a apropiarse de esa vida de Jesús que está dentro de la misma vida de Dios. Claro, eso transformaba radicalmente la visión materialista y dualista que tenían de sí mismos. La manera de hablar de Jesús, de una unidad estrecha de lo humano y lo divino eso era lo que más podía escandalizar a aquellos discípulos que se fueron. Porque aceptar esta comprensión del comer y beber a Jesús, equivalía a dar el paso también a una dimensión más profunda donde la vida humana se enraíza en la vida divina.
- La invitación de Juan sigue vigente para cada uno de nosotros hoy para que ampliemos nuestra conciencia de lo que significa participar en la eucaristía. No es una simple devoción, no es recibir un pan bendito, ni un maná “de segunda generación”, ni un mero acto de culto. Es el signo de nuestra aceptación libre y decidida de comer, de hacer nuestra, la vida entera de Jesús que se nos ofrece de manera muy real en la comunidad de fe. Participar en la eucaristía desde esa realidad profunda, es redefinir nuestra manera de entender lo que somos, lo que es nuestra vida de calidad, y lo que significa vivir relaciones de calidad con todos los seres humanos y con toda la naturaleza de la que formamos parte. Participar en la eucaristía no es “oír misa”, o cumplir con un precepto, es el acto sacramental comunitario de aceptar o no una forma de vida en la que ya no tendremos más hambre, ni más sed de otras formas de vivir (Jn 6: 34 – 35).Ω
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